'Aproximación al Jesús histórico', de Antonio Piñero Jesús delante de nuestros ojos
¿Un Jesús egipcio, judío, gnóstico, cínico?
En esta investigación estamos en una guerra de etiquetas: los que tienen fe contra los "independientes"
Lo que Antonio Piñero plantea es que existen poderosos argumentos, sobre todo de los llamados de 'crítica interna', para demostrar la existencia histórica de Jesús. Son pocos, pero los hay
Algunos sostienen que Jesús no existió, sino que obedece a la adaptación literaria de un mito (en concreto solar)
Lo que Antonio Piñero plantea es que existen poderosos argumentos, sobre todo de los llamados de 'crítica interna', para demostrar la existencia histórica de Jesús. Son pocos, pero los hay
Algunos sostienen que Jesús no existió, sino que obedece a la adaptación literaria de un mito (en concreto solar)
| Alfonso Pérez Ranchal
Intentar decir algo aceptable o de peso sobre Jesús a estas alturas parece un intento abocado al fracaso. Es tal la cantidad de literatura al respecto y de posiciones presentadas y enfrentadas que el lector o el estudiante interesado puede desanimarse nada más percatarse de este hecho. Por un lado, aparecen libros y artículos de creyentes que suelen pasar por alto cualquier aspecto crítico llenando todos los huecos que se presentan con declaraciones de fe; pero por el otro tampoco marchan muy bien las cosas. Al primer grupo le suele molestar todo aquello que atente o modifique lo que siempre se ha creído, y están listos para lanzar todo tipo de sospechas y descalificaciones hacia el segundo, pero este también está preparado para hacer lo propio.
Así, parecería que si eres creyente estás automáticamente descalificado para aportar nada que merezca la pena al debate. Aparecen las frases “no es académico” o “no es científico” lanzadas sobre todos aquellos que tienen fe con el propósito de descalificarlos y, a la par, se califican de “académicas” y “científicas” las propias posiciones a lo que se agrega “no confesional” o “investigador independiente”. Estamos ante una guerra de etiquetas.
Los métodos histórico-críticos aplicados a las Escrituras han supuesto un verdadero avance en su entendimiento a todos los niveles. Se puede ser creyente y aplicarlas con rigor y, de igual forma, se puede ser ateo o agnóstico y fallar en su uso. No existe tal confrontación. Una vez dejado en claro esto, llama la atención la gran cantidad de perfiles o “jesuses” que aparecen aplicando una misma metodología. Para unos, no hay duda de que estamos ante un Jesús egipcio, para otros que era esenio. No faltan los que hablan de él como de un filósofo cínico o los que sencillamente lo consideran un personaje literario inventando. ¿Se detiene aquí la investigación “científica” o “académica”? No.
Sobre todo los especialistas judíos lo colocan como un judío más de su tiempo que impresionó a un núcleo original de discípulos con sus poderes taumatúrgicos, pero no faltan los que lo identifican con el gnosticismo y los cultos de misterio. Hay más, pero no es necesario ser exhaustivo para poner de manifiesto el panorama tan diverso sobre Jesús de Nazaret.
Aunque Pablo origina una religión centrada en un Jesús mesiánico imaginario, es el evangelista Marcos el primero que creó a propósito a Jesús de Nazaret
El mismo autor del presente libro, 'Aproximación al Jesús histórico', llama la atención a una forma de actuar que puede pasar desapercibida para el propio escritor que pretende escribir una “biografía” de Jesús. Nos dice en la página 202 que el estudio sociológico de los evangelios y del Nuevo Testamento en general puede presentar serios problemas de reduccionismo, es decir, puede darse el peligro de interpretar todos los datos según un sistema de aproximación único, a base de un modelo previo. Pongo un ejemplo: la consideración de Jesús como un predicador totalmente al estilo de los cínicos, que al parecer eran más abundantes de lo que creemos en la Decápolis y en el entorno pagano inmediato del Israel del siglo I. Una vez que se han descubierto ciertas analogías, sin duda entre el pensamiento y el modo de vida de Jesús con los filósofos cínicos, el esquema de investigación reduce su foco, su objetivo, y acomoda todos los datos, forzándolos, al esquema previo… y se obtiene una imagen de un Jesús imposible…
La gran cuestión que se plantea ante libros como el presente es si de nuevo el autor, tras llamar la atención a los errores comunes que se suelen dar cuando se aborda la figura de Jesús, cae él mismo en lo que está denunciando. Antonio Piñero dice ser agnóstico y la pregunta concreta es: ¿es el típico libro que un agnóstico escribiría sobre Jesús? De igual forma se podría decir de un ateo o de un creyente. Un ateo no va a trazar un perfil del Galileo en donde concluya que realmente era alguien divino y que realizaba milagros; y a la inversa, alguien que tenga fe no va a cerrar la puerta a la posibilidad de que Jesús fuera alguien más que un simple ser humano. Algo sobre esto tocaremos en la tercera parte de esta reseña, pero pasemos ahora a presentar el contenido del libro del profesor Piñero.
