Los remiendos
Es cierto que todo cuanto usamos se nos va gastando, envejeciendo, como nos gastamos y envejecemos también las personas, y quizás igual que las cosas, también las personas necesitamos remiendos. Pero poner un remiendo es un arte, y no todos sabemos realizarlo de forma adecuada. Poner un remiendo requiere una buena dosis de delicadeza. Corregir un roto, enderezar un mal gesto, disimular un desgaste excesivo, solo suele hacerse bien si se realiza con cuidado y atención.
Si cuando remendamos una tela, debemos tener en cuenta no sólo el color y la calidad del tejido, sino también la resistencia y la fuerza de la tela que se une a la vieja, para evitar que el daño sea peor, cuando una persona necesita un “remiendo” también debe tenerse en cuenta su capacidad para recibir el nuevo impulso, su disponibilidad para ser ayudado, su capacidad de acoger aquello que se pretende transmitir con la luz y la gracia que llega del mismo Señor a través de la persona que, acercándose, intenta remendar cuanto la vida de cada uno ha podido ir rompiendo, para reconstruir la ilusión de una vida puesta al servicio de los demás. Texto: Hna. Carmen Solé.