El prólogo del evangelio de San Juan es muy severo en su juicio:
“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Suerte que a continuación hay un "pero" que nos da esperanza.
“Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1, 11-12).¿De qué parte estamos? De la afirmación de los que no le recibieron o de los que creyeron en él.
No vayamos aprisa a confirmar que estamos con los que creyeron en él. Sí podremos afirmar que creemos en él, si cumplimos sus mandatos. Y no vayamos a creer que por decir Señor, Señor, estamos de su lado. Mateo en su capítulo 25 nos da la respuesta clarividente:
“Cuando hicisteis a uno de estos más pequeños a mi me lo hicisteis".
La fraternidad es esencial. Por algo, en la última cena, Jesús nos dejó el mandamiento del amor:
“Amaos los unos a los otros” (Jn 13,34). Y San Pablo nos lo repite con otras palabras:
“Si hablo las lenguas de los hombre, y aún las de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que retiñe… si tengo fe para mover montañas pero no tengo amor, no soy nada… El amor todo lo soporta, no tiene envidia, no es orgulloso, ni egoísta, no guarda rencor, no se alegra con las injusticias…Un día pasarán las profecías… el amor permanecerá” (I Co 13, 1-10).Texto: Hna. María Nuria Gaza.