Espíritu Santo... El viento sopla donde quiere…
Ese “seguir al Señor es para los que están dispuestos a “pringarse”, mancharse en el caminar….”, es sencillamente para el cristiano, acoger a Cristo, su palabra y su vida, en la propia existencia y arriesgarse a caminar con el Espíritu que sopla donde quiere, eso sí, se tiene que afinar el oído para escuchar verdaderamente su voz.
| Gemma Morató / Hna. Ana Isabel Pérez
“El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3,8) Estas palabras del evangelio siempre me llevan a hacer memoria de una experiencia de vida. Hace algunos años, un amigo al que compartí que el Señor me invitaba a seguirle, me regaló una imagen. Una huella no demasiado bonita pero sí, agrietada por las huellas del camino andado; me la dedicó y decía algo así como: “seguir al Señor es para los que están dispuestos a “pringarse”, mancharse en el caminar….”.
Hoy viene hasta mí esa imagen, aquel momento se hace bien presente, aquella conversación, tanto por descubrir en el camino de seguimiento del Señor. Aún conservo esa imagen porque me habla y creo que cada vez la entiendo más. Ese “seguir al Señor es para los que están dispuestos a “pringarse”, mancharse en el caminar….”, es sencillamente para el cristiano, acoger a Cristo, su palabra y su vida, en la propia existencia y arriesgarse a caminar con el Espíritu que sopla donde quiere, eso sí, se tiene que afinar el oído para escuchar verdaderamente su voz. Sin duda, que conlleva dejarse guiar e impulsar por el Espíritu e ir “acertando” en el discernimiento. Pero el viento no siempre sopla de cara y hay que esforzarse también.
Hay que hacerlo en los momentos buenos y en los momentos menos fáciles, por los que en algún momento de la existencia se pasa y es cuando más sentido tiene que tener la opción de vida, el seguimiento de Cristo desde el discernimiento “…entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseño las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros”. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo. Y, dicho esto, exhalo su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. (Jn 20, 19-23). Jesús “exhala su aliento” sobre nosotros, nos da su paz, la alegría verdadera con la que el cristiano puede ser “algo de sal de la tierra y luz del mundo”. Abrir el corazón al amor de Dios y dejarse conducir por el Espíritu Santo que habita en nosotros.