Hay santos que se distinguen por su gran elocuencia, por sus escritos, por obrar milagros en vida, otros se distinguen por su humildad. Entre éstos últimos encontramos Juan Macías. Un huérfano español que gana su vida haciendo de pastor para mantener a su hermana y con su mísero sueldo aún da limosna a los que son más pobres que él.
Más tarde emigra hacia el Nuevo Mundo. Es un emigrante como los que hoy llegan a nuestras tierras. Sobre las naves que atraviesan el océano hay gente muy diversa: soldados que van a conquistar tierras en busca de gloria, otros tienen sed de oro, misioneros que van a evangelizar, comerciantes y aventuremos con ansias de hacer fortuna, pobres de solemnidad con esperanza de encontrar mejor suerte que la que han dejado. A éstos últimos hoy llamaríamos emigrantes y Juan Macías era uno de ellos.
Experimentó lo que significa el desarraigo, el salto hacia lo desconocido. Pero lo que lo hace significante es que vivió esta situación como un santo. La vida de santidad y amor a los pobres la vivió en su patria y la continuó viviendo en la tierra que le acogía. Entró en la Orden de Predicadores en Lima donde convivió con San Martín de Porres.
Mostró con su caridad hacia los pobres indígenas el verdadero rostro de de Dios: El Padre que nos hace hermanos no hace distinción de color o clase social.Texto: Hna. María Nuria Gaza.