Con estas preguntas como guía, buscaremos analizar algunos aspectos de la vida de fe cristiana, que condicionan cualquier itinerario catequético. ¿Hemos conocido el amor de Dios? Una invitación a revisar nuestra experiencia fundante.

¿Hemos conocido el amor de Dios? Una invitación a revisar nuestra experiencia fundante.
¿Hemos conocido el amor de Dios? Una invitación a revisar nuestra experiencia fundante.

"El gran desafío de este siglo quizá sea el que la Iglesia no desaparezca, al menos, como signo de luz y de amor en el mundo".

"Todo esto nos debe llevar a profundizar en los instrumentos a utilizar en el anuncio del Evangelio y el consiguiente acompañamiento que necesitan los hombres y mujeres de hoy, para garantizar que vamos caminando juntos ante la presencia de Dios".

"Muchas veces en nuestro hablar de Dios pecamos por una cierta seguridad -como quien pudiera dar evidencias concretas de lo que afirmamos- cuando en el fondo nuestra propia experiencia cristiana es como una nebulosa". 

En este tiempo de sinodalidad la Iglesia está llamada a revisar no sólo su forma eclesial, sino también todo su contenido: aquello que da los fundamentos para dar razón de su existencia. En este sentido necesitamos examinar el proceso de fe que realizamos los cristianos, tanto los que integramos la Iglesia hace muchos años, como también el proceso que le proponemos hacer a los que invitamos a ser parte de ella. La catequesis, como ese primer tiempo de formación en la fe, nos sigue revelando las dificultades que seguimos teniendo para contagiar algo que no es solo un contenido: es una experiencia fundante que marca la vida de la persona y que es decisiva para el tiempo posterior del camino de fe.

Por eso, las preguntas centrales de este trabajo podrían ser: ¿cómo estamos viviendo hoy nuestra experiencia de fe?, ¿cuáles son los obstáculos que estamos teniendo para que nuestras catequesis sean un verdadero itinerario kerygmático y mistagógico? Con estas preguntas como guía, buscaremos analizar algunos aspectos de la vida de fe cristiana, que condicionan cualquier itinerario catequético. Luego de revisar algunos aspectos, en la conclusión intentamos dar algunas pistas a modo de propuestas, para que nuestras catequesis sean una invitación más seductora. El gran desafío de este siglo quizá sea el que la Iglesia no desaparezca, al menos, como signo de luz y de amor en el mundo. La propuesta impulsada por el Papa Francisco de una Iglesia Sinodal nos coloca a todos como corresponsables de una situación histórica que nos revela la ineficacia de los métodos de evangelización. En medio de ello, la educación en la fe como catequesis propiamente dicha, no es ya algo que deban pensar solamente los teólogos o expertos, sino que es un tema a debatir desde las mismas bases.

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Y como afirma el Concilio Vaticano II, debemos “escuchar con la ayuda del Espíritu Santo y discernir e interpretar los diferentes lenguajes de nuestro tiempo y valorarlos a la luz de la palabra divina” (GS 44). Y es en este sentido que el mismo proceso del Sínodo sobre la Sinodalidad ha comenzado por la escucha para provocar un diálogo que procure que cada cristiano se vea atraído a una “amistad social” de la cual habla Francisco en Fratelli Tutti. Allí explica el Papa que “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar” (FT 198) Quizá es por eso que, no sólo debemos pensar la catequesis a partir de lo que nosotros como cristianos entendemos, sino que debemos abrirnos a investigar, a escuchar al mundo, y reconocer las dificultades que existen en él, y que hacen cada vez más difícil que las personas del siglo XXI puedan creer en el amor de un Dios que se da sin medida y sin pedir nada a cambio.

En un tiempo pos pandémico, donde vivimos retrocesos en todos los campos de la vida social, cultural, política y económica; donde las crisis estallan en todos los campos de la vida, y donde el más reciente conflicto bélico entre Rusia y Ucrania amenaza con una tercera guerra mundial; el mundo entero espera de los cristianos respuesta de una fe creíble, que proponga una experiencia de amor, de consuelo, de esperanza. Todo esto nos debe llevar a profundizar en los instrumentos a utilizar en el anuncio del Evangelio y el consiguiente acompañamiento que necesitan los hombres y mujeres de hoy, para garantizar que vamos caminando juntos ante la presencia de Dios.

