En un mundo perfecto
“En un mundo perfecto, en los bares sólo sonarían mis canciones favoritas”. Esa era una de las frases que, el pasado martes 24 de julio, debían adivinar los concursantes del programa “La ruleta de la fortuna”, concurso que emite uno de los canales de televisión de esta España de nuestros amores.
Como broma o diversión veraniega, no está mal. Pero la idea que transmite es superficial a más no poder. Se diría que nos conformamos con muy poca cosa. Y, sin embargo, la ambición humana no tiene límites. No tiene límites ni para el bien, ni para el mal. En ambos casos, el creyente ve en esta falta de límites un reflejo (en positivo y en negativo) de la imagen de Dios que es constitutiva de la persona. Para lo primero, para conformarse con poca cosa, no hace falta pensar. Para darse cuenta de lo segundo, de que la ambición humana no tiene límites, o sea, de que siendo finitos tenemos deseos infinitos, hace falta pensar un poco. Algunos programas de televisión están hechos, precisamente, para no pensar.
¡Extraña paradoja! Para unos, un mundo perfecto sería un mundo repleto de bares con buena música y buena bebida. Y, sin embargo, para otros, en un mundo perfecto, habría pan para todos; no habría pateras que se lanzasen al mar mediterráneo; el amor sería lo determinante de toda relación, sea personal, sea comunitaria; en un mundo perfecto la muerte (todo tipo de muerte: paro, enfermedad, sufrimiento, soledad, guerras, enemistades, envidias…) habrá sido vencida. Ya sé que, en este mundo, tenemos que contar no sólo con las limitaciones, sino también con el egoísmo humano. Pero, aún así, hay mucho margen de mejora. Y la mejora depende de nosotros.