Según la tradición, los sabios de Oriente buscaban el rey prometido a los judíos que estaba por nacer. El cristianismo como Epifanía.

El cristianismo como Epifanía.
El cristianismo como Epifanía.

"La paradoja del cristianismo es que el rey prometido, el Mesías, se revela en total debilidad y dependencia lo que hace que desde el principio nuestra religión sea de y para los más frágiles y descartados del mundo".

"Esto implica la necesidad de la construcción de un nuevo orden social, político y económico, en el cual el factor religioso es imprescindible".

"Debemos concentrarnos en lo esencial: adorar a Dios y amar los prójimos (FT 282) que son los más pobres y necesitados, pues “el Señor está en la humildad, el Señor es como aquel niño humilde, que huye de la ostentación, que es el resultado de la mundanidad”.

El 6 de enero de cada año todo el catolicismo celebra con gran fervor la Fiesta de la Epifanía: fiesta de la revelación de Dios al mundo por medio del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, relatado en el Evangelio de Mateo 2, 1-12. Según la tradición, los sabios de Oriente buscaban el rey prometido a los judíos que estaba por nacer. Guiados por una estrella revelada en el cielo, llegaron a Belén, al pesebre donde encontraron a un niño envuelto en pañales. Ante tal manifestación decidieron regalarle lo que traían: incienso, oro y mirra; símbolos de la realeza y elementos de las ofrendas rituales para los dioses. Llegaron para adorarlo y rendirle honores. La paradoja del cristianismo es que el rey prometido, el Mesías, se revela en total debilidad y dependencia lo que hace que desde el principio nuestra religión sea de y para los más frágiles y descartados del mundo. Las distancias en su interna, y las dificultades de relación con las demás religiones, nos hacen preguntarnos: ¿cuál es la novedad del cristianismo para el mundo de hoy? El nacimiento de Jesús ¿qué trae de novedad la humanidad? En fin, el cristianismo ¿puede ser epifanía para el mundo?

            Ante tantas dificultades actuales, atravesamos un tiempo de crisis y dentro de ella las religiones del mundo se enfrentan a una gran oportunidad de reformularse. No es la primer crisis mundial –lo fueron en otras épocas otras pandemias, las guerras mundiales- por lo tanto, podemos pensar qué es lo que nos exige esta nueva crisis en lo que refiere a las religiones y su misión. El elemento común que todas enfrentan es justamente el sistema capitalista neoliberal que ha facilitado que, ante esta pandemia, la crisis sea aún más violenta y desigual. En este sentido afirmaba Houtart: “Dos tareas esperan a las religiones frente a este hecho: la necesidad del diálogo y la crítica del modelo impuesto”[i]. La cultura neoliberal que nos domina nos ha vuelto miedosos, desesperanzados y ha acentuado la soledad y el egoísmo. Esto implica la necesidad de la construcción de un nuevo orden social, político y económico, en el cual el factor religioso es imprescindible. Imprescindible porque refiere a lo humanamente trascendente, aquello que genera un horizonte esperanzador para el ser humano, sin el cual éste se pierde en los sufrimientos temporales.

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            Según González Faus, los valores heredados de la Modernidad, se han desvanecido en la posmodernidad llegando a creer que son demasiado altos o casi irrealizables. La igualdad tan defendida, y la comunidad de diálogo que proponía Habermas, se hacen casi imposibles. En el plano religioso, el “rechazo de Dios” del cual tanto hablamos, tiene que ver en gran parte por la ineficacia del diálogo interreligioso que no ha logrado pasar al momento de la praxis en común, separados no solo por principios dogmáticos sino también por ideologías políticas. Para ello es necesario que las religiones abran el camino de la fraternidad universal, y que para ello se necesita “la vida en común para aprender a respetarse, la lucha en común que enseña a quererse, y la oración en común que crea confianza mutua”[ii].En este tiempo el tema de preocupación común es la salud de la humanidad y lo que hay que defender es la vida humana. Aun sin poder juntarnos físicamente, debemos provocar el encuentro facilitado por los medios digitales, para provocar el diálogo y construir, planificar y darle cuerpo a la esperanza.

