| Luis Badilla
(Il Sismografo).- El momento que vive el mundo en estas horas, cada vez más cerca del abismo de la guerra, que puede convertirse fácilmente en global y nuclear, reclama con angustia la voz de un verdadero profeta. Es urgente.
Somos de los que piensan que existe tal hombre y que se llama Francisco, obispo de Roma, cabeza de la Iglesia católica.
Se pueden criticar muchas cosas de su pontificado, y lo hemos hecho sin miedo ni cálculo, pero no se puede ignorar que es una personalidad muy querida, escuchada, admirada, respetada y seguida no sólo entre los católicos o cristianos, sino también más allá de estas barreras. Es escuchado por el pueblo pero también por los poderosos. Por los pobres y los ricos. Por las naciones de Oriente y Occidente.
La labor diplomática, aunque fundamental y útil, no es suficiente. Las consideraciones geopolíticas y geoeclesiales pueden ser útiles, pero no son decisivas cuando el horizonte es la muerte de miles de inocentes.
Lo único que ya no se puede posponer y que la humanidad espera es la profecía.
Por supuesto, lo nuestro no es un consejo ni una sugerencia. No tenemos ni títulos ni talentos.
El nuestro es sólo un pequeño relato del estado de ánimo de miles de millones de seres humanos.