"Padre, sin fe, ¿cómo encontrar sentido en estos momentos?" Testimonio desde el cementerio de Alberto Ares: "El amor es más fuerte que la muerte"
Llevo casi dos semanas encontrando el momento para escribir unas palabras de lo vivido en el cementerio de la Almudena, en Madrid, la semana pasada
La primera palabra que me brota es "ninguna-palabra", el silencio ante el misterio de la muerte
Y tras ella, desfilan otras palabras que en estos días trágicos han emergido con fuerza, la fuerza de la vida y de la muerte: vulnerabilidad, paciencia, cuidado y confianza
Y tras ella, desfilan otras palabras que en estos días trágicos han emergido con fuerza, la fuerza de la vida y de la muerte: vulnerabilidad, paciencia, cuidado y confianza
| Alberto Ares sj
Llevo casi dos semanas encontrando el momento para escribir unas palabras de lo vivido en el cementerio de la Almudena, en Madrid, la semana pasada. Una petición del cardenal que llegó a nuestra comunidad para acompañar en el cementerio a las familias que dicen un último adiós a sus seres queridos, en este tiempo complejo y recio que nos toca vivir.
No es fácil poner palabras hoy día de la Madre a todas estas vivencias que brotan de encuentros aparentemente enlatados y en algunos casos apresurados en la puerta de la capilla central de la Almudena.
Silencio
La primera palabra que me brota es “ninguna-palabra”, el silencio ante el misterio de la muerte.
Recuerdo la primera familia que se acercó junto al féretro de María del Carmen. Había fallecido hacía tres semanas y su cuerpo llegaba del Palacio de Hielo. El féretro, como el de la mayoría, estaba completamente precintado para evitar cualquier contagio y allí estábamos todos con los guantes y mascarillas.
Con la familia de M. Carmen me sentía como un pulpo en un garaje, nunca había hecho una celebración con mascarilla o guantes. La mascarilla a veces se iba moviendo y me dificultaba leer las oraciones -luego me di cuenta de que me la había puesto al revés-. Recuerdo al esposo mientras rociaba con agua el cuerpo y rezábamos el Padre Nuestro, decir algunas jaculatorias, las lágrimas de los pocos hijos que habían podido despedir a su madre (solo tres personas por familia).
Vulnerabilidad
Las familias en algunos momentos se agolpaban en la puerta con los coches de las funerarias en fila. Familias de cualquier condición. Desde un señor mayor que llegó con las zapatillas de andar por casa, nervioso y sin parar de hablar, a familias muy elegantes donde cada uno llegaba en su coche de lujo y con chofer. El virus ha tocado a todas las casas, sin condición, pese a que a los más vulnerables los ha dejado aún más frágiles. Una vulnerabilidad que nos permitía vivir, aunque solo fuera en aquellos momentos una humildad que se contagiaba, que nos hacía reconocer la vida como un don, que nos ayudaba a sentirnos humanidad, una sola familia.
Antonio debía de ser un hombre importante. Sus familiares llegaban en coches elegantes y sus hijos parecían hombres de negocios. Las palabras de la viuda, mujer de fe, era reconocer que la vida es un don que se nos regala, aunque a veces nos creamos sus dueños. La vulnerabilidad es la puerta de entrada para escuchar la voz de la vida y el tránsito de la muerte.
Paciencia
Recuerdo a la familia de Antonio, esperaban a distancia, cómo me contaban que eran seis hermanos, el dolor y la frustración de dejar a la mitad en la puerta. Uno de los hijos me contaba que su padre era un hombre bueno, que le gustaba disfrutar de las cosas pequeñas de la vida y que era de las cosas que las guardaban como un tesoro. Este tiempo de confinamiento, del ritmo cotidiano, de la atención a las cosas pequeñas nos ha devuelto a algo muy importante en la vida.
El valor de lo cotidiano, de lo que no hace ruido, de lo esencial, lo que hace que todo funcione, que esté el plato en la mesa y la ropa limpia. Paciencia también habla en estos momentos de sacrificio y de cierta frustración, aquella que se aprende en el día a día, en los entrenamientos diarios con el equipo de baloncesto cuando eres un niño, en las horas de los padres desvelados por sus hijos, en el campo segando el trigo y entresacando la remolacha, en los días de incertidumbre del migrante cuando deja su hogar o las horas del estudiante sentado resolviendo los problemas de matemáticas.
Cuidado
Algunas familias comentaban que sus padres vivían en residencias y que daban gracias porque habían estado bien atendidos, aunque sentían dolor porque en las últimas semanas no habían tenido apenas contacto y ni se habían podido despedir. El sufrimiento de tantas personas que no han podido decir adiós, ni dar un abrazo o decir te quiero en el lecho de muerte. Estos días nos recuerdan la importancia de cuidarnos y acompañarnos. Cuantas personas están en la cuneta de nuestras sociedades o viven en condiciones indignas, sin cuidado, ni trabajo, ni medios, ni posibilidades de cumplir el confinamiento. Aquellas personas que “no sirven”, como a veces ocurre con los mayores.
Cuidar de nuestros mayores, agradecer a aquellas personas que nos han dado la vida y nos han llevado de la mano, que se han sacrificado y sufrido por nosotros, que han forjado la sociedad que nos acogió en tiempos recios de la transición en España. Somos lo que somos gracias a ellos. A Irene solo la vino a acompañar al cementerio, Ángela, la señora que cuidaba de ella en la casa. Una mujer de Ecuador que había pasado los 3 últimos años con ella. Me pide si puede hacer una foto y trasmitir con el móvil para que puedan verlo sus hijos desde sus hogares.
Confianza
Había algunos momentos en los que esperaba a la puerta para acoger a la siguiente familia. Ante el sinsentido y el miedo a veces me visitaba la angustia, pero en general he sentido muy hondo una profunda confianza. Confianza en que juntos saldremos de esta situación. Confianza en que la muerte no es el final del camino. Confianza en la multitud de signos de resurrección de los que he sido testigo en estos días. Personas que en este tiempo se preocupan de la vecina mayor del segundo que no puede salir a comprar, o aquellas personas voluntarias que reparten a diario alimentos en la parroquia a familias que se han quedado quebradas en esta crisis, jornaleros que hacen crecer las frutas y verduras de nuestros mercados. Sanitarias, educadores, empleadas de hogar, transportistas, fruteros, panaderas, trabajadores sociales, psicólogas, que no han dejado de creer en las personas desde el primer día.
Una señora mayor me decía cuando esperaba al sepulturero para ir al lugar donde enterrarían a su esposo: “Padre, sin fe, ¿cómo encontrar sentido en estos momentos? Yo quería mucho a mi esposo y sé que nuestro amor nunca morirá”. Decía Nacho, un amigo jesuita que murió hace un par de años que la vida, la vocación habla de vulnerabilidad, de amor, de frustración, de cotidianeidad, de ser “normales”. Esa confianza de tanta gente sencilla que, en lo cotidiano, ven la presencia de Dios, que son verdaderos contemplativos en la acción. Confianza en que el amor nunca morirá, en que nada ni nadie nos apartará del amor de Dios.
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