Nuria Calduch-Benages (coord.), en PPC 'Mujeres de la Biblia'
(Antonio Aradillas).- Alcanzó ya la violencia machista tales grados de crueldad, frecuencia, perversión e indignidad, con tan escasas -nulas- perspectivas de aminorarla y hacerla desaparecer de la haz de la tierra, que cualquier reflexión que se realice acerca de ella, es -será- sagrada e insoslayable. En contexto tal, es imprescindible recabar de la Iglesia -jerarquía y laicos- que, con argumentos decididamente evangélicos, contribuya al esclarecimiento de un tema de tan singular importancia para sí y para toda la humanidad.
Pero el hecho escalofriantemente cierto, es que hasta el presente, y con indómitos y falaces "argumentos", la institución eclesiástica no ha contribuido a cercenar tanta miseria moral, sino que, de alguna manera, ha favorecido su mantenimiento y aún su desarrollo. Por constitución "religiosa" y "política" -la Iglesia es además Estado libre e independiente-, la mujer, por mujer, es y está, todavía discriminada, hurtándosele derechos, que como persona le corresponden, exactamente lo mismo que al hombre-varón.
Tamaño desacato injurioso, desolador e impropio de instituciones y épocas que se dicen "civilizadas", -a veces con invocación blasfema del sagrado nombre de Dios-, englobado en la generalizada expresión de "violencia de género", o machista sin ningún paliativo, demanda el compromiso de la Iglesia en la tarea de la extirpación de cualquier signo discriminatorio existente, y hasta "canonizado", en la relación hombre-mujer, considerada y tratada esta, levíticamente como "pecado" u "objeto de pecado".
Pero, por fin, en los penúltimos tiempos, sobre todo bajo la inspiración del Concilio Vaticano II, se registran algunos -leves- indicios de lejana equiparación eclesial de la mujer con el hombre, todavía con la imposibilidad de que tal equiparación se concrete y homologue con todas sus consecuencias, sin excluir el acceso al sacerdocio y a toda clase de responsabilidades, que la teología del laicado señala, en los balbucientes y vacilantes pasos sacramentales, disciplinares y canónicos, que jerárquicamente le está permitido iniciar.
Pero el ritmo impuesto, no es ya válido, para el que otrora se intitulara con piadosa satisfacción "el devoto sexo femenino". La mujer ha irrumpido con agilidad, provecho y disponibilidad en los ámbitos sociales, políticos, culturales y profesionales que antes parecieran exclusivos del hombre, y no está ya conforme con que se les exilie de aquellos otros comprometidamente relacionados con "Nuestra Santa Madre la Iglesia", en la que los hombres son y ejercen de dictadores a perpetuidad.
Comienzan ya a ser noticias, con categoría de información documentada y veraz, las iniciativas de grupos y organizaciones de mujeres católicas, que exigen la convocatoria próxima de un Concilio, en el que se estudie y decida la implantación del sacerdocio femenino. Mujeres teólogas, expertas y con sus correspondientes titulaciones y grados universitarios en cualquier disciplina eclesiástica, con méritos idénticos y aún superiores a los teólogos varones, adoctrinan en sus cátedras, conferencias y publicaciones de libros, en esta liberadora dirección, pese a no pocas dificultades impuestas por la Iglesia oficial, los miembros de cuya jerarquía dan la impresión, en términos generales, de ejercer de inquisidores y anatematizadores, tal y como lo fueron en los más tenebrosos tiempos de la historia, con procedimientos y descalificaciones "antifranciscanas". Se da por supuesto que tal Sínodo Universal habría de ser recordado con mayor repercusión que el mismo Concilio de Trento, por poner un ejemplo.
Es -será- cuestión de tiempo. Pero a la mujer, por mujer, no es ya posible seguir cerrándole las puertas de las plenas responsabilidades eclesiásticas, con explícita mención también para el sacerdocio. Las soluciones para conseguirlo están en sus manos. Y ellas, por esposas y madres, las tienen, y las tendrán, sempiternamente habilitadas para que su ejercicio pueda ser más efectivo que el del que hasta ahora ha sido y es responsabilidad del hombre... La "salvación" y continuidad de la Iglesia está en manos femeninas.
En tan meritoria tarea será provechosa la lectura del libro "Mujeres de la Biblia", de la editorial PPC, en su colección "Las palabras y los días", coordenado por Nuria Calduch-Benages, licenciada en Filología anglogermánica, doctora en Sagrada Escritura y profesora del Antiguo Testamento y de Antropología Bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, a la vez que miembro de la Pontificia Comisión Bíblica. Suya es la frase de que "la historia de las mujeres bíblicas constituye un auténtico desafío para todos los creyentes".