Un guión inédito de Jean-Paul Sartre ‘Tifus’. (Otra) epidemia imaginada para filosofar sobre la humanidad, el miedo, el amor y el heroísmo
Preocupado por los tiempos (oscuros) que Europa y el mundo atravesaban, el pensador francés, existencialista y humanista, trabajó en 1943 en un guión para una futura película, movido por el deseo de crear una historia concreta que reflejase situaciones universales
Aunque permaneció inédito y nunca llegó a producirse en audiovisual, el guión se terminó por publicar en 2007 (en español en 2009, editado por Edhasa) y hoy el ‘Tifus’ de Sartre ha recobrado actualidad, en el contexto de la pandemia del coronavirus
Desde Sófocles, con Edipo Rey, hasta ‘La peste’ de Camus, la dramaturgia y la literatura en general han imaginado diferentes emergencias sanitarias para poner al hombre en el límite
Desde Sófocles, con Edipo Rey, hasta ‘La peste’ de Camus, la dramaturgia y la literatura en general han imaginado diferentes emergencias sanitarias para poner al hombre en el límite
En 1943 una productora propuso al filósofo Jean-Paul Sartre (1905-1980), que entonces preparaba junto a Merleau-Ponty una revista política y literaria, que escribiese un guión para una futura película. Preocupado por los tiempos (oscuros) que Europa y el mundo atravesaban, el pensador francés, existencialista y humanista, trabajó en lo que tituló ‘Tifus’, movido por el deseo de crear una historia concreta que reflejase situaciones universales. Aunque permaneció inédito y nunca llegó a producirse en audiovisual, el guión se terminó por publicar en 2007 (en español en 2009, editado por Edhasa) y hoy el ‘Tifus’ de Sartre ha recobrado actualidad, en el contexto de la pandemia del coronavirus y los intereses literarios que está suscitando.
Desde Sófocles, con Edipo Rey (obra en la que tiene lugar una epidemia como represalia divina, enviada por los dioses tras el asesinato de Layo), hasta ‘La peste’ de Camus, la dramaturgia y la literatura en general han imaginado diferentes emergencias sanitarias para poner al hombre en el límite y filosofar sobre el miedo, el amor o el heroísmo. En ese sentido, también Sartre (colega de Camus) se sirvió de la expansión de una enfermedad contagiosa, el tifus, para hacer un retrato moral del mundo moderno.
“Gran primer plano: la cabeza del indígena, ojos en blanco, boca entreabierta. Una enorme mosca se pasea por su labio superior”. Con el lenguaje cinematográfico adquirido para la ocasión, el relato de Sartre registra una primera imagen que permite al lector tomar conciencia de la fatalidad del contagio. En una Malasia bajo protectorado británico, una víctima abandonada sobre la arena atestigua que nadie está a salvo, mientras las calles empiezan a despoblarse, quedando solo a la vista “tiendas muertas” y, lo que es peor, “cadáveres cubiertos por un velo”. Aterrorizados, los pasajeros de un autobús de europeos desean escapar de ese lugar. Entonces Nellie, una mujer joven que se dedica al espectáculo, pretende ayudar a otro indígena enfermo, que todavía vive. Pero el resto de pasajeros se indigna: “¿Va a correr el riesgo de contagiar a veinte personas para salvar a una?”. Bajo un supuesto dilema ético se esconde mucho más que la disyuntiva una vida-veinte vidas. Se esconde la realidad colonial: el valor de la existencia de un malayo “cargado con fardos” no es el mismo que el de “algunos blancos vestidos con lino blanco”, como remarca la aguda ironía de Sartre.
