El origen ilumina el final

Desde un punto de vista antropológico y filosófico, el origen de nuestra vida puede ayudarnos a comprender y asumir nuestra muerte. De modo que, desde consideraciones puramente inmanentes, surgiría una pregunta que estaría abierta a una respuesta proveniente de la fe.

Desde un punto de vista antropológico y filosófico, el origen de nuestra vida puede ayudarnos a comprender y asumir nuestra muerte. De modo que, desde consideraciones puramente inmanentes, surgiría una pregunta que estaría abierta a una respuesta proveniente de la fe.

¿Cuál es nuestro origen, de dónde venimos, cómo hemos aparecido, quién nos ha dado la vida? Nos hemos encontrado con la vida, no hemos hecho nada para estar vivos. En cierto modo, la vida no es nuestra, no es resultado de nuestro esfuerzo, no somos autores ni dueños absolutos de la vida. Todo lo hemos recibido. Por eso, la vida tiene unos límites que nos condicionan, previos a cualquier esfuerzo o deseo.

Tenemos un cuerpo antes de poseerlo, antes de que podamos decir que es nuestro. Un cuerpo que nos liga y del que no podemos deshacernos. Nos hemos encontrado con el cuerpo. El cuerpo es un don, un regalo. Por tanto, no somos sus dueños, no podemos dominarlo o controlarlo totalmente. Se nos impone. Puede uno rebelarse, pero solo si lo asumimos le damos sentido. El primer acto de nuestra vida es pasivo. Nos hemos recibido. Somos llevados a la vida antes de consentir a ella. Por tanto, somos contingentes, pobres. Pasividad, contingencia, pobreza están en nuestro origen.

A mi me han traído al mundo. No me he puesto yo. Así se comprende que, de la misma forma que me han traído, también me llevarán, me sacarán, porque no soy absoluto, soy donado, contingente. Yo no pongo mi vida, reposo sobre ella. La Vida me da la vida. Nacemos en un mundo que nos preexiste y nos sacan de un mundo que seguirá sin nosotros. La contingencia de nuestro nacimiento nos lleva, sin remedio, a la necesidad de la muerte. Recibimos la vida y debemos someternos a ella. Con la vida recibimos un carácter, que siempre nos condiciona, no podemos deshacernos de él. Podemos asumirlo y así modularlo. El hombre es frágil, siempre confrontado a su miseria. Yo puedo actuar y querer, pero siempre sobre lo recibido, sobre lo que no me he dado a mi mismo.

Por otra parte, si la vida es un don, un regalo que recibimos pasivamente, podemos preguntarnos por la parte activa del don. Hay un poder previo a nosotros que nos pone en la existencia. Es un poder creador, pues tiene capacidad de hacer aparecer lo que antes no existía. De ahí que podamos abrirnos a la esperanza. Este mismo poder que me ha dado la vida y que la sostiene hasta el momento de mi muerte, podría sostenerla más allá de ese momento, pues es un poder que no depende de mi voluntad ni de mis fuerzas. Es un poder independiente de mi, que hace que yo me reciba, pero actúa antes de que yo me reciba. El poder creador, que nos ha sorprendido dándonos la vida, pudiera seguir sorprendiéndonos. Este poder nos abre a la esperanza.

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