¿Qué pensaría mamá?
Confrontar a una persona con un ser querido o con intereses que le afectan muy de cerca, pudiera ser (en algunas ocasiones) un modo de salir de situaciones límite, de callejones sin salida. El pasado día 8, la prensa publicaba parte de la transcripción de los interrogatorios de la policía al joven de 19 años que había matado a tiros a 17 personas en un instituto de Parkland (Florida). Nikolas, así se llama el joven, sostenía que el diablo le dictaba lo que debía hacer. De este relato, me ha interesado el momento en el que su hermano menor entra en la celda, y le pregunta: “¿Qué crees que pensaría mamá?”. “Lloraría”, respondió Nikolas. La pregunta colocaba al joven en el ámbito de la propia responsabilidad, lejos de esas excusas incoherentes que transmiten la responsabilidad de nuestros actos a Dios o al diablo.
Hay preguntas que obligan a uno a enfrentarse consigo mismo. Pero hay que saber hacerlas. Me contaron que, a un famoso misionero dominico en tierras mayas, se le presentó una feligresa, buena cristiana, y tras decirle que estaba embarazada involuntariamente y de muy malos modos, añadió que estaba considerando la posibilidad de abortar. Tras un rato de conversación en la que la muchacha seguía dudando, el dominico le pidió que le acompañara. Fueron hasta la Iglesia parroquial, entraron en la capilla del Santísimo, rogó a la chica que se sentara, y le dijo, señalando al sagrario: “dígaselo a él”.
Hace bastantes años, a una pareja de buenos cristianos, les comunicó el médico que ella estaba embarazada de muy pocos días. Se alegraron mucho, porque se trataba de un embarazo deseado. La tristeza apareció cuando el médico añadió, con muy buenos motivos, que las posibilidades de que naciera una persona con serios problemas físicos y mentales, eran muy altas. El médico aconsejaba el aborto. La pareja, hecha un mar de dudas, vino a hablar conmigo. Yo escuchaba con respeto y me limité a decirles: “no hace falta que os diga lo que yo pienso; pensadlo vosotros bien”. Al cabo de quince días volvieron a verme. Habían decidido no abortar. Les pregunté el motivo: “después de la conversación que tuvimos contigo, hemos pensado que quizás nazca un niño desgraciado; pero también hemos pensado que, si abortamos, los desgraciados seremos nosotros”.
Confrontar, ayudar a pensar, no imponer, no forzar. Encontrar la palabra oportuna y, sobre todo, la pregunta oportuna, puede ayudar a las personas a tomar las decisiones correctas, sobre todo cuando hay buenos motivos para tomar lo que, desde fuera, sin ponerse en la piel del otro, uno considera incorrecto.