Si existen dificultades en los itinerarios de catequesis para poder hacer una experiencia de Dios que toque la dimensión interior de los catecúmenos, es también debido al clima generalizado que vivimos en la educación. Nosotros no vendemos un producto, sino que ofrecemos una experiencia de un Dios gratuito y amoroso. Por eso debemos partir de la difícil situación de la educación que se ve entremezclada por el dominio que el capitalismo ejerce en todos los ámbitos de nuestra vida. Dentro de la presión que ejerce el mercado en la preparación de la mano de obra necesaria, las instituciones educativas quedan obligadas a modelar su estructura funcionalmente para lograr ofrecer un producto que puedan vender y que sus clientes puedan y quieran comprar. En medio de ello los adolescentes y jóvenes quedan rehenes de una voluntad externa a la suya. Como afirma Giroux: “Los jóvenes han quedado al margen del discurso de la democracia. Son los nuevos individuos desechables, un sector de la población carente de empleo, de educación decente y de toda esperanza de un futuro mejor que el que heredaron sus padres” (2018, p. 64). Y aún en medio de esta situación, las instituciones educativas religiosas siguen apostando a transmitir la fe.

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Muchas veces en nuestro hablar de Dios pecamos por una cierta seguridad -como quien pudiera dar evidencias concretas de lo que afirmamos- cuando en el fondo nuestra propia experiencia cristiana es como una nebulosa.  Según Gómez “a la esencia de la fe pertenece, según toda teología razonable, a una especie de oscuridad” (1976, p. 209) que de alguna manera es un parafraseo de la afirmación de san Pablo “Ahora vemos como en un mal espejo, confusamente, después veremos cara a cara. Ahora conozco a medias, después conoceré tan bien como Dios me conoce a mí” (1 Cor 12, 13). En este sentido, partir de una actitud de humildad a la hora del anuncio es reconocer que los cristianos aún estamos en un camino de aprendizaje, donde por momentos tenemos encuentros fuertes con Dios, pero cuando intentamos retenerlo, ya se nos ha escapado. Es necesario repasar que la “fe religiosa tiene aspectos específicos en los que desborda el modelo que elegimos para pensarla” (Gómez, 1976, p. 213).

Como sigue latigando la afirmación tan conocida de Karl Ranher: el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano, nos coloca en una situación compleja que hemos cuestionado en todo este trabajo. Si cada vez hay menos cristianos en la Iglesia, si los planes pastorales no dan los resultados esperados, si vemos que nos seduce más la burocracia con sus reuniones, charlas, documentos, que terminan casi siempre en lo mismo; ¿acaso nos damos el tiempo para cuestionar si es que estamos siendo fieles a lo que el Señor nos pide hoy? ¿Realmente somos testigos del Dios que anunciamos? En la catequesis ¿enseñamos solo contenidos o tratamos de compartir y trasmitir una experiencia? La mística del seguimiento es percibir una continua enseñanza por parte de Dios, que se nos revela a cada día con su novedad, y que no se deja encasillar dentro de nuestros esquemas limitantes.

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            Como enseñaba el gran místico Panikkar: “la experiencia mística no separa la inmanencia de la trascendencia, aunque nuestro intelecto las distinga y este no-saber podría ser una característica fenomenológica de la experiencia mística” (2007, p.138). No podemos preverlo todo, no podemos predecir el accionar de Dios en las personas, aunque preparemos el momento del encuentro. Dios habla y resuena en el corazón de todos los llamados y cada uno de ellos también tiene algo que enseñarnos. Por eso es importante que caminemos juntos: el anuncio del Evangelio es camino que implica recorrerlo juntos. Primero, como el señor del banquete del Evangelio de Lucas (14, 5-24), debemos ir por los caminos a buscar a los hermanos más alejados para invitarlos al banquete. Invitación que debe ser sin distinción, sin colocar nuestros prejuicios sino que la voluntad de Dios es que todos estén invitados. Pero luego de invitarlos a casa, luego de anunciarles la buena nueva, debemos comprometernos a acompañarlos en ese camino con Jesús, no como expertos, no como sabios, sino como seguidores, como hombres y mujeres seducidos por el Misterio que nos abre también a toda la humanidad:

El camino nos permite hablar de la dinámica de la mística. También de la capacidad de desentrañar la calidad de la acción de Dios en la historia de cada uno de nosotros y de nuestros pueblos. Estas historias están hechas de caminos que se entrecruzan. En esa dinámica entramos cuando generamos lo nuevo, lo original, lo solidario. (Arnaiz, 2004, p, 114)   

[i]Para leer el artículo completo: https://www.escueladelafe.net/post/nuevo-numero-revista

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