"Pensando sobre hechos pasados y amenazas futuras" José I. González Faus: "¿Libertad de expresión o libertad de opresión?"
"Nuestros derechos están siempre limitados por los derechos de los otros"
"La libertad de expresión afecta al contenido de lo que se expresa pero no al modo de expresarlo"
“Desapruebo lo que usted dice, pero daría mi vida para que pueda seguir diciéndolo”.
"No tomar el santo nombre de los derechos humanos en vano"
"Un derecho solo puede tener como sujeto una persona con rostro y nombre; no una entidad impersonal, anónimna o enmascarada"
“Desapruebo lo que usted dice, pero daría mi vida para que pueda seguir diciéndolo”.
"No tomar el santo nombre de los derechos humanos en vano"
"Un derecho solo puede tener como sujeto una persona con rostro y nombre; no una entidad impersonal, anónimna o enmascarada"
"Un derecho solo puede tener como sujeto una persona con rostro y nombre; no una entidad impersonal, anónimna o enmascarada"
1.- Pasado. Cuando aparecieron las proclamaciones de los derechos humanos fue surgiendo simultánea la pregunta: ¿tienen algún límite esos derechos humanos? Poco a poco fue brotando también una respuesta que parecía clara y definitiva: nuestros derechos están siempre limitados por los derechos de los otros.
Por poner un ejemplo vivido en España: es absolutamente fundamental el derecho de reunión. Aún recordamos muchos aquellas multas o penas del franquismo por “reunión no autorizada”. Con la democracia creímos haber conquistado ese derecho. Y luego nos encontramos con que, por ejemplo, los etarras ejercían el derecho de reunión para juntarse a planear algún asesinato o el modo de poner alguna bomba. Aprendimos así que, para objetivos como esos, no hay ningún derecho de reunión. Del derecho de propiedad podríamos decir algo semejante, pero suscitaría mucha polémica y es mejor prescindir de él ahora.
2.- Presente. Si en esa introducción estamos todos de acuerdo, puede ser el momento de plantear la pregunta siguiente: ¿ocurre algo parecido con el derecho a la libertad de expresión? Ese derecho ¿debe interpretarse como un derecho a calumniar, a mentir, a insultar, a blasfemar o a cagarse en la puta madre del vecino? ¿Creemos que, verdaderamente, hay un derecho a eso otro, o que algún derecho humano puede amparar esos modos de comportarse? Y no digamos nada si fuese cierto aquello de que en Facebook habían aparecido cuentas falsamente atribuidas al ministerio de justicia y que este denunció…
Cuando surgían problemas así, los escolásticos tenían un recurso metodológico que puede seguir siendo útil: acogerse a una definición lo más precisa posible, y recurrir a distinciones. Quizá podríamos decir que la libertad de expresión afecta al contenido de lo que se expresa pero no al modo de expresarlo: porque expresarse no es sacar ni ofrecer lo peor de uno mismo. Y es en este segundo punto donde la libertad de expresión puede convertirse en un derecho al insulto, a la falta de respeto o a la burla que desfiguran radicalmente el sagrado derecho a la opinión a la crítica y a la contradicción.
3.- Ejemplos. Últimamente hemos asistido a dos episodios en que voces mediáticas y públicas parecieron negar un derecho a expresarse. Uno fue cuando las declaraciones del general de la Guardia Civil José Manuel Santiago, el pasado 12 de marzo. Y el otro cuando la crítica de Pablo Iglesias al Supremo por la condena de la diputada Isabel Sierra.
Las declaraciones del general Santiago no fueron precisamente afortunadas. Reflejaban la mentalidad militar del que cree que en la guerra hay que obedecer mecánica e inmediatamente porque perder un minuto puede equivaler a perder una batalla. Las otras salieron de lo que podríamos llamar la peor versión de Pablo Iglesias (que está demostrando tener, si no una doble personalidad individual, sí una doble personalidad política).
Pero lo importante en ambos casos creo que no fueron tanto las declaraciones como la forma de reaccionar contra ellas: porque parecía negarles el derecho a expresarse, más que criticar el modo como se expresaron. En el primer caso, mientras el gobierno se limitaba hablar de un “lapsus”, las otras reacciones insistían en que no podía decir lo que dijo. ¿Por qué? Pues porque lo que dijo parecía atacar a la misma libertad de expresión, al dar la impresión de que el gobierno imponía lo que había de decir sobre la gestión de la pandemia.
Ahí está la conmovedora preocupación del señor Casado que, en aquellas declaraciones del general Santiago, veía amenazada la libertad de expresión (y la llamo conmovedora porque pone de relieve, una vez más, cómo la derecha acaba aceptando y utilizando todas aquellas reivindicaciones que había combatido con saña cuando las propuso la izquierda). Tendríamos entonces que hay libertad de expresión para decirlo todo, menos para decir que no debe haber libertad de expresión. Se parece a aquella famosa paradoja de la lógica: “todas, absolutamente todas, las verdades son relativas; pero esto que digo es una verdad absoluta” (con lo cual ya no son todas).
En cuanto a las declaraciones de Iglesias, el poder judicial expresó su “profundo malestar” porque daban la impresión no solo de cuestionar una actuación judicial, sino de "poner en duda la imparcialidad de los jueces que vuelve inmunes a determinados colectivos con un trato de favor".