El libro se presenta con un prólogo y ocho divisiones principales o capítulos. Los mismos son los siguientes:
- Sobre la existencia histórica de Jesús.
- El Nuevo Testamento, fuente principal para el conocimiento del Jesús histórico.
- La interpretación crítica del Nuevo Testamento a lo largo de la historia y la cuestión de cómo entender los evangelios.
- “Evangelio” y “evangelios”. Cuestiones candentes y su posible respuesta.
Métodos literarios actuales para la investigación crítica del Nuevo Testamento y, en concreto, de los evangelios. - Métodos de aproximación histórico-crítica al Nuevo Testamento y a los evangelios en particular.
- Aproximación crítica a la “vida oculta” de Jesús.
- Caminos seguros o sendas perdidas. A modo de conclusión.
En el prólogo el autor nos indica el propósito de este libro: pretende responder a una serie de cuestiones en torno a Jesús, tales como si es cierto lo que algunos sostienen sobre su inexistencia; la forma de proceder de los estudiosos para aceptar un determinado pasaje como verdadero (o posiblemente verdadero) y otro como falso; o la explicación precisamente de la aplicación de los métodos críticos para acercarnos lo más posible a la realidad histórica y el valor que pueden tener los textos primitivos del cristianismo.
Piñero nos informa que todas estas cuestiones o preguntas se las han hecho en diferentes momentos de su vida y no siempre de forma pacífica. En ocasiones, el tono ha sido desafiante, en otras ha sido acusado de actuar de manera arbitraria y manipuladora cuando abordaba determinados pasajes. Además, este libro busca ser una ayuda e introducción al estudio de los Evangelios.
El primer capítulo se centra en la existencia histórica de Jesús, una pregunta que le han repetido una y otra vez. En primer lugar presenta las ideas principales de los negacionistas junto a sus obras esenciales que aparecieron a partir del siglo XIX. Estos sostienen que Jesús no existió, sino que obedece a la adaptación literaria de un mito (en concreto solar); o se trata de la concreción literaria del anhelo de liberación de los oprimidos que componían la iglesia primitiva. En este último caso, los Evangelios no serían un producto judío sino romano.
Jesús sería un mito solar que adapta a otro judío en la persona de Josué. Uniendo elementos judíos y paganos aparecería el mito “Jesús Salvador” que muere y resucita como parte de su ciclo vital siguiendo a otros mitos como pueden ser el de Mitra, Osiris, etc.
El anterior mito judío de Josué-Jesús, añaden otros, era venerado por sectas judías anteriores al propio Jesús (por ejemplo la de los nazarenos). El mito de Josué tenía su origen en uno solar de la fertilidad procedente de la etapa politeísta judía, que se fue desarrollando agregándosele con el tiempo ideas apocalípticas y la noción pagana del redentor que moría y resucitaba. De esta forma, existía un mito "Josué-Jesús" precristiano afirmando, consecuentemente, la inexistencia de algo así como un Jesús histórico cristiano.
Estas son ideas compartidas hasta el día de hoy por algunos autores importantes quienes, de una forma u otra, participan de los siguientes argumentos:
- Jesús es un personaje de ficción desarrollado a partir de otros ciclos míticos.
- Los Evangelios canónicos son un cúmulo de contradicciones e inconsistencias cuyo origen es alguna secta judía; o su origen se debe a una persona o grupo que pretendía dar a conocer sus ideas políticas o religiosas; o son consecuencia de experiencias místicas individuales (como las de Pedro o Pablo) o colectivas; o bien los Evangelios son el resultado final de una colectividad de judíos cuyas ideas religiosas esenciales iban en contra de la gran mayoría.
- Pablo desconoce a un Jesús histórico. Para él se trata de una figura puramente espiritual que une las ideas mesiánicas judías y otras provenientes de las religiones de misterio, y que sería el mediador entre el Yahvé del Antiguo Testamento y el ser humano.
- La literatura extrabíblica y no cristiana no posee valor probatorio alguno para hablar del Jesús histórico.
