Recuerdo a los religiosos fallecidos por COVID-19 en la Catedral de Vitoria Este sábado la Iglesia reza por la memoria de los religiosos fallecidos en la pandemia
Varios sacerdotes también se han visto afectados en el marco de su labor pastoral
Entre los sacerdotes fallecidos solo de dos se tiene constancia de la implicación del virus
| Vicente Luis García Corres (Txenti)
Casi 400 religiosos pertenecientes a 78 congregaciones. Estas son las cifras de monjas y frailes fallecidos durante el tiempo que llevamos de pandemia a causa del COVID-19. Este sábado, 21 de noviembre, y a petición de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, la Iglesia en España se unirá en "recuerdo orante y agradecido" por ellos y por ellas.
La Diócesis de Vitoria se sumará a este recuerdo con una misa a las 12:30h en la Catedral de María Inmaculada. Presidirá la celebración el Vicario Episcopal responsable de la Vida Consagrada en la Diócesis, Juan José Infantes, quien invita a las comunidades religiosas, sacerdotes y fieles a unirse, hasta completar el aforo máximo y cumpliendo las medidas sanitarias, a este recuerdo con “oración y agradecimiento por estas vidas consagradas a Dios y que han sido ejemplo de entrega a los demás”.
Una comunidad que se vio significativamente afectada en Vitoria es las Vedrunas, que perdieron a siete hermanas en los primeros meses de la pandemia. Otras como las clarisas tuvieron alguna hermana afectada pero con síntomas leves. La comunidad benedictina de Estíbaliz goza de buena salud y, según comentan desde la propia comunidad, “sabiéndose personas de riesgo extreman las medidas para evitar contagios”.
Desde otras comunidades reconocen que el nivel de aislamiento, clausura, de contacto con el mundo exterior, ha sido en esta ocasión determinante y un beneficio para algunas comunidades religiosas.
A lo largo de estos meses también han sido muchos los sacerdotes que han resultado contagiados por el COVID-19, la mayoría se han ido recuperando y pocos han precisado de ingreso hospitalario. El caso más llamativo fue los once infectados en la residencia sacerdotal de San Antonio, en la que resultaron afectadas algunas religiosas de la orden Cooperadoras de Betania que atienden la residencia. El primer sacerdote fallecido en este tiempo y a causa del virus fue Bernardo Balza, recordado por su gran labor en la biblioteca del Seminario Diocesano; y el último, en cuyo fallecimiento pudiera haber intervenido el contagio por COVID-19, es Jesús Arberas. Los fallecidos responden también al perfil de persona de edad avanzada y con otras patologías que los hacen más vulnerables en caso de contagio.
El confinamiento de un sacerdote tiene consecuencias en la pastoral, ya que las parroquias precisan seguir siendo atendidas. Los que se vieron afectados durante el verano lograron salir del paso con la reducción de misas y la suspensión de las actividades pastorales, al igual que durante el periodo de confinamiento. Sacerdotes jubilados han sacado adelante las celebraciones manteniendo una mínima actividad de culto en las parroquias afectadas. El Vicario General, Carlos García Llata, pone en valor el comportamiento del clero que ha ido cubriendo las bajas y de los laicos que han asumido y mantenido actividades pastorales y celebraciones: "Lo que hemos buscado en todo momento ha sido garantizar las celebraciones dominicales. En esta tarea nos hemos implicado sacerdotes en activo, jubilados, clero llegado de otros lugares y que se encuentran estudiando en el Seminario, en la Facultad de Teología; y por otro lado en algunas parroquias los fieles han organizado celebraciones de la Palabra para mantener la vida de la comunidad."
En todo caso el Vicario General reconoce que no podemos hablar de normalidad en la pastoral desde que se declaró la pandemia. También resalta el dato de que "ninguna parroquia en, ninguna de las diócesis del País Vasco, ha sido señalada en ningún momento como espacio de contagio. Tanto los equipos parroquiales como la feligresía han cuidado las medidas de distanciamiento y la limpieza tras cada celebración de los bancos de la iglesia".
La fecha elegida coincide con la fiesta de la Presentación de la Virgen María y, según explica el delegado diocesano, el objetivo es tomar conciencia de que "quienes han perdido la vida por el coronavirus eran personas con un rostro y un nombre único delante de Dios".
En la convocatoria, se anima a unirse a rezar la oración compuesta por el Papa Francisco para pedir el fin de la pandemia. Esta iniciativa es similar a la lanzada hace unas semanas por CONFER, que el 29 de septiembre pidió a los consagrados que dedicaran ese día a la oración por sus compañeros fallecidos y a dar gracias a Dios por su testimonio.
Non solum sed etiam
Suelen decir que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Sin duda esta pandemia pondrá en evidencia algunas pérdidas, algunas ausencias que en su momento no fueron apreciadas todo lo que se debía.