"Visitar a los enfermos es quizás la obra de misericordia más observada" A las Siervas de María de Pamplona y Burlada (y, por ende, a todas las personas en su contacto con los enfermos)
"Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia siempre ha hecho todo lo posible por "curar a los enfermos" y así lo demuestran las numerosas Congregaciones Religiosas, tanto masculinas como femeninas, que han surgido con este preciso carisma"
"Al lado del lecho de un enfermo el tiempo no cuenta, no hay medida en el dar, la única recompensa es la certeza de que Dios nos ama"
"Mi reconocimiento y agradecimiento a vosotras, Siervas de María (y el resto de Congregaciones Religiosas), que seguís prolongando ese gesto sacramental, divino, encarnado y sanador, de tocar de dejarse tocar"
"Mi reconocimiento y agradecimiento a vosotras, Siervas de María (y el resto de Congregaciones Religiosas), que seguís prolongando ese gesto sacramental, divino, encarnado y sanador, de tocar de dejarse tocar"
Es un lugar común categorizar las dificultades que condicionan la vida humana en cuatro relaciones fundamentales:
- la relación consigo mismo, con el propio cuerpo que, cuando se vuelve "complicado", se convierte, por motivos físicos o psicológicos, en un sentido amplio, en una enfermedad;
- las relaciones con las cosas, con la sociedad y con los bienes materiales que, aunque sean por causas accidentales, pueden "empeorar" y convertirse en pobreza;
- la relación con Dios y con los demás que, "interrumpida", se convierte en pecado;
- la relación con la naturaleza que cuando "degenera" se convierte en causa de catástrofes, hambrunas, desertificación, contaminación... que tienen como consecuencia enfermedades, pobreza y rebeliones.
Los enfermos, los pobres y los pecadores son las tres categorías de personas favorecidas por Jesús. Lo dice expresamente en respuesta a los discípulos del Bautista: “Id y decid a Juan lo que oís y veis: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los cojos caminan. Los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y el Evangelio es proclamado a los pobres” (Mt 11,4-5).
Dios no creó la enfermedad pero ésta entró en el mundo y, tarde o temprano, afecta a todos. La ciencia ha intentado y está intentando curarlo e, para algunas patologías, incluso lo ha conseguido pero nunca ha conseguido dar explicación y sentido al dolor y al sufrimiento. Ni siquiera Jesús, Dios que se hizo hombre, no explicó el dolor, al contrario, lo vivió a la altura del drama de la muerte.
Sin embargo, Jesús hace todo lo posible para aliviar el sufrimiento y así lo demuestran los numerosos milagros de curación narrados en los Evangelios. Jesús se acerca a los enfermos, habla con ellos, los toca, no teme el contagio ni la impureza y, sobre todo, no los exhorta a la paciencia y a la resignación, sino que "actúa" inmediatamente, como ocurre con el centurión, al que dice: “Vendré y lo curaré” (Mt 8,7). Jesús considera al enfermo como una persona integral, de hecho no sólo lo cura sino que perdona sus pecados: es médico del cuerpo y del espíritu.
Instintivamente quien está enfermo pide ayuda y, casi siempre, también a Dios, es decir, "reza". Pedir es fundamental pero obtener no es una consecuencia. El creyente pregunta y pide… pero no exige. El leproso de rodillas grita: "Señor, si quieres, puedes curarme" (Mt 8,1), auténtica profesión de fe y el Señor lo purifica. Incluso al ciego Bartimeo que lo llama, Jesús le dice: "Tu fe te ha salvado" y le devuelve la vista y esto sucede con muchos otros enfermos. Jesús, sin embargo, cura también a quienes no se lo piden, como el hombre de la mano paralizada, y salva a la adúltera condenada a la lapidación.
¡Quién sabe cuántas veces hemos sido "sanados y salvos" sin saberlo! El apóstol Santiago escribe: “Quien esté enfermo, llame a los presbíteros de la Iglesia y oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo: el Señor lo salvará y, si ha cometido pecados, le será perdonado” (Santiago 5, 14-15).
La tradición ha reconocido en este rito el sacramento de la "Unción de los Enfermos" que el Catecismo de la Iglesia Católica define como “un don particular del Espíritu Santo... para superar las dificultades inherentes a un estado de enfermedad grave... renueva la fe en Dios... y el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la pasión de Cristo” (CCC 1520-1523).
Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia siempre ha hecho todo lo posible por "curar a los enfermos" y así lo demuestran las numerosas Congregaciones Religiosas, tanto masculinas como femeninas, que han surgido con este preciso carisma. También son de gran valor las asociaciones voluntarias y los movimientos laicos que se ocupan de ayudar a los enfermos, a los ancianos y a los discapacitados, también en las residencias de ancianos y en sus hogares.