Antonio Piñero también se ocupa de la reciente novedad de Richard Carrier con su cálculo estadístico de probabilidades, o de Michel Onfray y su "Tratado de ateología" en el que vuelve a formular argumentos ya conocidos. De este último destaca su opinión que postula que aunque Pablo origina una religión centrada en un Jesús mesiánico imaginario, es el evangelista Marcos el primero que creó a propósito a Jesús de Nazaret, tomando como modelos literarios a Pitágoras, Sócrates y otros. El resto del Nuevo Testamento seguirá a Marcos y el inexistente personaje de Jesús continuará su desarrollo por varios siglos como también es propio de otras leyendas como las de Mitra, Hércules o Dionisio.
El profesor Piñero pasa ahora a considerar las pruebas a favor de la historicidad de Jesús. Para él, en la base de esta cuestión, se encuentra una equivocación extraordinaria: “la confusión entre la no existencia de un rabinogalileo, Jesús de Nazaret, y la no existencia de Jesucristo” (p. 23). O en palabras más conocidas, la confusión entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.
En las siguientes páginas nuestro autor realiza una crítica negativa a las posiciones mitistas y negacionistas por medio de una cascada de preguntas. Más adelante lanza la pregunta esencial de toda esta cuestión:
“¿No habría que pensar más bien que la explicación más razonable es que los evangelistas tienen ante sus ojos a un hombre extraordinario, sí, pero hombre al fin y al cabo, e inventan una serie de historias legendarias en torno a él llenas de contradicciones y fallos? [...] en resumen, si Jesús fuera un puro invento literario de los primeros escritores cristianos, siguiendo el modelo de una divinidad de salvación de la época, como supone la tesis de Jesús 'no existió realmente', no habría habido problema alguno: tendríamos una narración sin sobresaltos ni problemas teológicos, los evangelios habrían sido muy diferentes” (p. 25).
La última división de este primer capítulo la dedica nuestro autor a diversas cuestiones como son la de esclarecer lo que él considera el “malentendido básico” (mencionado un poco más arriba); a considerar los testimonios externos sobre Jesús; y la crítica a dos escritos recientes realizados por negacionistas, de los que ya adelantó alguna cuestión, como son Michel Onfray y Richard Carrier.
El capítulo 2 se centra en la premisa de que el Nuevo Testamento es la principal fuente para conocer al Jesús histórico. La primera división de este capítulo trata de la consideración del Nuevo Testamento desde la filología y la historia. El autor da catorce pautas o puntos para abordar su estudio como un libro de historia, reconociendo de paso su peso específico como el libro más importante de Occidente y quizás del mundo. En la página 45 dice algo de esencial:
“El Nuevo Testamento solo se comprende insertándolo en las coordenadas de espacio y tiempo del mundo judío del siglo I... Serán, pues, dos las bases de su intelección: la cultura israelita, y sus influencias, y la cultura grecorromana con las suyas propias. No hay manera de entender el Nuevo Testamento sin tener en cuenta ciertos conocimientos previos del siglo que lo vio nacer.” Otra afirmación destacada se encuentra un poco más adelante, en la página 47, cuando apunta que “el texto del Nuevo Testamento que leemos hoy no es el fruto de una gran manipulación de la Iglesia, como piensan muchos mal informados”.
Aunque el Nuevo Testamento tiene contenido mítico se trata de un libro de historia, no obstante hay que tomar esta afirmación con ciertas reservas. En cuanto al valor de los apócrifos, no le concede ninguno ya que el acercamiento al Jesús histórico únicamente es posible a través del Nuevo Testamento canónico.
Piñero sostiene que el concepto de salvación entre Jesús y Pablo es radicalmente diferente. Para Jesús, se trata del cumplimiento de la ley mosaica, mientras que para Pablo es sobre todo un asunto de fe y, además, de una fe depositada en Jesús como salvador. Pablo, sigue diciendo Piñero, fue el que colocó los fundamentos de lo que sería el cristianismo que conocemos, aunque ni Jesús ni Pablo quisieron fundar una religión cristiana tal y como nos ha llegado. Finaliza esta sección diciendo que el Nuevo Testamento es el fundamento, pero no del cristianismo, sino de un tipo de cristianismo que resultó vencedor: el paulino.
La segunda sección de este segundo capítulo trata de cómo se generó la teología cristiana, impulsora, además, de la formación de lo que sería el Nuevo Testamento. Para el autor, el cristianismo es el resultado de un “fenómeno exegético de interpretación de la vida de Jesús” (p. 63), que comienza tras la muerte de este, y la creencia de sus discípulos de que ha resucitado y, por ello, es el Mesías prometido.
Los primeros cristianos realizaron una relectura de la Biblia hebrea a la luz de esta creencia esencial del Jesús resucitado. Se buscó soporte escritural para los principales hechos de la vida de Jesús y es de esta forma como comienza la teología cristiana. Al cristianismo le habría pasado algo similar a lo que ocurrió con los esenios de Qumrán o al nacimiento de las sectas judías (fariseos, saduceos y esenios). Como consecuencia nació otra secta en el seno del judaísmo: el cristianismo.
