"El silencio interior, absolutamente necesario" Algo que está por encima de nosotros
"Nos enseña que 'no hay otro camino' (Ibidem) para acceder y comunicar con quien, en una interpretación cristiana del hombre, es su Creador, su fuente de energía y de luz, así como su explicación y su sentido"
"Necesidad del silencio. Todo el entorno del ser humano está empedrado de sonidos estridentes. 'El silencio lo hemos de fabricar porque ya no existe' (Jaume Plensa)"
"'De entrada, hay algo que te obliga a mirar hacia arriba. Esto para mí es muy importante: elevarte' (Jaume Plensa). Jesús, según el Evangelio de Tomás (y el propio Francisco), remite a los orígenes, al principio: 'Dichoso aquel que se encuentra en el principio: él conocerá el fin y no saboreará la muerte' (n. 18)"
"Llevamos, desde el principio, una vocación divina, que implica y conlleva una gran capacidad para la transformación personal y del resto del mundo creado"
"En el cristianismo (no así en la Iglesia católica) es posible la búsqueda personal de Dios a través, precisamente, de los demás"
"En nuestro interior hay algo que no tiene nombre, pero eso es lo que somos (José Saramago)"
El sábado pasado, en el marco de la Nit de l’ Art, el escultor Jaume Plensa, Premio nacional de Artes plásticas y Premio Velázquez, presentó en la Llotja de Palma la exposición ‘Mirall’, dos de sus creaciones, ‘Invisible Laura’ e ‘Invisible Rui’. El espacio elegido presenta una singularidad muy específica. Creado ‘para el comercio’, lo mundano y lo profano, sirve, sin embargo, de instrumento para ejercitar ‘una espiritualidad y una fuerza única’(Plensa), para recrear una dimensión que va mucho más allá, que apunta a lo ‘trascendente’. En efecto, como ha subrayado su autor, “esta obra habla con la divinidad”. Nos enseña que “no hay otro camino” (Ibidem) para acceder y comunicar con quien, en una interpretación cristiana del hombre, es su Creador, su fuente de energía y de luz, así como su explicación y su sentido. Pero, sin embargo, “los hombres no lo ven” (Evangelio Tomás, 113).
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME
Quizás, como condición previa, sea necesario entender la ‘idea del silencio’ (Ibidem). En la propia representación, que se exhibe, se muestra un dedo en los labios, que pide silencio. No es un silencio imperativo e impositivo. Al contrario, se sugiere el silencio interior, absolutamente necesario, para ser creativos, para caminar por la vida y colaborar en la obra de la creación. El ser humano actual vive rodeado de ruido. Todo su entorno vital suele estar empedrado de sonidos estridentes, que menguan hasta el eco de lo que hay dentro de nosotros, que es lo que, a la postre, nos salvará (Evangelio Tomás, 70).“Es más, a veces nos cuesta soportarlo, porque nos pone delante de Dios y de nosotros mismos” (Francisco). Ya no estamos, por desgracia, acostumbrados al silencio. ¡Qué error! ¡Hacemos imposible la percepción de la propia identidad! Despreciamos la sabiduría, que no es sinónimo de poder. Y así nos va.
Tan es así que “el silencio lo hemos de fabricar porque ya no existe” (Plensa). Sin él, es prácticamente imposible “escuchar de nuevo el sonido de tus ideas, de tus vibraciones” (Ibidem), de tus emociones, de tus anhelos, de tus ansias más íntimas (San Agustín). Sin silencio, por mucha información que atesoremos, ha subrayado Yuval Noah Harari, no encontraremos “la respuestaa las auténticas preguntas de la vida: ¿Quiénes somos? ¿A qué debemos aspirar?, ¿qué es una buena vida?, ¿y cómo deberíamos vivirla?” (Nexus, Debate,2024). La exposición ‘Mirall’ nos vuelve a recordar el camino para dos cosas, igualmente sugestivas y estimulantes:que “la verdad no necesita gritos violentos para llegar al corazón de los hombres” (Francisco) y que “las cosas más grandiosas son las más silenciosas” (Romano Guardini). Sin duda. En mi experiencia de vida, lo he comprobado reiteradamente.