Víctimas y mercaderes
El escenario es una ciudad portuaria, con barcos atracados y un ambiente social también atracado en la desigualdad, degradado por el racismo y la injusticia, gracias a los que todo se comercia desde hace tiempo. Un ambiente que ha venido a agravarse con el estallido de la epidemia de tifus. Perdido en ese medio, George es un antihéroe, de apariencia dura y palabra fría. Se viste como un indígena, pese a no ser malayo, sino blanco, y sin embargo se dedica a entregar información sobre delitos al inspector de policía, a cambio de bebida. Alcoholizado, George confiesa algo más profundo que el remordimiento: se tiene asco a sí mismo por hacer lo que hace. “Si al menos fuesen blancos… pero le entrego malayos. Gente como yo”. Permanentemente ebrio y desdibujado, chivato, traidor, machista… George se considera un vendido, un demonio, un animal. Pero en el fondo de su compleja personalidad asoma algo que parece librarle de la deshumanización completa: dice que se identifica con los malayos. Con los nobles. Con los explotados. Se siente en el lado de las víctimas.
Ante la propagación del tifus, la trama de Sartre ilustra una situación que vuelve a tener su reflejo en la actualidad: las autoridades sanitarias gestionan la emergencia a la desesperada. Movilizan a las tropas y organizan de una redada (hoy hablamos de rastreo) “de los indígenas de los barrios norte y sur”. Preparan certificados de vacunas “que se entregarán a quienes se haya administrado la inyección” en el hospital… Y entonces los codiciosos, los que pretenden hacer fortuna a costa de la desgracia ajena, surgen y formulan una estrategia muy lucrativa: los empobrecidos se harán inyectar varias veces, vendiendo sus certificados, para ganar unos céntimos. Los indígenas, corriendo el riesgo de morir, ensancharán las carteras de los traficantes.
Mientras todo esto sucede, Nellie está harta de lo que le rodea. “Del sol, ante todo. Querría estar diez años sin verlo. Y además, de todos los bichos que trae el sol, las chinches, las arañas, los escorpiones, las tarántulas. Y de los tugurios donde hay que cantar. Y de los hombres que hay en los tugurios. Y de sus miradas sobre todo mi cuerpo”. Se queda sin blanca, en la indigencia, y solicita la repatriación, pero el consulado está colapsado y nadie le ofrece una solución. Su caso no es el único. La situación social ha empezado a hundirse. “Si el puerto deja de funcionar, vamos a tener veinte mil parados”, le explican.
Una intensa sensación de agobio le llega al lector desde el corazón atrapado de Nellie, que para colmo acaba metiéndose en nuevos apuros. Hasta que una sucesión de casualidades hace que se tope con George, que se ofrece a sacarla de ellos. “Voy a ir allá a reparar sus torpezas”, dice él, y Nellie se ofende, orgullosa, y desconfía del desconocido. “Usted es un soplón, dedíquese a los suyo. ¿Acaso le he pedido algo?”. Él responde con contundencia: “Justamente porque no me ha pedido nada”. Desde ese momento, el guión sigue la evolución de ambos personajes, del cinismo a la gratuidad, de la desprotección a la aceptación de ayuda, de los juicios inútiles al necesario amor.
El guión sigue la evolución de ambos personajes, del cinismo a la gratuidad, de la desprotección a la aceptación de ayuda, de los juicios inútiles al necesario amor
Los fantasmas del médico que desertó
“Solo yo tengo derecho a rehabilitarme y perdonarme, y no me perdono: me odio”, insiste George. Y por fin se descubre de dónde viene su tormento interior. “Me habían destinado a Colombo para atender una epidemia. No era tifus, era cólera. Murieron dos médicos de siete. Me quedé seis noches sin dormir y después, un buen día, cogí mi automóvil y me marché lo más lejos posible. Eso es todo. Mire en qué me he convertido”. George era médico y abandonó, para salvarse, su misión en medio de la catástrofe. Años después, no lo ha podido olvidar.
Sin embargo, el destino quiere que surja una segunda oportunidad: han crecido terriblemente los casos de infectados en los muelles, un médico debería ir donde nadie quiere, e “instalarse de manera permanente” (y casi suicida) a atender a los enfermos. “El hospital ya no tiene ni siquiera un jergón libre”, dicen los sanitarios ejercientes… Y le proponen que sea él. Así concluye una historia de redención y empieza una de amor, dura pero emocionante, en la que el tifus reúne a dos desafortunados que “se miran a los ojos” y aprenden a perdonarse.