Al cristianismo le habría pasado algo similar a lo que ocurrió con los esenios de Qumrán o al nacimiento de las sectas judías (fariseos, saduceos y esenios)
La tercera división es un ejemplo de la diversidad de la primera teología cristiana. Este ejemplo se centra en la consideración de las diferentes ideas y de la evolución de la “naturaleza divina” de Jesús. El capítulo tercero se enfoca en ser una visión de conjunto de las diferentes y más importantes corrientes de interpretación del Nuevo Testamento, desde el principio hasta nuestros días. Según nos dice Piñero: “La visión de cada corriente o autor no es otra cosa que una manera de ver la fuente que sirve de base para la reconstrucción del Jesús histórico” (p. 73). Se tocarán los grandes logros de estos estudios, pero también señalando los graves errores en los que se cayó.
La primera división de este capítulo va desde los inicios de la crítica del Nuevo Testamento hasta la época moderna. Se partía de una doble exégesis: la alegórica (mundo helenístico) y la literalista (mentalidad judía intertestamentaria o del segundo templo). Dos ejemplos son Filón y el rabino Hillel. Ambas exégesis están presentes en el Nuevo Testamento a la hora de abordar o interpretar la Biblia hebrea, lo que significa que la misma es tipológica y cristocéntrica. Se puede decir que, en general, desde los inicios hasta el siglo XVIII la pauta fue entender todo de forma bastante literal.
En los últimos 250 años los estudios sobre el Nuevo Testamento se suceden sin parar. El autor nos presenta los momentos más relevantes de la historia de la investigación. Los divide en:
1. La crítica textual.
2. El estudio crítico de la religión o teología crítica.
La segunda sección o división de este capítulo aborda una serie de avances extraordinarios que se dan en la primera parte del siglo XX. Nombres como Julius Wellhausen, Wilhelm Wrede, Gustav Krüger, Heinrich Weinel, Maurice Goguel, Alfred Loisy y Charles Guignebert en relación a los Evangelios. En cuanto a Pablo y al Nuevo Testamento en general tenemos a autores como Martin Brückner, Paul Wernte o, el anteriormente mencionado, Wilhem Wrede. También en este tiempo aparece la llamada “historia de las formas”. Nombres a este respecto son los de Karl Ludwig Schmidt, Martin Dibelius y Rudolf Bultmann.
A mitad del siglo XX debemos ubicar el comienzo de la "crítica de la redacción". En palabras de profesor Piñero: “no cabe duda de que la visión obtenida por este método sobre los autores evangélicos, en especial, es muy distinta de la simple lectura acrítica, a veces demasiado aventurada que había primado hasta el siglo XIX” (pp. 101, 102).
En el capítulo 4 se explica el significado y empleo de los conceptos “evangelio” y “evangelios”, tanto en el contexto pagano como en su uso bíblico, y más adelante, específicamente dentro del Nuevo Testamento, que es a lo que se dedica la división primera. En la segunda se trata del paso del evangelio oral a su plasmación por escrito, y qué significo la aparición de los evangelios tal y como los tenemos al presente. Para nuestro autor, la posición de Santiago Guijarro de que hubo una transmisión oral controlada es equivocada, ya que sí que hubo variación continua y sustancial en aquellos que recordaban esta tradición y la actualizaban.
Se consideran además los contextos geográficos en donde se formaron núcleos de tradición, las historias de milagros y las técnicas memorísticas apuntando que el proceso escrito comenzó bastante pronto. Con ello se formó algo así como un esquemático evangelio primitivo, y es de todo este material que el evangelista Marcos tomó para su Evangelio.
En la tercera división de este capítulo se explica la función reelaboradora de los primeros profetas cristianos. Esto es un elemento esencial en el paso de la tradición oral a la escrita. Piñero expone la tesis de que los profetas primitivos cristianos colocaron palabras en la boca de Jesús que pasaron a ser consideradas como de él. Al poco ya no había forma de identificar unas de otras. Además, eran profetas considerados como inspirados, por lo que sus palabras equivalían a las de Jesús. Esto era una práctica aceptada tal y como ya ocurría en el Antiguo Testamento. Dicho lo cual, nuestro autor llama la atención al hecho de que estos profetas no eran inventores sin más, sino que reelaboraron desde un material previo y todo ello con la firme creencia de que Jesús había vuelto a la vida.
