"Tenemos que hablar"
Reflexiones sobre la triste sesión del Parlamento, el pasado 12 de mayo
| José Ignacio González Faus
Hoy nos sentimos más ilustrados y más humanos que nuestros mayores porque creemos que aquella barbarie de la caza de brujas ha desaparecido de entre nosotros. Eso solo es verdad en parte: ya no quemamos vivas a las supuestas brujas, lo cual es un gran progreso y muestra que, a pesar de los pesares, la historia puede avanzar si queremos. Incluso, en una estructura democrática, quien es tratado de bruja puede luego tratar de bruja a su acusador: lo cual también tiene algo de progreso aunque, a la vez, implica el riesgo de que acabemos quemándonos todos unos a otros… Aunque no sea en un auto de fe sino en una sesión del Congreso. como la del pasado 12 de mayo
Pese a estos avances, la caza de brujas sigue activa: pues brota de una especie de ADN que llevamos en nuestras psicologías y que forma parte de esa "mancha original" (no “pecado” original), que todos arrastramos desde el comienzo de la historia, y que podríamos definir como la tendencia a enfocar los conflictos considerándonos como el bien total, o la verdad plena; y, consiguientemente, mirando a nuestros enemigos como el mal total. Pues si yo soy el bien total, parece evidente que mi adversario habrá de ser el mal total.
Y el mal total no tiene posibilidades de defensa. Eso es lo que pasaba antaño con las brujas: mienten siempre, y si dicen que no son brujas es la mejor prueba de que lo son, pues están mintiendo. Sobrecoge pensar la fuerza que tuvo antaño este argumento tan deficiente. Pero sobrecoge más comprender que hoy sigue teniendo casi la misma fuerza.
Un ejemplo
En la historia de la filosofía hay un juego polémico de palabras que ejemplifica lo que estoy queriendo decir. Con toda razón escribió Hegel: "la verdad es el todo" (Das Wahre ist das Ganze). Quería decir que, como ningún individuo, ninguna época, ninguna cultura y ninguna filosofía deja de ser una parcialidad, nadie posee la totalidad en la que reside la verdad.
Prescindamos ahora de si Hegel aplicó eso también a su propia filosofía... Lo innegable es que, por esa tendencia imparable que tenemos a totalizarnos, la frase de Hegel acabó significando: "la verdad soy yo". Hasta que T. Adorno (víctima de una de esas totalizaciones) volvió del revés la frase de Hegel: "das Ganze ist das Falsche" (el todo es lo falso).
Bien leídos, no se contradicen ambos axiomas: la clave de su armonía está en el doble sentido que tiene la expresión totalidad en cada una de ambas frases. Hegel dice que la verdad es el todo y Adorno añade que nuestra autototalización siempre es una mentira. El gran Machado lo dijo bien claro: “tú verdad, no: la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. Pero don Antonio no se dio cuenta de que no podemos tener más verdad que “mi verdad”.
Dicho aún de manera más sencilla, recordemos la atinada frase de Meritxell Battet en la primera sesión de Cortes de esta legislatura: “todos somos del pueblo, pero ninguno [y ningún grupo] es el pueblo”. Y examinemos desde ahí, aquella sesión tan vergonzosa y lamentable.
La sesión del Congreso del 12 de mayo
Quienes aquella tarde vociferaban y pataleaban se consideran personas bien educadas, por supuesto. Pero, en aquel preciso momento, se sentían autorizados para esas conductas inciviles porque no caben faltas de educación contra el mal absoluto. Los que, en vez de dar un sí o un no como se les pedía, se permiten añadir un discurso acusador (tan legal como fuera de lugar) lo hacen porque están convencidos de la maldad moral de aquellos que les piden ese compromiso. Y los que sospechan que Junqueras le dijo A. Sánchez: "tenemos que hablar", ven ahí la prueba palmaria de la traición de éste.