Dice Jaume Plensa, al respecto de su maravillosay muy oportuna obra en los tiempos que corren, que, “de entrada, hay algo que te obliga a mirar hacia arriba. Esto para mí es muy importante: elevarte. El mundo gótico era un mundo que buscaba la espiritualidad, la elevación, la verticalidad…”. Respondía en armonía con lo que se entiende como verdadera identidad del ser humano: el haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis, 1, 26-27; Evangelio Tomás, 18 y Francisco, Homilía, 7.02.2017; Delgado, La despedida de un traidor, cap. octavo). Jesús, según el Evangelio de Tomás (y el propio Francisco), remite a los orígenes, al principio: “Dichoso aquel que se encuentra en el principio: él conocerá el fin y no saboreará la muerte” (n. 18).
En lenguaje actual, diría con Francisco, que Dios nos ha dado el ADN, “nosha dado esta identidad de hijos (…) somos ‘como dioses’, porque somos hijos de Dios”. Y lo hizo de ‘forma permanente’. Llevamos, desde el principio, una vocación divina, que implica y conlleva una gran capacidad para la transformación personal y del resto del mundo creado. Sólo el ser humano es ‘capaz de Dios’, ‘capaz de conocer y amar, en libertad, al propio Creador’ (…). Él, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es cualquier cosa, sino alguien, capaz de conocerse, de donarse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las otras personas” (Ibidem). ¡Maravillosa realidad! ¡Grandiosa identidad!
El problema reside en que “vosotros (los seres humanos) no caéis en la cuenta” (Evangelio Tomás, 51), “no habéis sido capaces de reconocer a aquel que está ante vosotros ni de intuir el momento presente” (Ibidem, 91) y “los hombres no lo ven” (Ibidem, 113). Los ruidos, que pavimentan la existencia humana en la actualidad, que nos desorientan y desconectan de la fuente misma de nuestra energía.
No puedo resistirme, en el marco de la permanente identidad del ser humano, a traer a colación unas palabras de Elaine Pagels: Lo que nos enseña Santo Tomás estriba en que “la luz de Dios no sólo brilla en Jesús, sino en cada uno de nosotros, al menos potencialmente. El evangelio de santo Tomás anima al oyente no tanto a creer en Jesús, (…) sino más bien a buscar el conocimiento de Dios a través de la propia capacidad, que es un don de dios, ya que todos hemos sido creados a imagen de él” (Más allá de la fe, pág. 50). Esto es, en el cristianismo (no en la Iglesia católica) es posible la búsqueda personal de Dios a través, precisamente, de los demás.
Al decir de Walter Smerling, comisario de la exposición, “se trata de nuestro rostro reflejándose en el rostro de los demás: de los amantes y amigos, de los extraños, de los conocidos”;y, en mi opinión, sobre todo, de los que sufren, cualquiera sea el motivo. Si nos reflejamos en el rostro de los demás, si atendemos al hermano que sufre, si llevamos paz y bondad a quienes pasan a nuestro lado, si llevamos a los demás cercanía y solidaridad, estamos humanizando este mundo tan deshumanizado. Estamos haciendo lo que hizo Jesús. ¿Puede imaginarse algo que nos acerque más a lo divino que la práctica de la bien con los demás?
Ya sé que éste no es el relato habitual que has escuchado. La exposición ‘Mirall’ nos propone algo muy diferente. Nos sugiere un novedoso y estimulante camino (encarnación/humanización) con el que transformar este mundo deshumanizado. ¡Qué razón lleva Jaume Plensa cuando nos grita que los humanos “NECESITAMOS SABER QUE HAY ALGO QUE ESTÁ POR ENCIMA DE NOSOTROS”. Un misterio, sin duda. Pero, al mismo tiempo, una realidad que percibimos en nuestro interior más íntimo y que necesitamos acallar y conectar con ella pues tiene que ver con nuestro ADN. Como dejó dicho el gran José Saramago: “En nuestro interior hay algo que no tiene nombre, pero eso es lo que somos”.