La cuarta división de este capítulo es una crítica a los excesos de la “crítica de las formas”, destacando además que la comunidad primitiva fue una verdadera creadora de tradición. En la quinta parte se trata la "historia de la redacción". El gran logro conseguido con ella es que puso de manifiesto precisamente esta labor redaccional de los autores de los Evangelios. No fueron compiladores sin más, sino que tenían un propósito específico a la hora de formar sus escritos y en ellos han dejado marcada su labor. El primer redactor, o redactores, formaron la fuente Q, después el Evangelio de Marcos y tras él vendrían los otros dos sinópticos.
La sexta parte es una respuesta a la pregunta de si los Evangelios son un género literario único, esto es si los mismos aparecieron en un vacío literario sin antecedentes de este tipo de literatura. Piñero reconoce que no existen paralelos exactos para ellos, aunque matiza esta opinión tan extendida. Incluso se podría ver como antecedentes los textos apócrifos llamados “Vida de los profetas”, que a su vez tendrían precedentes en la Biblia hebrea, por ejemplo, en el llamado “Ciclo de Elías y Eliseo” contenido en 1 Reyes 17 - 2 Reyes 6. Este “modelo” habría sido tomado por los evangelistas como así se puede apreciar en Lucas, con el anterior mencionado ciclo, y su sobreimpresión en Juan el Bautista y el profeta Jesús. También se podrían encontrar semejanzas dentro de las biografías en griego del periodo helenístico.
La séptima parte presenta las relaciones de los Evangelios entre sí, una comparación entre ellos de su material. Los sinópticos forman un grupo mientras que Juan va muchas veces por su cuenta. El grupo de los sinópticos plantea el problema que se ha denominado “la cuestión sinóptica”. Dos siglos y medio de investigación han permitido llegar a establecer una serie de puntos:
1. Marcos es el primer Evangelio que se compuso.
2. Otro texto escrito para dar razón del material común de Mateo y Lucas, que no está en Marcos, sería la fuente Q. Aunque no tenemos ningún manuscrito de ella (sencillamente se presume que existió) se puede reconstruir partiendo de este material común y que en casi su totalidad responde a dichos de Jesús.
Nuestro autor, aun reconociendo que esto explica la cuestión sinóptica, también admite que no se resuelven todos los problemas, ya que la teoría de las dos fuentes (Marcos y Q) plantea otras cuestiones que son de calado y que algunos estudiosos han señalado como problemáticas. El Evangelio de Juan necesita una consideración aparte por sus peculiaridades. Tres posturas son las presentadas para explicar las divergencias de Juan con los sinópticos.
La parte octava se fija en la relación de los Evangelios con el apóstol Pablo. Los Evangelios tienen más coincidencias con la teología de Pablo que con la de cualquier otro apóstol y, en especial el Evangelio de Marcos, es el que posee más rasgos de la teología paulina.
Para Piñero es claro que Pablo influyó en los Evangelios con su teología, ya que cronológicamente sus escritos son anteriores a cualquiera de ellos. Así, Pablo sería el gran formador de la teología neotestamentaria.
La parte novena es muy importante ya que trata la crucial pregunta de si podemos fiarnos de los Evangelios como documentos que contienen información fidedigna sobre la historicidad de Jesús, esto es del Jesús histórico. Para Antonio Piñero, la infancia de Jesús no es histórica, al igual que tampoco lo son los relatos de la resurrección o de la pasión. Por otro lado, da razones para que los Evangelios sean considerados como los documentos a donde hay que acudir y en donde se puede encontrar información posiblemente histórica sobre Jesús. Este capítulo finaliza con lo que el autor cree que sabemos más seguro sobre Jesús.
El capítulo quinto aborda los métodos literarios actuales para la investigación crítica, pudiéndose dividir los mismos en dos grandes grupos: los que tratan sobre los problemas que se derivan de las posibles fuentes usadas por los autores del Nuevo Testamento y los que se centran en lo conocido como “problemática introductoria” al Nuevo Testamento. También se considera el propósito de la crítica histórico-literaria apuntando que la misma no va contra la fe, ya que sencillamente no la tiene en cuenta. Esta crítica aborda el texto del Nuevo Testamento tal y como lo tenemos al presente, esto es como un texto ya acabado.
Lo primero de todo es la tarea de delimitar el texto, es decir, acotar la perícopa o el pasaje que se pretende estudiar. Lo ideal es saber griego, pero hay material y herramientas disponibles si se carece de este conocimiento.
