Cuando la excelencia es lo normal

Mi buen amigo y poeta Antonio Praena, me provoca para que remate una frase incompleta que le he dedicado a propósito de una entrevista que le han hecho después de haber ganado varios premios de poesía. Esta es la frase, que puede terminarse de muchos modos: “cuando la excelencia es lo normal…”. ¿Qué ocurre cuando la excelencia es lo normal? O sea, lo habitual. Porque, en este mundo nuestro, y algunas instituciones religiosas no son una excepción, lo habitual es la mediocridad. O la ambición. O el aferrarse al poder. ¿Qué está ocurriendo sino en Nicaragua o en Venezuela, o en la Iglesia chilena, en la que las dimisiones habidas han sido “dimisiones forzadas”?


Para hacer de la excelencia lo normal se necesita esfuerzo, fortaleza, constancia, mirada lúcida. No hace falta ser “listos”, hace falta ser “buenos”, honrados, comprensivos. Cuando consigamos que la bondad sea lo normal, habremos anticipado el reino de los cielos. Cuando consigamos que el respeto sea lo normal, habremos logrado la fraternidad evangélica. En materia religiosa necesitamos mucha normalidad, la normalidad de los que viven su fe en lo cotidiano, sin aspavientos, sin amenazas. Cuando la excelencia es lo normal, estamos en el buen camino. Se abren puertas a la esperanza. Se ilumina la vida propia y la ajena. Cuando la excelencia es lo normal encontramos a Dios en la normalidad.


En demasiados lugares de este mundo lo normal es la antipatía, o la envidia, que son odios suavizados. Y, sin embargo, el odio corroe fundamentalmente al que odia. El día que lo normal sea el amor, ese día estaremos en el cielo. Hacer de esta tierra un cielo es lo propio de las personas normales.

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