Pero ocurre que eso es, precisamente, lo que tenemos que hacer todos: HABLAR, HABLAR, HABLAR. Junqueras con Sánchez, pero también con Rivera, Podemos con Vox y viceversa. Y todos con todos. Porque solo con el mal absoluto (o con Satanás) no se puede hablar. Y Satanás no estaba aquel día en el Congreso: solo había allí un grupo de pobres hombres, cada cual con sus bondades y sus maldades, en grados que yo podré sospechar pero nunca puedo convertir en un juicio absoluto. Por olvidar esto, lo que tendría que haber sido una sesión de "diálogo" (parla-mento) se convirtió en una nueva caza de brujas que ojalá no sea un anticipo de los días que nos esperan.
A través de esta totalización convertimos en mentiras todas nuestras verdades que son siempre parciales, como decía Adorno. Consecuencia de esa absolutización es que nos permitimos algo a lo que no tenemos derecho ni nos está permitido: un juicio no sobre los hechos o las palabras sino sobre las intenciones y motivaciones de los otros.
Jesús de Nazaret y Pablo de Tarso se cansaron de repetir que el juicio moral sobre los demás solo le toca a Dios. La caza de brujas arranca siempre de una condena moral dictada por nosotros y mantenida como evidente. Pero lo ético es que, aun en aquellos actos que parece que solo pueden proceder de una mala intención, no nos toca a nosotros la condena moral de la persona sino solo la de su acción: podemos decir: "has obrado mal"; pero nunca: "eres malo".
¿Por qué? Pues porque no tenemos acceso a toda la historia y a los condicionamientos de ninguna persona. El drama de la pederastia ha puesto de relieve que más de la mitad de los abusadores habían sido abusados ellos en su infancia. El padre del actual dirigente de XOx fue asesinado por ETA luego de tres intentos. ¿Quién de nosotros puede entonces estar capacitado para un juicio moral que llega, más allá del acto, hasta la persona que lo comete?
Si se me permite comunicar una experiencia reciente y repetida, últimamente he tenido que hablar en Cataluña con bastantes gentes independentistas y contrarias a la independencia. Y me ha sorprendido que hay una cosa en la que todos coinciden y dan como cierta (salvo excepciones admirables en ambos bandos): la mala voluntad de los otros. Así no hay nada que hacer. Solo vale para ambos bandos la frase de Pablo sobre judíos y paganos: "todos son pecadores y necesitan la fuerza de Dios".
Digresión bíblica
No quiero acusar a nadie sino solo describir conductas. Para eso quizás nos ilumine otra digresión, esta vez no filosófica sino bíblica. Es sabido cómo algunos salmos de la Biblia rezan pidiendo a Dios venganza más que auténtica justicia. ¿Diremos luego “palabra de Dios”? En el mejor de los casos, ¿no parece más bien un corrido mexicano de esos de “quiera Dios que a ti paguen con una traición igual”?...
Más tarde, cuando hacia el 70 de nuestra era, Jerusalén fue arrasada y el Templo destruido, los judíos que quedaron (fariseos casi todos) se reunieron en Yamnia para reconstruir el judaísmo en torno a la Torá, más que en torno al Templo. Pues bien: una de las plegarias de ese judaísmo reconstruido reza lo siguiente: "que no haya esperanza para los apóstatas, que el reino de la insolencia sea arrancado de raíz, que los nazarenos [= los cristianos] y los herejes no tarden en desaparecer, que sean borrados del libro de la vida y no queden inscritos con los justos. Benditos seas tú, Señor, que humillas a los insolentes".
Finalmente, el evangelio de Mateo (27,25), narrando el juicio de Jesús, cuando Pilato se declara inocente de su muerte, pone en labios de los judíos esta respuesta: "caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Probablemente esa frase no es histórica ni tampoco acusadora: solo quería expresar el estupor del judío Mateo ante la increíble desaparición de Jerusalén. Pero es una frase que ha dado pie al inmoral antisemitismo cristiano.