El segundo paso es el “análisis semántico”. Busca el significado exacto de las palabras, de toda la perícopa, en nuestro idioma. Es una labor que no pueden llevar a cabo los principiantes. Sin embargo, se puede entender un texto identificando las palabras más importantes y buscando su significado exacto. Para ello es necesario un diccionario especializado del que, según el autor, no disponemos en castellano. En los comentarios normalmente no se da esta clase de análisis semántico, aunque sí que aparece el significado de cada vocablo griego con su traducción y su correspondiente significado y explicación. Por ello, un comentario de este tipo “podría servir para llegar a un resultado muy razonable respecto al significado concreto de los vocablos que deben estudiarse... (p. 158). Al presente, los comentarios científicos de esta clase son muy completos.
El tercer escalón es el “análisis narrativo”. El fin del mismo es comprender los aspectos concretos del texto relacionados con la sucesión de acciones y las fuerzas que intervienen en él. También se habla de pasada del “análisis estructural” y del “pragmático”.
El cuarto paso es la estilística. Se trata del estudio del estilo concreto de cada uno de los autores del Nuevo Testamento.
El quinto es el “análisis retórico”. Esto es tener en consideración las normas retóricas del momento, ya que son usadas por los distintos autores del Nuevo Testamento.
El sexto paso es el estudio de las formas orales, siguiendo la “crítica de las formas”, cuyo método se explica más adelante. La atención, por ello, se orienta a la primera fase de la formación de los Evangelios. El séptimo es la “crítica de las fuentes”. El propio autor de Lucas, en el primer versículo de su Evangelio, nos muestra la necesidad de ello.
Existía un material previo que influenció a y del cual se tomó para la elaboración de los Evangelios. Este proceso tuvo que ser complicado ya que se percibe en ellos, por ejemplo, falta de orden en determinado material, duplicados, diferencias (en estilo, lenguaje), paralelos y concordancias. La identificación de este tipo de material nos provee información importante. Este capítulo finaliza con un ejemplo práctico de la “crítica de fuentes”.
En el capítulo 6 se explica la aplicación práctica de los métodos histórico-críticos ya apuntados en el capítulo 3. El apartado 1 sirve como una introducción para justificar los resultados de la crítica-histórica, cómo es capaz de separar, con determinado grado de éxito, lo que pertenece al Jesús histórico y lo que no. A continuación se van considerando los métodos histórico-críticos más importantes como son la “crítica textual”, la “historia de las formas”, la “historia de la redacción”, la crítica literaria y las fuentes usadas para la elaboración del Nuevo Testamento. Todos tienen el propósito de investigar el proceso por el cual el texto ha llegado a ser tal cual lo tenemos hoy en día.
Tras la consideración de los métodos histórico-críticos, una división de este capítulo se centra en el estudio sociológico del Nuevo Testamento. Este contexto histórico y sociológico, fue olvidado desde finales del siglo II hasta bien entrado el XX, ya que se consideró la Escritura como sagrada y, elevada a divina, libre de todos los condicionantes sociológicos e históricos. La séptima parte de este capítulo está dedicada a los llamados “criterios de autenticidad”. De su propósito, enumeración y explicación se ocupan las siguientes subdivisiones, poniendo el autor de manifiesto sus puntos fuertes, así como las dificultades que aparecen en su utilización y las críticas que se han levantado últimamente. Finalmente se aborda el análisis de Lucas 23 a modo de ejemplo. Es un análisis literario-histórico-crítico.
El capítulo 7 es una aproximación crítica a la “vida oculta” de Jesús. Con vida oculta se alude al nacimiento, infancia, juventud y madurez de Jesús hasta su bautismo a manos de Juan. Para ello, Piñero desecha los evangelios apócrifos por no ser fiables, pero también hace lo propio con Mateo 1-2 y Lucas 1-2 que considera textos legendarios y pertenecientes al mismo género de la literatura apócrifa. Respondería a un intento de estos dos evangelistas (o quien esté detrás) de rellenar huecos de la infancia de Jesús, pero recogen datos diferentes y contradictorios. Dicho lo cual, sobre estos textos canónicos es necesario pararse ya que se pueden extraer algunos datos interesantes.
Ahondado en lo ya dicho, los “evangelios de la infancia” canónicos son “narrativas teológicas”, nada que ver con el sentido de la historia moderna. Además, siempre según Piñero, fueron añadidos posteriores a los Evangelios aunque esta acción se produjo temprano en el tiempo. Como se ha apuntado, son leyendas, pero que las comunidades primitivas de creyentes creían como ciertas en su literalidad. En este capítulo otros datos o informaciones sobre la infancia de Jesús son analizados, como, por ejemplo, su designación como “Jesús de Nazaret”, la fecha de su nacimiento o si tuvo hermanos carnales.
