"Mucha alegría y mucho miedo": El carmelita descalzo cuenta cómo acogió su nombramiento como adjutor de la diócesis de Bangassou, en Repúbkica Centroafricana Padre Gazzera, nombrado obispo coadjutor de Bangassou: "Nunca pensé que sería obispo, recen por mí"
"La diócesis de Bangassou es una región tan grande como la mitad de Italia, de difícil acceso y muy insegura"
Es un país que necesita estructuras, desarrollo. Hace falta un compromiso más serio, sobre todo por parte de las autoridades locales. Hay que desarmar los corazones y las manos"
"Ayer pensaba que cuando el Señor llama, siempre da mucho. Nunca hubiera pensado en hacer algo así, y en absoluto en ser obispo. Haremos lo que podamos, con la ayuda de Dios, con las oraciones de tanta gente"
"Para una reconciliación, se necesita desarmar los corazones y las manos. Además, este es un país que necesita estructuras, desarrollo. Hace falta un compromiso más serio, no tanto de la comunidad internacional como de las autoridades locales"
"Ayer pensaba que cuando el Señor llama, siempre da mucho. Nunca hubiera pensado en hacer algo así, y en absoluto en ser obispo. Haremos lo que podamos, con la ayuda de Dios, con las oraciones de tanta gente"
"Para una reconciliación, se necesita desarmar los corazones y las manos. Además, este es un país que necesita estructuras, desarrollo. Hace falta un compromiso más serio, no tanto de la comunidad internacional como de las autoridades locales"
| Antonella Palermo
(Vatican News).- Un compromiso "enorme" para el que cuenta con las oraciones de muchos. Es lo que cuenta el padre Aurelio Gazzera, misionero de los carmelitas descalzos en la República Centroafricana desde hace más de treinta años, que ayer, 23 de febrero, fue nombrado obispo coadjutor de Bangassou por el papa Francisco.
"Cuanto más leo y estudio, más pequeño e incapaz me siento", escribe desde Bouar, en un post de su blog que edita desde hace años: hay toda la humildad de un religioso plenamente impregnado de vida espiritual pero capaz de mantener los pies en la tierra, sorteando a menudo los escollos de una guerra que nunca ha sido sofocada en el país, del lado de los vulnerables en defensa de la justicia y la dignidad.
El viaje que espera al padre Gazzera es desde el noroeste, donde se encuentra ahora, hasta el sureste, para llegar a una diócesis de 135 mil kilómetros cuadrados, muy arriesgada por la guerra que aún siembra trampas y por la que dos misiones siguen cerradas. Nos pusimos en contacto con él por teléfono:
-¿Cómo acoge este nombramiento, padre Aurelio?
-Con mucha alegría y mucho miedo porque es un compromiso enorme asumir este ministerio en una diócesis que es casi tan grande como la mitad de Italia. Estaré con un gran obispo con el que trabajaré al menos durante algún tiempo, monseñor Aguirre, español, que realmente hace milagros allí.Tendremos que intentar seguir adelante con una diócesis tan vasta y tan lejana.
En realidad está a sólo 750 kilómetros de la capital, pero no hay carreteras, así que hay que ir en avión, los camiones tardan uno o dos meses en llegar, así que se hace lo que se puede, y es una diócesis con parroquias dispersas en muchas de las cuales sigue habiendo grandes problemas de seguridad, con milicias rebeldes a ambos lados del país. El trabajo y el compromiso son grandes, por un lado hay un poco de miedo a no estar a la altura, pero por otro está también el don de la gracia del sacramento, la misericordia de Dios, y sobre todo la oración y el cariño de tanta gente que me colma de mensajes, escritos...
-¿Siente también el miedo a la mayor exposición que, como obispo, experimentará inevitablemente?
