Al comenzar el tiempo de adviento, nos encaminamos a renovar nuestra esperanza desde una preparación a conciencia.

Hemos recibido la vida y lo primero que agradecemos es el don de la vida con la variedad cargada de talentos que nos impulsa en nuestra identidad que se integra, compartiendo desde un servicio de vida que nos lleva a una plena felicidad de realización, a donde nos impulsa el corazón de nuestro ser.

El evangelio de este domingo nos refiere: dos hombres que estén en el campo uno será tomado y el otro dejado. Nos recuerda el momento de la crucifixión de Jesús donde uno confiesa su fe en Jesús pidiéndole que se acuerde de él cuando esté en el paraíso y Jesús le dice que en ese día estará con él en el paraíso, mientras el otro crucificado no cree en Jesús y lo tienta a decirle que si es el mesías , que se salve él mismo y los salve a ellos de ese momento , bajando de la Cruz.

Lo anterior nos lleva a entender que hay quienes optan en buscar las seducciones de la temporalidad como las borracheras, fornicaciones, robos y por otro lado, aquellas que quieren superar los placeres de los vicios para tener un alma más dispuesta a entrar en el paraíso con Jesús.

Una vez más, el adviento nos invita a reflexionar en este don de la vida que se renueva en Jesús. Y a conducir nuestra libertad para que no caiga en la exclavitud de los vicios que asfixian la vida del espíritu.

Hay que estar preparados, es nuestra tarea, siempre llegará ese momento inesperado y, la mayoría de las veces, no deseado de la conclusión de nuestro peregrinar terreno y nos agarrará en las condiciones tales si nos preparamos o no pero llegará ese momento último aunque no lo quisiéramos .

La preparación será determinante para ver nuestras posibilidades de trascendencia o de no querer trascender simplemente porque en nuestra libertad, nuestro deseo puede ser más a lo temporal o terrenal con sus vicios y concupicencias como le pasa al ladrón crucificado con Jesús que no aspiraba al paraíso.