Nuestro profesor sostiene que los primeros cristianos creían que Jesús era un simple mortal, aunque ya estaba en marcha el proceso de divinización como se puede percibir en el mismo Nuevo Testamento. El último de los capítulos, el ocho, es a modo de conclusión:
“En primer lugar, este capítulo presenta al lector, como conclusión parcial, lo que considero caminos seguros para aproximarse al Jesús histórico o, por el contrario, lo que estimo sendas perdidas que abocan a formarse una figura que, en mi opinión, no coincide con lo que verosímilmente podría ser el Jesús de la historia… En segundo lugar, presenta un ‘sumario’ de la vida de nuestro personaje, según los puntos de vista deducidos del recorrido por la investigación independiente, no militante, sin opción previa alguna, del Nuevo Testamento, y en particular, de los evangelios” (p. 285).
Varias han sido las imágenes de Jesús dadas por los investigadores, pero se ha de tener presente que el Jesús histórico siempre es una reconstrucción hipotética. Piñero está en contra de lo que se ha venido a llamar las “tres búsquedas” sobre Jesús, ya que esta división se salta a menudo importantes investigaciones anteriores. Por su parte, realiza toda una serie de consideraciones sobre lo que sí podemos saber sobre Jesús, aunque no de forma absoluta o concluyente. Para nuestro profesor, Jesús fue un judío ejemplar que jamás se salió del judaísmo de su tiempo, totalmente humano y profeta apocalíptico que al final de sus días creyó ser él mismo el Mesías.
Este Jesús judío, que nunca abandonó la ley mosaica, contrasta con otro perfil que también aparece en los Evangelios, el paulino, y ambos están claramente en tensión y se oponen. Importante también es lo que apunta cuando dice que en español tenemos todo lo necesario para la investigación sobre el Jesús histórico, sin necesidad de acudir a otras lenguas. En cuanto a la causa de la muerte de Jesús, este nunca se consideró ser hijo de Dios real, ni blasfemó en ningún sentido, por lo que los judíos no son responsables, salvo indirectamente, de su prendimiento y asesinato. Fueron los romanos los que se percataron del peligro que suponía el Galileo, de la posibilidad de que se produjeran en torno a él graves desórdenes públicos. Por ello, la hipótesis tradicional la descarta como errada.
Ante lo ya expuesto, se hace evidente que estamos ante un libro que merece ser leído. El profesor Antonio Piñero conoce de lo que habla, y escribe y expone con claridad, por lo que el lector iniciado, o no, entiende y sigue sin dificultad los diferentes contenidos. Estamos ante un libro que toca todos los aspectos esenciales que se deben tener en cuenta a la hora de abordar el estudio del Jesús histórico, lo cual, por sí mismo, ya haría atractiva su lectura.
Las afirmaciones de que Jesús realmente existió, y la de que los Evangelios son documentos infalsificables, deberían ser consideradas como plenamente establecidas. Es desde donde cualquier interesado o estudioso debería partir. Lo contrario ya vicia desde el primer momento cualquier ulterior acercamiento. Estas conclusiones son grandes aciertos de las últimas décadas de investigación. Si a estas les sumamos que el acceso al Jesús histórico únicamente puede venir al considerarlo dentro del judaísmo palestino del siglo I, todo ello supondrá un punto de partida seguro para la consideración de esta figura clave de la cultura occidental. No hay que irse a mitos solares o a Egipto para entender a Jesús, ya que esto supone desarraigarlo de su contexto vital. Hay abundancia de ruido en torno al Galileo, y mucho de lo que pasa por investigación no es nada más que panfletos o “literatura” de usar y tirar.
En ocasiones Piñero parece estar a la defensiva o a la ofensiva, depende de cómo se mire. Esto se comprende cuando el propio autor dice haber sido acusado en demasiadas ocasiones de actuar de manera arbitraría en su tratamiento de los textos evangélicos (p. 172). Por ello, es que creo que suelen aparecer repartidos, aquí y allí, los vocablos “académico” y “científico”. Supongo que en ocasiones lo hace de manera consciente y tal vez, en otras, no tanto. Es como si quisiera advertir al lector que lo que allí dice no es puro subjetivismo, sino que se trata de la aplicación rigurosa de principios o métodos aceptados por los estudiosos en el tema. También coloca un gran interrogante en aquellos que pertenecen a alguna confesión religiosa, queriendo indicar con ello que, en estos casos, no suelen ser fiables. Por ejemplo, en la página 26 señala: “La contemplación de la bibliografía actual sobre Jesús indica que la pertenencia a una confesión religiosa determinada puede proporcionar una imagen no histórica de Jesús”.
