Actualmente hay una especie de frenesí por hacer vacaciones. Aunque tener unos días de asueto después de todo un año de trabajo intenso no hay nada que replicar; podríamos decir que es necesario. Cambiar de la tensión del día a día para pasar unos días de tranquilidad y descanso es bueno incluso para el equilibrio personal. Tener tiempo para dedicarse más a la familia, a relacionarse con los amigos, a leer. Y para los creyentes a tener un tiempo para estar con Dios.
Los que podemos gozar de unas vacaciones no podemos olvidar a tantas personas que no tendrán ni un día de descanso porque su situación económica no se lo permite, o por altruismo o por caridad cristiana. Recuerdo siempre con agradecimiento al médico que se le presentó un enfermo de cáncer, renunció a iniciar sus vacaciones que tenía planeadas hasta que no tuvo bien orientado el tratamiento del paciente; el enfermo era mi hermano.
En las grandes ciudades hay cantidad de viviendas que sus casas parecen hornos, muchas personas viven en ellas hacinados, sin un mínimo de condiciones. En los hospitales hay enfermos que no reciben ni una sola visita durante su estancia.
¿No podríamos dedicar un tiempo para ellos? Recordemos lo que dijo Jesús: “Mi Padre no cesa de trabajar y yo también trabajo” (Jn 5,17). Texto: Hna. María Nuria Gaza.