En torno a una condena por abuso sexual
En julio de 2016, en Pamplona, cinco varones violaron o abusaron sexualmente de una chica de 18 años. El pasado 26 de abril, se supo que han sido condenados por un delito de abuso sexual, que comporta una pena menor que el de violación. La sensibilidad social no coincide mayoritariamente con la apreciación de los jueces, hasta el punto de que los políticos se han visto motivados a proclamar que conviene cambiar la ley.
Efectivamente, las leyes están para ser cambiadas cuando no responden al objetivo para el que fueron proclamadas, a saber, la defensa de la dignidad humana y del bien de las personas. Puestos a cambiar la ley habrá que prever mayores responsabilidades si la quebrantan servidores públicos, que están para defender a los ciudadanos. A ellos se les exige, más que a otros, no sólo que sean buenos, sino que lo parezcan, o sea, que den ejemplo. Y algunos lo han dado, lo siguen dando. En todos los colectivos hay personas de bien, personas que se limitan a cumplir y personas que deshonran al colectivo.
Uno de los motivos de considerar el delito como abuso sexual y no como violación ha sido que la víctima, al parecer, no ofreció mucha resistencia. A propósito del grado de resistencia me cuentan algo significativo: a las cooperantes de las ONGs se les indica que ante una agresión o violación no opongan resistencia, porque en caso contrario las matan directamente. Alguien ha ofrecido esta reflexión: “esta sentencia manda un mensaje muy claro. Ante estos casos elegid entre muertas o humilladas por la justicia”.
Una de las reacciones más llamativas ha sido la de las monjas carmelitas descalzas de Hondarribia. Las monjas son mujeres. Y las de Hondarribia han demostrado una buena sensibilidad social, propia de monjas del siglo XXI. También violan a monjas en misiones. Hoy en día, ni siquiera los conventos son seguros. Fuerzan sus puertas y entran a robar con evidente peligro de sus moradoras.
Me parece necesario que familias y educadores ofrezcan a las jóvenes generaciones una adecuada educación sexual. Algunos hoy lo mezclan todo: pornografía, violencia, alcohol, afectividad. Hay un fenómeno actual extendido entre adolescentes (y entre adultos), signo del relativismo de los afectos, que promueve la cosificación del otro e implica una incapacidad para el compromiso: el “poliamor”, en realidad, el “polisexo”. A veces, he pensado que el sexo es un mal sucedáneo del amor. En el contexto del amor, la sexualidad resulta más humana, humanizadora y gratificante.