-El miedo no es tanto el relativo a mi persona. Puede haber violencia, ciertamente, hechos más o menos graves. Pero el miedo no es tanto ese, sino sobre todo el de poder prestar un buen servicio a lo que ahora es mi pueblo. Acabo de terminar un encuentro con los seminaristas mayores de la diócesis, que están aquí en la capital, quince chicos que estudian filosofía y teología, y es una de las primeras cosas que queríamos hacer juntos, venir a saludarlos. Son un poco la esperanza de la Iglesia, y también habrá que ocuparse de todos los sacerdotes y seminaristas que están dispersos en esta gran parte de la Iglesia de Dios que está en Bangassou.
-¿Qué realidad deja atrás?
-Llevo 33 años aquí, en África Central. Estuve unos diez años como director del Seminario Menor. Los chicos de aquellos años allí son ahora los nuevos Superiores de la Misión. El Provincial de África Central fue trasladado, entró en el seminario cuando yo era rector. También está el trabajo que hice durante 17 años en Bozoum como párroco, una gran gracia con todas sus cosas bellas pero también con todas sus dificultades, como los tiempos de guerra, la acogida de refugiados, la mediación con los diversos grupos para intentar salvar vidas. Luego está también el compromiso como Cáritas en las ferias agrícolas, en ayudar al mayor número posible de personas durante estos largos años.
Luego, los últimos tres años en los pequeños pueblos que sigo, la escuela de mecánica. Todo lo que la gracia del Señor me permite hacer... Ayer pensaba que cuando el Señor llama, siempre da mucho. Nunca hubiera pensado en hacer algo así, y en absoluto en ser obispo. Haremos lo que podamos, con la ayuda de Dios, con las oraciones de tanta gente.
-La guerra siempre es un fastidio...
-Desgraciadamente todavía tenemos zonas del país que están continuamente expuestas a ataques. Mons. Aguirre me dijo que hay zonas donde si hay carreteras, es fácil encontrarse con rebeldes y gente armada. Una gran parte del país está realmente fuera de cualquier criterio de seguridad. El gobierno, sinceramente, hace poco. El Tribunal Internacional hace lo que puede, hay un gran compromiso de la ONU, pero estos compromisos no dan muchos frutos en la práctica. En cambio, creo que el gran fruto es este esfuerzo que están haciendo las Iglesias en particular en educación, en fomentar encuentros, en intentar calmar los ánimos y lograr una verdadera reconciliación. Es un gran trabajo, que no se puede cuantificar, pero que el Señor nos ayuda a hacer.
-¿Qué se necesita para una verdadera reconciliación?
-Desarmar los corazones y las manos. Y además este es un país que necesita estructuras, desarrollo. En cambio, no vemos ningún compromiso.
Las carreteras, como he dicho, están cada vez más deterioradas, en la propia capital. Si pensamos que se tarda un par de semanas en coche en recorrer 750 kilómetros en la estación seca, significa que no hay ningún tipo de facilidades. Hace falta un compromiso más serio, no tanto de la comunidad internacional como de las autoridades locales.
-Estamos en el umbral de un nuevo Jubileo.Recordamos en 2015 la apertura del Jubileo de la Misericordia en el propio Bangui.Después de diez años, ¿cómo vivirá este nuevo acontecimiento eclesial?
-Ciertamente será una oportunidad para volver siempre al centro de nuestras vidas que es Jesús, para volver a las raíces de nuestra fe, para volver a centrarnos en las cosas más importantes.Será sin duda un buen momento.Aquí, además, hay una gran riqueza de manifestaciones, incluso externas, de fe y de oración.
-¿Cómo vivir la misión a la luz del carisma carmelita?
-La vida de misionero es el mayor regalo que he recibido. Estos días le decía a mi familia carmelita que en el Carmelo recibí el don de la misión, desde los primeros pasos hasta poder vivir aquí. Ciertamente está el aspecto de la oración y de la vida espiritual. Curiosamente, el aspecto misionero siempre ha sido muy fuerte en nuestro carisma. Y así seguiremos, con la gracia de Dios y las oraciones de muchos y muchas.
-¿Sientes a veces la soledad?
-Benedicto XVI decía que quien reza nunca está solo, quien tiene a Dios nunca está solo. Por supuesto, tendré que dejar a mis hermanos, pero en este momento es lo que menos me asusta.