Pues bien: examinando ahora esas oraciones, sorprende el contraste entre la buena intención moral del orante y la inmoral concreción de su plegaria. Muchos de los judíos que redactaron la maldición de Yamnia contra los cristianos, ni siquiera habrían conocido a Jesús que había muerto unos 40 años antes. Procedían con la mejor buena fe como sus antepasados cuando rezaban los salmos. Pero un cristiano no dejará de preguntarse, con cierta ironía, cómo sería recibida en el misterio de Dios, una plegaria que reclama (repito: con buena voluntad) la destrucción del nuevo pueblo de Dios.
Conclusión
Cerremos el paréntesis y aprendamos su lección: no tenemos ningún derecho a emitir un juicio moral sobre los autores de esa inmoralidad. Solo el Dios Padre de todos los hombre y único que penetra los corazones, puede emitir semejante juicio. Esto significa que, por grandes que sean nuestras diferencias y por inmorales que nos resulten algunas conductas (y confieso ser el primero a quien escandalizan determinadas formas de proceder), no podemos resolver esas diferencias con recursos a la moral, sino con recursos al diálogo.
"Tenemos que hablar" sin duda. Pero tenemos que hablar con todos y entre todos. De lo contrario cometeremos una inmoralidad que, al principio, puede ser solo un error, pero puede acabar convirtiéndose en un error culpable (aunque ese último juicio ya solo toca a Dios).
Dos apéndices para comprendernos mejor
1.Para terminar, será bueno tener en cuenta algunas razones que activan esa tendencia nuestra a la caza de brujas:
1.1. El miedo nos lleva siempre a reaccionar mal. Y un miedo colectivo mucho más. Hoy vivimos horas de pánico global: vienen los fascismos, nada funciona, el terrorismo se ha vuelto muy fácil, nos hemos cargado el planeta, las promesas de la modernidad (como los objetivos del milenio) no se han cumplido...
1.2. Creemos que la satisfacción que nos proporciona el ver sufrir a quien nos hizo daño, restablece el orden roto de las cosas. Lo cual es falso pero funciona desde los orígenes de la humanidad. Recordemos cómo según san Lucas (cap. 4), a Jesús se le irritan todos los judíos piadosos que estaban en la sinagoga porque, citando a Isaías, omite la frase "el día de la venganza" y cita solo la del "año de gracia". El progreso humano ha aportado aquí la supresión de la pena de muerte, y los llamados derechos del acusado (pruebas de la acusación, posibilidad de juicio con defensa...). Pero la tendencia a la condena absoluta del otro rebrota en nosotros con facilidad. Por eso los progresos citados todavía cuesta a muchos aceptarlos, sobre todo si la ofensa les afecta a ellos y no a otros.
1.3. Los humanos casi solo conseguimos unirnos cuando es "contra alguien". La hora actual es de gran dificultad de unión entre nosotros y, a la vez, de gran necesidad de unión. Por eso el inconsciente nos lleva a buscar algún enemigo común, para que nos una (así pasó con el comunismo, con el islamismo...). Y sucede lo mismo a niveles de política más local. Ahí está la caza de brujas.
2.- Por esta razón hace tiempo doy vueltas a la idea de que (fuera o no cristiano, que no lo sé) Roma debería canonizar a Nelson Mandela. Los santos son sobre todo ejemplos e interpelaciones para nosotros, no proveedores milagrosos. Y Mandela es el mejor ejemplo de esa voluntad de diálogo con sus enemigos: ¡y menudos enemigos en el caso del apartheid! Y ¡menuda dificultad para dialogar tras 27 años de cárcel!
Pero Mandela resultó tan capaz de inspirar confianza entre sus enemigos que hasta su carcelero consultaba con él problemas personales de familia, hijos etc...
Así es como se terminan las cazas de brujas: “tenemos que hablar”. ¡Y tanto!