Memoria agradecida de alguien que me enseñó a ser misionero Muere Mons. André de Witte, presidente de la Comisión Pastoral de la Tierra, en Brasil
Llegó como misionero a Brasil, al estado de Bahia, en el sufrido Nordeste Brasileño, el 12 de febrero de 1976
Extremamente austero, hasta en el comer, un obispo pobre entre los pobres, con un armario cuyo contenido no debe ser mucho más que lo que entra en una maleta
Garantizar que los pequeños agricultores tuviesen tierra y agua siempre ocupó un lugar preferencial en su vida
En sus 45 años de misionero recorrió millones de kilómetros, muchas veces por caminos de tierra, siempre en coches pequeños, que él mismo conducía, y sin ningún lujo. De hecho, costó que aceptase tener un coche con aire acondicionado
Garantizar que los pequeños agricultores tuviesen tierra y agua siempre ocupó un lugar preferencial en su vida
En sus 45 años de misionero recorrió millones de kilómetros, muchas veces por caminos de tierra, siempre en coches pequeños, que él mismo conducía, y sin ningún lujo. De hecho, costó que aceptase tener un coche con aire acondicionado
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
Falleció este domingo, 25 de abril, Mons. André de Witte, presidente de la Comisión Pastoral de la Tierra – CPT, y obispo emérito de la diócesis de Ruy Barbosa, en el estado brasileño de Bahia.
Hasta aquí una noticia, como tantas que uno escribe, todavía más en este tiempo en que la muerte se ha instalado en nuestras vidas como algo todavía más cercano, demasiado próximo. Pero hablar de Don André, todavía más en este momento en que ha partido para la casa del Padre, es algo que tiene que ver con los sentimientos, nacidos de una convivencia de casi diez años en que fui misionero en la diócesis de Ruy Barbosa.
Nacido en Bélgica, el último día del año 1944, estudió en el seminario para América Latina, uno de los muchos seminarios nacidos en diferentes países de Europa a raíz de la encíclica Fidei Donum, publicada en 1957 por el Papa Pío XII, donde ya desde seminaristas estudiaban aquellos que sentían una vocación misionera.
Después de ordenado y haber estudiado agronomía, llegó a Brasil, al estado de Bahia, en el sufrido Nordeste Brasileño, el 12 de febrero de 1976. Siempre vivió en ese estado, primero como sacerdote, en la diócesis de Alagoinhas, durante 18 años, y después en Ruy Barbosa, donde en 1994 pasó a ser su cuarto obispo, una diócesis que acompañó hasta el 15 de abril de 2020, en que el Papa Francisco aceptó su renuncia, pasando a ser emérito, y donde continuaría viviendo.
De Don André, lo primero que hay que decir es que era un buen hombre, de aquellos de quienes los otros a veces se aprovechan. Extremamente austero, hasta en el comer, un obispo pobre entre los pobres, con un armario cuyo contenido no debe ser mucho más que lo que entra en una maleta. Siempre fue un obispo más preocupado con lo que pasaba en la calle que con las cosas de la sacristía, una voz firme y profética, aunque nunca necesitase levantar la voz ni pelearse con nadie para eso.
A lo largo de 45 años de misión, el obispo emérito de Ruy Barbosa se fue encarnando en la vida de los nordestinos, históricamente marginados por la sociedad brasileña, donde la sequía ha marcado la historia de esas gentes. Decía abiertamente que era baiano de corazón, de hecho, había recibido años atrás el título de ciudadano del Estado de Bahia. Fruto de su formación agrónoma y de haber nacido en una familia de agricultores, el mundo rural y el sufrimiento de los agricultores fue una de sus grandes preocupaciones.
Garantizar que los pequeños agricultores tuviesen tierra y agua siempre ocupó un lugar preferencial en su vida. En los años en que fue obispo, la diócesis de Ruy Barbosa construyó millares de cisternas de captación de agua de lluvia, una necesidad extrema en una región donde a veces pasan meses sin caer una gota, lo que a lo largo de la historia provocó sufrimiento y muerte en mucha gente.
Su compromiso con esas causas hizo que en 2015 fuese elegido vicepresidente de la Comisión Pastoral de la Tierra, pasando a ser su presidente en 2018, cargo para el que había sido reelegido en la última Asamblea Nacional del CPT, celebrada virtualmente de 6 a 8 de abril.
Don André siempre insistió en la colegialidad, en una Iglesia de comunión, ministerial, que valora a todos los bautizados e impulsa todas las vocaciones. Como obispo nunca dijo no a aquello que pedían sus hermanos en el episcopado, ocupando diferentes servicios en el Regional Nordeste 3 de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil y a nivel nacional. Juventud, ecumenismo, defensa de la tierra y los derechos de los pequeños agricultores, cuidado de la casa común, fueron los campos donde más actuó.
Junto con eso, siempre tenía tiempo para hacerse presente en las comunidades, en una diócesis con más de 700. Por pequeñas que fuesen, si era llamado para confirmar, o simplemente para visitar, o celebrar una misa, allí estaba. En sus 45 años de misionero recorrió millones de kilómetros, muchas veces por caminos de tierra, siempre en coches pequeños, que él mismo conducía, y sin ningún lujo. De hecho, costó que aceptase tener un coche con aire acondicionado.
Don André murió el Domingo del Buen Pastor, una fecha que él siempre celebraba con especial devoción, pues siempre quiso, y muchos dicen o decimos que consiguió, ser imagen del Buen Pastor, que cuida de las ovejas, que da la vida por ellas, también por las perdidas y por aquellas que no son de su redil. La noticia, que ha sorprendido a mucha gente, no solo en la Diócesis de Ruy Barbosa como en muchos lugares de Brasil, ha provocado un sentimiento de dolor, pero también de agradecimiento por lo que fue en la vida de tanta gente, especialmente de los pobres, los pequeños y sencillos.
Personalmente solo puedo agradecer por su testimonio, que me ayudó a aprender lo que significa vivir la misión, a escuchar y acoger, a dar valor a todos, especialmente a los laicos y laicas, a entender que a veces ese no es el camino y tenemos que rectificar, como él mismo hizo muchas veces después de escuchar. Su empeño en construir una Iglesia sinodal, donde las cosas eran decididas entre todos, sacerdotes, vida religiosa y laicos, donde él mismo decía que lo decidido en la Asamblea Diocesana, el obispo era el primero que tenía que asumir, es un ejemplo que va a quedar marcado en la vida de mucha gente, también en la mía. Descanse en paz Don André, su memoria va a permanecer viva en muchos, también en mí, y eso es algo ante lo que solo puedo decir gracias.
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