Esta segunda reacción de los jueces es mucho más matizada que la del señor Casado. Pero la cito porque, lógicamente, los jueces deben saber que esa sensación de falta de imparcialidad está hoy bastante extendida entre muchas gentes, no como acusación personal a éste o a aquel juez, sino como acusación a la judicatura misma. Esto es objetivamente grave, porque hay que dar por descontado que una sentencia judicial nunca gustará a todos de la misma manera. Precisamente por eso hay que evitar toda sospecha previa. Y esa sospecha se ve fomentada por el modo de nombramiento de los poderes judiciales desde los partidos. Volvemos a aquello de que la mujer del César no solo ha de ser honrada sino también parecerlo. Y aquí creo que son culpables todos los partidos, sobre todo los más mayoritarios.
4.- Examen. Esas anécdotas y otras de fuera (como los insultos –que no críticas- a Mahoma en el semanario francés Charlie-Hebdo, o las acusaciones graves de Trump sin aportar ni una sola prueba), nos dejan la siguiente pregunta: ¿debemos reconocer que muchas cosas que hemos admitido como libertad de expresión, deberíamos haberlas criticado como abuso de derecho? Con ello de ningún modo se trata de abogar por la censura. Eso jamás. Sigue en pie la frase falsamente atribuida a Voltaire: “desapruebo lo que usted dice, pero daría mi vida para que pueda seguir diciéndolo”.
Se trata simplemente de recoger el aviso tantas veces repetido por Simone Weil: “la Declaración de los derechos humanos será insuficiente mientras no la acompañe una Declaración de los deberes humanos”. Sin esa Declaración (aún inexistente) el campo tan sagrado de los derechos humanos se convertirá en una buena excusa para maquillar egoísmos no tan humanos. Se trata de que necesitamos una versión laica de aquel famoso mandamiento: “no tomar en vano el Santo Nombre de Dios” [el santo nombre de los derechos humanos].
Y se trata de que la libertad de expresión, precisamente porque es un derecho, solo puede tener como sujeto una persona, con rostro y nombre; no una entidad impersonal, anónima o enmascarada. De este modo, el sujeto se hace responsable de los abusos de ese derecho y deberá dar cuenta de ellos. Pues quien no tiene posibilidad de responder de sus actos, pierde la posibilidad de apelar a derechos.
5.- ¿Futuro? Y resulta que hoy, en las redes sociales, es con frecuencia muy difícil o imposible identificar al autor de muchas expresiones, mientras, por otro lado, constatamos que la cantidad de bulos, fake news, agresiones, insultos y desautorizaciones que van circulando por las redes sociales, tienen una acogida sorprendente en gentes a las que les suponíamos más sentido crítico. Pero parece que el chisme y el chismorreo son como la cocaína de todas esas gentes que no se consideran a sí mismas drogadictas ni degradadas. El ingenuo argumento de antaño: “lo han dicho los papeles”, que luego pasó a “lo han dicho en la tele”, se está convirtiendo hoy en un “me lo han dicho en un guasap”... como decisivo motivo de credibilidad.
Por ahí se puede llegar a una nueva forma de golpe de estado (que ya hemos entrevisto en Honduras y Brasil) y que no se da con Tejeros sino con una mayoría ciudadana cabreada y desesperada, que aceptará cualquier cosa que venga respirando rabia y cólera. Se trata pues de ir soliviantando y enfureciendo a la ciudadanía que se encuentra además asustada y desconcertada y sin saber qué hacer. Hitler no subió al poder porque los alemanes fueran nazis o racistas sino porque consiguió que estuvieran hartos. Y algo similar cabe decir del alarmante ascenso de Vox.
De hecho, Vox (con la innegable fuerza que tiene ahora) ya ha manifestado su opinión bien claramente: “hay que acabar con el estado de las autonomías”, o hay que quitar a este gobierno porque “no tiene legitimidad” (curiosa manera de proclamar que la legitimidad no la dan las urnas sino ellos mismos)…
Vox tiene derecho a decir eso… Pero no tiene derecho a trabajar (mediante la mentira, el insulto o el anonimato) para que algo de eso se vaya llevando a la práctica, y un día nos encontremos con que, sin saber cómo, “Franco ha resucitado”. Y aquello (que hasta parecía permisible) de “váyase señor González”, revela ahora su verdadera intención: “quítese usted para que me ponga yo”. Tras tantos días de pandemia no nos faltaba más que la amenaza de esta otra epidemia
Y esto no es nuevo: si nuestras izquierdas fueran más honestas, deberían reconocer que la canallada de Franco no habría podido triunfar si no hubiera encontrado una buena parte de la sociedad asustada e irritada por los desmanes de la república. Y que recuperar la memoria histórica no es recuperar una victoria. Pero seguimos teniendo mentalidad de western: la sociedad se divide en buenos y malos. Los buenos, por supuesto, son los míos. Los malos los otros.
6.- Apéndice. Dicho todo lo cual, quizá podríamos meditar un poco algunas reflexiones del acervo de la sabiduría humana:
- “El que sabe no habla; el que habla no sabe” (Tao te King). Unilateral, pero invita a pensar.
- “Verdaderamente bueno solo es aquel que no tropieza con la palabra. La lengua es un miembro pequeño que presume de cosas grandes, un fuego pequeño capaz de incendiar una enorme selva… El hombre es capaz de domar toda la naturaleza animal, pero incapaz de dominar la propia lengua… Con ella bendecimos a Dios y maldecimos a los hombres que son imagen de Dios. De ella salen maldición y bendición..., como si de una misma fuente brotaran agua salada y dulce” (Carta de Santiago). Y la lengua que habla, convertida en manos que teclean, multiplica por mil su potencia…
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