Comentario al Evangelio del XIV Domingo del Tiempo Ordinario Ojea: “Con la misma lengua con la que alabamos y bendecimos a Dios, maldecimos al prójimo”
“Muchas veces nos pasa que aquello que viene y que surge de alguien que es ‘de los nuestros’, de alguien que conocemos de antemano, de alguna manera no le damos el valor y la importancia que ello tiene”
“Tengamos el corazón grande y simple para reconocer lo bueno y no llenarnos de sospechas, de desconfianzas y de maledicencias”
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
En el XIV Domingo del Tiempo Ordinario, el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, ha iniciado su reflexión sobre el Evangelio dominical diciendo que “estamos acostumbrándonos a hablar muy livianamente de los demás”. Al respecto recordó las palabras del apóstol Santiago, que dice que “con la misma lengua con la que alabamos y bendecimos a Dios, maldecimos al prójimo, imagen de Dios”, insistiendo en que “la lengua es tremenda, puede hacer un incendio”.
Las palabras no revisten demasiada importancia
Según Ojea, “esto les pasaba a estos compatriotas de Jesús que lo ven volver a Nazaret, enseñar en la sinagoga como quien tiene autoridad, precedido de la fama de los milagros que había hecho en Cafarnaúm, y allí ellos comienzan a expresarse sin conocer a fondo a Jesús”. El obispo recordó una de las preguntas que la gente se hace: “¿De dónde le viene a este esta manera de expresarse?”. Según el presidente del episcopado argentino, “esto como que el haber nacido entre ellos lo inhabilita. Antes querría reflexionar en este tema de la penumbra de la palabra en el mundo en que vivimos, qué poco valor tiene la palabra, cómo podemos alabar e insultar en poco tiempo a la misma persona y sin que esto importe demasiado. Lo único que importa es el saldo económico, las palabras no revisten demasiada importancia”.
Desde ahí resaltó que “este hablar livianamente también había tomado a estos compatriotas de Jesús hablando de alguien sin conocerlo del todo. Pero en ellos también había como una envidia que surge cuando alguien salido del propio terruño brilla, es mirado por los demás, es ponderado, es alabado, es querido, nadie es profeta en su tierra, frase que Jesús va a decir negándose a hacer milagros por la falta de fe de estos compatriotas suyos”.
El Papa Francisco y los argentinos
Algo que en opinión de Ojea muestra desconfianza: “¿Qué nos querrá vender? ¿Qué se traerá ´bajo el poncho´? ¿Qué está oculto detrás de esta persona?”, insistiendo en ver estos cuestionamientos como “la expresión de la desconfianza”. Algo que, según el obispo, “nos pasa por ejemplo con el Papa, surgido de las entrañas de nuestra tierra argentina”. Como ejemplo, señaló que “el otro día el Papa logra, junto con la Secretaría de Estado y el cardenal enviado a Ucrania, algo que no se había podido dar: el intercambio de prisioneros entre Ucrania y Rusia. Es una guerra tan cruel que a los prisioneros se los mataba directamente, no había canje”.
Ojea recordó que “esto mereció el agradecimiento del arzobispo ortodoxo de Ucrania al Santo Padre por ese esfuerzo por la paz”. Frente a ello recalcó que “esto prácticamente no apareció en ningún comentario, y es algo trascendente, esos esfuerzos por la paz que se van logrando de a poquito y que tienen al Santo Padre como un factor fundamental en medio de esta enorme tormenta que invade al mundo, que es la violencia”. Por eso afirmó que “muchas veces nos pasa que aquello que viene y que surge de alguien que es ‘de los nuestros’, de alguien que conocemos de antemano, de alguna manera no le damos el valor y la importancia que ello tiene, en este caso, este artesano de la paz que tenemos como nuestro Papa argentino”.
Finalmente, el presidente del episcopado argentino invitó a pedir al Señor que “nos enseñe a discernir lo que viene de Dios”. Eso, porque “en realidad, los fariseos habían embarrado la cancha diciendo que lo que venía de Jesús era demoníaco, venía de Belcebú, venía del demonio, y esto también conspira para que los paisanos de Jesús no lo admitan sencillamente como bueno”. De ahí la necesidad de que “tengamos el corazón grande y simple para reconocer lo bueno y no llenarnos de sospechas, de desconfianzas y de maledicencias de antemano como para prevenirnos nosotros y no dejar que entre el bien en nuestro corazón”.
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