La imperfección, los defectos, los desaciertos no son ninguna lacra, sino parte de la condición humana. Cuando aceptamos nuestra realidad e intentamos crecer, poco a poco, como seres humanos, podemos alzar de nuevo el vuelo.
Existe una falsa creencia de que Dios atiende en primer lugar a los sanos, a quienes se creen santos y se consideran perfectos y privilegiados. Por desgracia, así se ha hecho y se ha predicado en numerosas ocasiones, por quienes han olvidado la verdadera misión recibida de Jesús.
Porque Él se acercó con un corazón misericordioso y compasivo a todos los enfermos y marginados de su tiempo. Quienes no se consideran perfectos, solo pueden exclamar: dichosa imperfección.
Tenemos que aceptarnos y querernos como somos, en nuestra frágil condición de seres humanos, porque somos capaces de caer y de levantarnos. Y ser sanados por el abrazo y la mirada cariñosa y alentadora de Jesús.