Visitar a los enfermos es quizás la obra de misericordia más observada: de hecho todos hemos ido a visitar a algún familiar o amigo enfermo. No se va voluntariamente al hospital para estar junto a la cama de alguien que sufre. Quizás también hayamos prevaricado al escondernos bajo excusas banales como: ¿voy a molestarlo? ¿Le complaceré? Y un largo etcétera. Todas las justificaciones de nuestra inseguridad… Preguntémonos entonces con qué espíritu vamos a visitar a los enfermos: ¿cumplimos con un deber pesado y, quizás de mala gana, o vamos seguros de encontrar en ese lecho a un "Jesús sufriente"?
Visitar no significa echar un vistazo, charlar, sino hacerse presente concretamente: significa hacerle sentir amado de manera exclusiva.
No existe un manual de usuario para quien visita a un paciente, aunque hay quien habla del "arte delicado", pero hay que prestar cierta atención. Es superfluo recordar que alrededor del paciente hay casi siempre una familia que lo asiste y comparte sus sufrimientos y angustias. Por el gran respeto que se debe al paciente, sobre todo si está grave, es inútil engañarlo diciéndole que pronto se recuperará. Job define a las personas que quieren ser positivas a toda costa como "consoladores empalagosos" (Job 16,2) y "destructores de mentiras" (Job 13,4). Así como no conviene recordar que también hay quienes están peor que él. Sobre todo, es importante no decepcionar a quienes están hospitalizados, por ejemplo en residencias de ancianos.
Si se anuncia una visita, se debe cumplir la promesa de no hacerles sentir insignificantes o incluso olvidados; peor aún, improvisar como médico, comentar terapias, asistencias, etc. Es fundamental crear un clima de serenidad y relajación en torno al paciente, pero esto no significa hacerle reír a toda costa; así como es igualmente importante entender cuándo es el momento de dejarlo en paz. Estas notas pueden parecer obvias pero lamentablemente reflejan casos reales.
Ayudar a aceptar la realidad es también poder llorar juntos y dar testimonio de la confianza en la voluntad de la Divina Providencia.
Al lado del lecho de un enfermo el tiempo no cuenta, no hay medida en el dar, la única recompensa es la certeza de que Dios nos ama porque “Lo vimos ‘en esa persona que sufre y él nos dirá: ‘Yo estaba enfermo y me visitasteis’” (Mt 25,36).
En esta atención al sacramento del enfermo, quisiera reconocer y agradecer la labor de las Siervas de María de Pamplona y de Burlada, y de todas las Congregaciones Religiosas que se dedican a la atención de los enfermos.
La comunicación entre la persona cuidadora y el enfermo es una ayuda terapéutica en la relación asistencia curativa/sanadora-paciente y se divide en tres categorías: verbal, que consiste en información expresada en palabras; para-verbal, caracterizado por el tono y volumen de la voz; no verbal, resumido en el lenguaje corporal.
Paul Watzlawick, psicólogo y filósofo austriaco, hablaba de la "comunicación emocional", que nace de un contacto sensorial que conecta los sistemas de dos personas. Las características más destacadas útiles en esta práctica sanadora son las siguientes:
- la escucha activa: se debe aceptar el mensaje verbal y emocional que expresa el interlocutor;
- la posición del cuerpo: adoptar una posición inclinada hacia el paciente;
- la distancia entre cuerpos: hay una distancia íntima y vital;
- el silencio: representa un momento importante de la comunicación en el que la persona que cuida debe ser capaz de interpretar su significado (miedo, ansiedad, reflexión, calma).
El contacto físico, en concreto el tacto, es ingrediente fundamental para crear un diálogo entre los cuerpos. El trampolín es la intencionalidad de actuar con un toque decidido y tranquilizador, respetuoso de la persona, por ejemplo, a través de un toque delicado que genera confianza y seguridad. La presencia, las manos, el tono cálido de la voz,…, de la persona cuidadora tienen un eco que el cuerpo del paciente puede acoger. El con-tacto promueve el establecimiento de una relación empática. Tocar es comunicar en todos los aspectos, es acoger al otro reconociéndolo en su individualidad y en su existencia, también en su debilidad y precariedad.
Por eso Jesús tocaba y se dejaba tocar por los enfermos. Mi reconocimiento y agradecimiento a vosotras, Siervas de María (y el resto de Congregaciones Religiosas), que seguís prolongando ese gesto sacramental, divino, encarnado y sanador, de tocar de dejarse tocar.