Carta a Cristina Cifuentes



Querida señora Presidenta: He pensado siempre que Usted era la cara más presentable del PP y he deseado que pudiera sustituir a D. Mariano. Por eso me encuentro ahora perplejo ante su situación y su modo de proceder. Pregunta Ud.: ¿por qué tengo que dimitir? Creo que esa pregunta tiene una respuesta de ética política y otra de ética personal.

"La mujer del César no sólo debe ser honraba sino también parecerlo". Esa máxima se acuñó ya en la Roma imperial, al margen del cristianismo y mucho antes de nuestra civilización supuestamente democrática. Ud hoy no es sólo la mujer del César, sino la César en persona. Por si fuera poco, y sea cual sea la historia de su Máster, parece innegable que Ud. ha mentido.

En segundo lugar, no sé si es Ud. cristiana o no pero, si lo fuera, podrá saber que a los ojos de Dios tiene más grandeza humana el pecador que reconoce su culpa y está sinceramente arrepentido de ella, que el presunto inocente que cree no tener nada de que arrepentirse.

Comprendo que Ud. no querría poner en juego su carrera política que parecía prometedora. Comprendo que se lamente diciendo que otros, con alguna historia tan turbia como la suya, siguen en pie impunemente. Comprendo esa sensación de falso honor que nos hace víctimas del juicio de los demás... Pero créame: nada de eso es comparable con la paz y la dignidad que se siente cuando uno es capaz de asumir y reconocer la propia culpa, demostrando así que en su interior queda una bondad más fuerte y más hondamente suya que los fallos que pueda haber cometido.

Además de eso, creo que su dimisión sería un ejemplo inaudito de integridad en este país afectado por lo que en otra ocasión llamé Esclerosis Total Amnioética. Ahora los días podrían ser duros para Ud., pero mañana serían un modelo a seguir por haber sabido superar nuestra incapacidad para dimitir y la hipocresía con que apelamos al ejemplo de Alemania si nos entrega al sr. Puigdemont, pero no invocamos ese ejemplo cuando en Alemania han dimitido ya tres altos cargos públicos por razones académicas semejantes a las que le afectan a Ud.

Finalmente, su gesto podría contribuir no solo a dar un ejemplo en este país sino también a regenerar a su partido. Por razones sociales, yo me considero un radical de izquierdas (si quiere Ud. un izquierdista desengañando): porque creo que las víctimas de nuestro "sistema que mata" son los preferidos de Dios y el punto de partida primario de cualquier consideración política o económica.

Pero, pese a ello, como escribí en otra ocasión, creo necesario que exista un partido de derechas, porque me parece que la derecha ha conservado mejor la necesidad del esfuerzo y la laboriosidad, frente a esas izquierdas ingenuas que parecen desconocer lo que es la pasta humana, y siguen compartiendo el error de aquel barbudo innombrable (tan genial por otro lado), pero que pensaba que con solo llegar los suyos al poder y hacer algún cambio estructural (muy necesario por otra parte), con solo eso ya todos nos volveríamos buenos automáticamente.

Y así nos ha ido. Ya hace más de 40 años, en una carta a los cristianos por el socialismo, en los que siempre milité, recordaba un consejo de san Pablo que me ha parecido fundamental: llevad a cabo vuestra liberación "con temor y temblor".

En fin, mi querida señora, aunque no guste alguna de las cosas que le he dicho, quisiera poder asegurarle que nunca tendrá Ud. en mí a un enemigo (pues no me considero mejor que Usted) sino a un amigo dispuesto a darle la mano y sentarme a tomar un café juntos, hablando tranquila y reposadamente de todo lo que haga falta.
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