            Ante todo esto los cristianos debemos plantearnos cuál es el aporte del cristianismo en conjunto con las demás religiones, pero también junto a aquellos grupos y movimientos religiosos que no son conocidos y muchas veces ignorados, cuando no rechazados y perseguidos. Para eso es necesario colocarnos en un mismo plano, a la misma altura de todas las tradiciones religiosas y salirnos del lugar que históricamente hemos estado. Necesitamos crecer en humildad. Con Panikkar decimos que “si el cristianismo debe ser la religión católica y ecuménica, que engloba a toda la humanidad, entonces debe sacrificar su revestimiento occidental y acoger, con verdadero espíritu de pobreza, los otros valores humanos”[iii].  Y por eso necesitamos del diálogo dialogal que “no pretende con-vencer al otro… pues presupone una confianza recíproca en una aventurarse común en lo desconocido, ya que no puede establecerse a priori si nos entenderemos el uno al otro”[iv].

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            Este diálogo debe promover el respeto por las diferentes culturas y las religiones de los pueblos originarios y ancestrales, los cultos africanos y amerindios, tradiciones orientales y toda la diversidad de manifestaciones de la riquísima espiritualidad humana. Se hace necesario pensar en una comunidad dialógica de comunidades[v], constituida por las diversas religiosidades del mundo entero. Para ello es necesario cambiar la mirada, como dice el Papa Francisco: “entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios” (FT 281), para abandonar la mirada meramente humana que busca dominar y poseer. Debemos mirar desde Dios, desde su misericordia y abrir el corazón valorando a cada ser humano, sintiéndonos hermanados, con iguales derechos y responsabilidades unos por otros. Como decía Boff, todo tiempo es tiempo de trascendencia, pero este tiempo es aún más propicio pues “es fundamental esa capacidad de infringir todos los límites, de superar y violar las prohibiciones y de proyectarse siempre en un más allá”[vi]. Romper lo establecido por esta cultura de la desilusión es necesario. Debemos superar con esperanza y confiar en alcanzar la utopía del Reino.

            Por lo dicho, la fiesta de la Epifanía nos da una clave: el Hijo de Dios viene al mundo haciéndose carne humana para habitar entre nosotros (Jn 1, 14) y nos enseñó que no hay otro camino que el abajamiento, que la kénosis, que la humillación. En un mundo que promueve la competencia y la meritocracia, Jesús se revela al cristianismo como el humillado, vaciado totalmente de su divinidad para hacerse un igual. La epifanía del cristianismo hacia el mundo solamente podrá ir en este sentido: despojarse de todo ropaje de poder, de grandeza, de superioridad. Aceptar con humildad los errores del pasado y pedir perdón por todos los dolores causados a la humanidad, reconocer su incapacidad para sentirse un “igual” y que hemos pecado de soberbia. Es necesario reformular su propia organización y su estructura de forma tal que el cristianismo sea la familia de los que seguimos a Cristo, el Dios revelado en Jesús de Nazaret que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8, 9).

            Sólo de esta manera podremos ser una epifanía para el mundo: una revelación de Dios para la humanidad. Y esa manifestación no puede ir más allá de lo que nos demostró Jesús con su ejemplo. Debemos concentrarnos en lo esencial: adorar a Dios y amar los prójimos (FT 282) que son los más pobres y necesitados, pues “el Señor está en la humildad, el Señor es como aquel niño humilde, que huye de la ostentación, que es el resultado de la mundanidad”[vii].Y esto no es solamente una tarea únicamente de los líderes religiosos, sino que nos corresponde a cada uno de nosotros, cristianos y cristianas de todo el mundo y que estamos en contacto con personas que tienen otras creencias, que viven su existencia confiadas a otras espiritualidades. Acerquémonos a ellos con la luz de Jesús, con la luz de la humildad y aprendamos a construir una fraternidad universal para caminar juntos hacia Dios, que es amor y nos necesita para dar ese amor al mundo.

[i] Houtart, François, “El aporte de las religiones en la globalización de la cultura”, en Religiones: sus conceptos fundamentales, F. Houtart (coordinador), Siglo XXI: México, 2002, p. 243.

[ii] González Faus, J. Ignacio, Calidad cristiana, Sal Terrae: Santander, 2006, p. 339.

[iii] Panikkar, Panikkar, Los dioses y el Señor, Columbia: Buenos Aires, 1967, p. 104.

[iv] Panikkar, Panikkar, Paz e interculturalidad. Una reflexión filosófica, Herder: Barcelona, 2006, p. 52.

[v] Knitter, Paul, Introducción a las teologías de las religiones, Verbo Divino: Navarra 2002, p. 50.

[vi] Boff, Leonardo, Tiempo de Trascendencia, Sal Terrae: 2002, p. 35-36.

[vii] Homilía del Santo Padre Francisco, en la Santa Misa de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, miércoles 6 de enero de 2021, en http://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies /2021/documents/papa-francesco_20210106_omelia-epifania.html

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