Miguel Hernández y la sexualidad (9). ¿Anarquismo erótico?

Nos asomamos ahora al título central (poema 15) de El rayo que no cesa,“Me llamo barro, aunque Miguel me llame...”. Y comprobaremos de nuevo, según señala Juan Cano, cómo "los de El rayo no son poemas de amor, son poemas de un amor rechazado, de las angustias que causa el amor cuando una moral provinciana deja incompleta la relación amorosa, cuando la mujer que despierta los deseos y que podría saciarlos se resiste ahogando los poderosos instintos de la vitalidad y de la sangre y convirtiéndose en tormento”.
Ilustramos esta página con una estampa de la Virgen pisando y alanceando con la cruz a la serpiente del Paraíso y a otros personajes infernales. Encontramos en los versos de Miguel una sutil alusión a la mujer de Apocalipsis 12 (estrellas por su cabeza, y la luna y el maligno bajo sus pies). Se identifica el poeta de Orihuela con la tentadora serpiente del Edén. Y se arriesga a explorar con ella seductoras aventuras de amor y erotismo("Dame, aunque se horroricen los gitanos, / veneno activo, el más, de los manzanos", había escrito para Perito en lunas).
ME LLAMO BARRO AUNQUE ARCÁNGEL ME LLAME
No ocurre así en este poema, probablemente el último amoroso que escribió Miguel para el libro, a lomos ya del salvaje Caballo para la Poesía impura, en silva libre, con sorprendentes y expresivas rupturas de medida en algunos versos:
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.
Tanto machacaba Sijé lo de Miguel de las batallas (arcángel vencedor de espíritus rebeldes derribados por el rayo justiciero de Dios), que abandona el poeta con rabia sus plumas de arcángel asexuado; y el ascético sufridor de El silbo de las ligaduras decide mancharse de barro, ser barro, animal varón, fiera erótica que despluma con pecador hocico la pureza del Miguel-de-las-batallas.
Refiere Efrén Fenoll, poeta del horno, que "en invierno y en verano, desnudo, se envolvía –si había llovido– en el cieno y así embadurnado y eufórico de sentirse hermano del barro, se lanzaba gritando de alegría al río Segura o en la balsa de San Antón".
–Emulando a la serpiente –arcángel derribado–, pedestal de tu pureza, mi María/Josefina ("trillo es tu pie de la serpiente lista")...

Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.

Agota el poeta/pastor su pirotécnia de metáforas de abandono y seducción (barro, lengua, buey, gavilán, miel, alga, ola, sapo..., y, sobre todo, corazón...). Me vienen a la memoria las divertidas estrategias transformistas del agente de la TÍA Mortadelo... Tampoco desiste Miguel. Y besa, embiste, muerde, golpea, solloza..., perdidos los perfiles de su existir, en oficio de barro/cera indiferenciado que espera de su artista la forma, el sello que le de valor y autenticidad.
Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándole a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.
A penas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
S u taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.

–Pero yo, miguel/Barro, humillado barro de camino que mancha con su lengua cuanto lame, pisado y mártir, y que en vano vertiendo voy mis brazos a tu esquivo amor de fría pureza lejana, te advierto... Teme, "monjita mía, virgencita mía"...
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.
Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.
Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.
Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.
Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.
¿ANARQUISMO ERÓTICO?

Llega a afirmar Chevallier: "Entonces el pecado se afirma como única posibilidad de escapar a la muerte: "Antes que la sequía lo consuma, / el barro ha de volverte de lo mismo." La virgencita descenderá de su hornacina de incienso y lapislázuli, y se hará definitivamente mujer.
Se puede afirmar, con Juan Cano, que "Miguel se halla ya perfectamente anclado en la tradición pagana de Garcilaso y en el ideal de un anarquismo erótico absoluto típico del pastor virgiliano y de la revuelta moral de la República."
Pero conviene aclarar, con Mazzocchi: "Hernández no entendió nunca el sexo como mera fuente de placer físico, y lo enmarcó constantemente en un entorno conyugal. A esto le impelía, además de su sensibilidad (en especial la profundidad con que vivía la función procreadora), también su nueva fe marxista."
De hecho, superados los escasos meses de aventura erótica en una retrasada adolescencia, fue hombre de una sola mujer -Josefina-, y de total y definitiva entrega a la esposa y al hijo.
Hay indicios de que Josefina llegó virgen al matrimonio, como era costumbre por aquella época. Proyectando casarse en breve, la insinúa, refiriéndose a una foto que le salió movida (14 de mayo de 1936):
"¡Qué lástima! Hubieras parecido en ella una novia ya de viaje de luna de miel,con el ramo de flores en las manos próximo a deshojarse en cualquier hotel por la noche..." Finalmente, en Orillas de tu vientre, ya casados, exalta místicamente la sexualidad conyugal, y recuerda: "Aún me estremece el choque primero de los dos; / cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas, / impulsamos las sábanas a un abril de amapolas, / nos inspiraba el mar".