En otro momento apunta que “a tenor de una lectura imparcial del Nuevo Testamento…” (p. 62). Espero que con todo esto no pretenda decir que si se diverge de su opinión se es alguien parcial, o si se es creyente, por el simple hecho de serlo, ya no se es alguien íntegro en sus opiniones. Por mi parte no creo que Piñero manipule o se fije en aquello que le interesa para apoyar su posición dejando de lado lo que no. Además sostengo que es alguien honesto intelectualmente y que lleva hasta las últimas consecuencias la línea de su investigación. Dicho lo cual, en donde afloran las divergencias, como suele ser habitual, es a consecuencia del peso o a la importancia que se le atribuya a un determinado método o principio. Así, nuestro autor le da una gran relevancia a la “crítica de las formas” que considera fundamental a la hora de la formación y comprensión de los diferentes textos evangélicos. Sin embargo, otros estudiosos han criticado, a mi parecer con acierto, los excesos que se pueden dar en la aplicación de esta crítica. Sin ir más lejos, la “crítica de la redacción” fue un correctivo y un foco de luz que alumbró un punto ciego que a los críticos formales se les había pasado.
También es importante destacar, como el propio autor hace (p. 195), que los estudiosos que desarrollaron la “crítica de las formas” eran en su mayoría protestantes y fideístas. Por su lado, los “críticos de la redacción” eran profesores de teología, laicos y casi todos creyentes. La fe no está reñida con la investigación. Un ejemplo de cómo se puede abordar la figura del Jesús histórico con claros puntos divergentes con la idea de Piñero, es el muy recomendable libro “Jesús y el Espíritu” de James Dunn. No es que el mismo se trate precisamente de un acercamiento a esta investigación, sino que en él se consideran toda una serie de textos evangélicos, y de ellos Dunn extrae algunas consecuencias de gran calado sobre la singularidad de no pocas palabras y acciones del Galileo. El de Dunn es un libro académico y científico, que aporta elementos de gran riqueza a la figura de Jesús.
El mismo Piñero manifiesta no estar de acuerdo con otros estudiosos serios como son Joaquim Jeremias (p. 197), John D. Crossan (p. 201) e incluso con el Jesus Seminar (p. 203)… en algunos aspectos tampoco con Dunn como ha puesto de manifiesto en otros lugares. No pienso que exista tal contraposición de mesianismos en relación a Jesús. Por un lado uno puramente judío y por el otro, el paulino. Siguiendo al anteriormente mencionado libro de Dunn, en Jesús se pueden distinguir algunos elementos distintivos que si bien deben ser ubicados en la religiosidad judía de su entorno, sobresalen de ella por su aplicación al propio Jesús. Es más, el propio Galileo hace suyas algunas de estas importantes ideas como pueden ser su conciencia de tener una especial relación con Dios (filiación) y de sentirse, consecuente, llamado a una misión de dar a conocer esta realidad que él vivía y que ponía de manifiesto en su vida de oración (conciencia de ser alguien llamado y comisionado).
El buen uso de los métodos críticos-históricos no te hacen más creyente, más ateo o más agnóstico. Sencillamente apuntan y señalan un camino de acceso a los textos sagrados que hay que tener presente. En ese camino han existido graves errores y grandes aciertos. También importantes diferencias entre estudiosos cuando se pasa del enunciado o la teoría a su aplicación práctica. A la par, no existe la objetividad, todos somos sujetos, todo es subjetivo al pasar por nosotros. Subjetivo no equivale aquí a torcido o no fiable… aunque en ocasiones así ocurre. Es conocido el golpe de gracia que le dio Schweitzer a la teología liberal del siglo XIX, cuando puso al descubierto que todas aquellas reconstrucciones sobre Jesús reflejaban sobre todo la psicología de aquel siglo y la de los propios autores. Esto es un peligro que siempre está acechando a cualquier estudioso, sea de la tendencia que sea, “independiente” o no. Después está el hecho de que existen críticos radicales y otros más moderados.
Recomiendo la lectura del libro de Antonio Piñero. Nuestro autor no necesita presentación y sabe exponer y escribir perfectamente bien. He intentado explicar con cierto detalle el contenido del presente libro para que el interesado pueda conocer qué se va a encontrar en sus páginas. Para el ateo o el agnóstico todo termina con la separación total entre lo que identifica como perteneciente al Jesús histórico y al Cristo de la fe… pero el creyente no tiene por qué proceder así. Es cierto que la fe no puede ser abordada por la moderna historiografía, como tantas otras cosas que pertenecen al ámbito y a la realidad del ser humano. El creyente haría muy bien en conocer todo lo que se dice en esta “Aproximación al Jesús histórico”, y tanto unos como otros aprender a dialogar y a reconocer los propios límites. En el respeto mutuo y la consideración de lo que el otro nos quiere transmitir se puede avanzar mucho en todos los sentidos.
Etiquetas