El Concilio de Jerusalén y su relación con el Sínodo Radcliffe: “¿Qué pasa con la voz profética de las mujeres, consideradas huéspedes en su propia casa?”
“Si nos reunimos en el fuerte nombre de la Trinidad, la Iglesia se renovará, aunque tal vez de maneras que no sean inmediatamente evidentes”
“Nosotros, una identidad que reúne a toda la Iglesia dividida”
Una Iglesia “en la que ya las mujeres asumen responsabilidades y renuevan nuestra teología y nuestra espiritualidad”
“La historia de la Iglesia es la de una creatividad institucional sin fin”
“Cómo quitaremos cargas de los hombros cansados de nuestros hermanos y hermanas de hoy, que a menudo se sienten incómodos en la Iglesia”
Una Iglesia “en la que ya las mujeres asumen responsabilidades y renuevan nuestra teología y nuestra espiritualidad”
“La historia de la Iglesia es la de una creatividad institucional sin fin”
“Cómo quitaremos cargas de los hombros cansados de nuestros hermanos y hermanas de hoy, que a menudo se sienten incómodos en la Iglesia”
“Cómo quitaremos cargas de los hombros cansados de nuestros hermanos y hermanas de hoy, que a menudo se sienten incómodos en la Iglesia”
| Luis Miguel Modino, enviado especial al Vaticano
El Concilio de Jerusalén ha sido la fuente de inspiración para el padre Timothy Radcliffe en su reflexión espiritual de preparación al cuarto Módulo de la Asamblea Sinodal del Sínodo de la Sinodalidad que reflexionará sobre “Participación, gobierno y autoridad”, abordando la cuestión de los procesos, estructuras e instituciones que se necesitan en una Iglesia sinodal misionera.
Afrontar la primera gran crisis de la Iglesia
El dominico reflexionó sobre un Concilio “convocado para afrontar la primera gran crisis de la Iglesia después de Pentecostés”. Una Iglesia profundamente dividida, en crisis de identidad. Desde ahí recordó las palabras de Francisco en Lisboa, donde dijo que “maduramos a través de las crisis”, en la medida en que las abrazamos con esperanza.
La Iglesia significa reunión, enfatizó Radcliffe, que cuestionó sobre la necesidad de reunirse “no sólo físicamente, sino también en nuestros corazones y mentes”, sobre si “estamos dispuestos a ser atraídos más allá de la incomprensión y la sospecha mutuas”, sobre si somos como el hermano mayor “que se queda en el borde, negándose a ser reunido en la alegría del regreso de su hermano”.
Llevar la paz a un mundo crucificado por la violencia
En su opinión, el Espíritu Santo “nos reúne y nos envía, oxigenando la sangre vital de la Iglesia”, afirmando que “somos reunidos para descubrir la paz entre nosotros y enviados para proclamarla a nuestro pobre mundo, crucificado por una violencia cada vez mayor, en Ucrania, Tierra Santa, Myanmar, Sudán y tantos otros lugares”. Desde ahí reflexionó sobre cómo ser signo de paz si estamos divididos entre nosotros.
Mostrando la comparación entre el Concilio de Jerusalén y el Sínodo, reunidos en el nombre del Señor, afirmó que eso “significa estar seguros de que la gracia de Dios actúa poderosamente en nosotros”. A aquellos que le han dicho “este Sínodo no cambiará nada”, les dice que “eso es falta de fe en el nombre del Señor”, pues “si nos reunimos en el fuerte nombre de la Trinidad, la Iglesia se renovará, aunque tal vez de maneras que no sean inmediatamente evidentes”, viéndolo no como optimismo, sino como “nuestra fe apostólica”.
Una identidad que reúne a toda la Iglesia dividida
Desde el pensamiento de Cornelius Ernst, señaló que “la Iglesia es siempre nueva, como Dios, el Anciano de días y el niño recién nacido”. Analizando el Concilio, Radcliffe afirmó que “los discípulos se reúnen porque vieron que Dios ya estaba haciendo algo nuevo. Dios les había precedido. Tenían que alcanzar al Espíritu Santo”. Ahí destacó la actitud de Santiago, que basaba su identidad “en una relación de sangre con el Señor”, por lo que consideró maravilloso “que sea él quien proclame esta nueva identidad”, considerando de gran valor y fe el decir “nosotros, una identidad que reúne a toda la Iglesia dividida”, una Iglesia de judíos y gentiles, que según el dominico “le llevó tiempo, como a nosotros”.
Un nuevo sentido del “nosotros”, que dijo haber experimentado durante la guerra civil en Burundi, al celebrar la Eucaristía cuando recorrió el país con dos de sus hermanos, un hutu y un tutsi. En ese sentido, “nuestro Dios ya está dando vida a una Iglesia que ya no es principalmente occidental: una Iglesia que es católica oriental, y asiática y africana y latinoamericana”. Una Iglesia, insistió “en la que ya las mujeres asumen responsabilidades y renuevan nuestra teología y nuestra espiritualidad”. Una Iglesia en la que “los jóvenes de todo el mundo, como vimos en Lisboa, nos están llevando en nuevas direcciones, hacia el Continente Digital”.
Aceptar la graciosa novedad de Dios
Radcliffe insistió en que más que preguntarse por el qué hacer, hay que cuestionarse por el qué está haciendo Dios, si aceptamos su graciosa novedad. Desde ahí, fijándose en la actitud de Santiago, afirmó que “lo nuevo es siempre una renovación inesperada de lo antiguo”, por lo que “cualquier oposición entre tradición y progreso es totalmente ajena al catolicismo”.
“La historia de la Iglesia es la de una creatividad institucional sin fin” resaltó, citando ejemplos de ello a lo largo de la historia. Desde ahí preguntó por las instituciones necesarias “para expresar quiénes somos como hombres y mujeres de paz en una época de violencia, habitantes del Continente Digital”. Desde el hecho de que todo bautizado es profeta, preguntó como reconocer y abrazar el papel de la profecía en la Iglesia de hoy, y de forma más concreta: “¿Qué pasa con la voz profética de las mujeres, que a menudo siguen siendo consideradas ‘huéspedes en su propia casa’?”.
Finalmente, recordó que el Concilio de Jerusalén liberó a los gentiles de cargas innecesarias, de una identidad dada por la antigua Ley. Desde ahí cuestionó sobre “cómo quitaremos cargas de los hombros cansados de nuestros hermanos y hermanas de hoy, que a menudo se sienten incómodos en la Iglesia”. Por ejemplo, “aquella joven que se suicidó porque era bisexual y no se sentía acogida”, diciendo esperar que “eso nos haya cambiado” y nos identifique con la Iglesia en la que “todos son bienvenidos: todos, todos, todos”, recordando las palabras de Francisco. Un viaje de vuelta a la Iglesia, a la casa del Reino que cada persona empieza dondequiera que esté.