En este octavo domingo del tiempo ordinario la liturgia de la palabra nos invita a abrirnos a la voz del Maestro que nos guía como Camino, Verdad y Vida.

Encontrarnos con Jesucristo como la palabra que ilumina nuestro corazón es encontrarnos con nuestra verdad para hacer un camino de vida, dando los buenos frutos que cada uno puede dar.

Nuestra mirada de fe tiene que estar en Él para iniciar un camino de conversión, como nos recuerda hoy la primera lectura del Eclesiástico: su palabra toca el corazón de cada uno y nos deja ver nuestras basuras que hay que limpiar y purificar.

Recordando siempre que somos llamados a ser luz en Él y no podemos ser luz mientras la oscuridad de las basuras o impurezas no dejen salir esa luz de los buenos frutos que Él espera que se manifiesten en cada uno.

Se nos invita primero a asumir nuestro camino como discípulos de Jesús, tenemos mucho que aprender, que mejorar y madurar.

Se hace necesaria la humildad en la verdad que nos permita ver nuestro corazón y nuestros pensamientos que son los lugares fundamentales de nuestras expresiones emocionales, de intenciones que se dibujan en las palabras que vamos pronunciando.

Tenemos que ver qué hay detrás de las palabras que pronunciamos como seres humanos. Tenemos que estar atentos en la escucha para descubrir siempre la verdad que nos permite ver como conducirnos en la vida.

Un ciego no puede guiar a otro ciego, es decir, si nos dejamos guiar por alguien falso y oscuro caeremos siempre en hoyos que nos pondrán en riesgo y nos harán mucho daño, deteniendo nuestro caminar.

Por eso es necesario que el camino esté llano, sin los altibajos de los desniveles de la inestabilidad sino en la firmeza y constancia de la que ya nos habla san Pablo en la carta a los Corintios, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, sabiendo que nuestras fatigas serán recompensadas.

Hacer el camino del esfuerzo en Cristo, es necesario, corrigiendo y purificando para dar los buenos frutos. Este es el sentido de la conversión para dar lo mejor de cada uno, favoreciendo la vida en nuestras relaciones con Dios y el prójimo.

La palabra que se comunica es el mejor instrumento de radiografía que nos descubre la verdad de lo que hay en el interior de quien la pronuncia. La prueba del hombre es su palabra, por eso debemos escuchar siempre y meditar.

Nos falta mucho escuchar y meditar, discerniendo cuál es la verdad que se comunica y, en esa verdad, ver donde hay vida y donde se ausenta la vida.