La convocatoria jubilar de Francisco pretende "ser una oferta eficaz para nuestro mundo" Año Jubilar de la Esperanza: Con la mirada en 'Gaudium et spes'

El papa Francisco
El papa Francisco Vatican Media

"La Iglesia quiere abrir horizontes con perspectivas alentadoras para la construcción de un mundo que pueda realizarse en un proceso de auténtico progreso solidario en diálogo y colaboración. El papa Francisco lo viene haciendo sin cesar y su convocatoria del Año Jubilar de la Esperanza quiere ser una oferta eficaz para nuestro mundo"

"Frente a estas manipulaciones interesadas, ante las sociedades que se debaten en la incertidumbre y desconfían de tantas promesas falsificadas y, sobre todo, ante la injusticia y sus víctimas es necesario ofrecer una esperanza convincente en este Año Jubilar"

"Evangelizar y ser Iglesia hoy, según el espíritu permanente del Concilio Vaticano II, en un mundo sometido a la globalización neoliberal, es descubrir y sostener la esperanza, alentando los signos proféticos y solidarios; siendo Iglesia de los pobres con todas las consecuencias"

El nuevo año que acabamos de iniciar se presenta con urgentes y apremiantes desafíos, con fundados temores y debilitadas esperanzas, con graves amenazas y promesas líquidas. Desde posiciones opuestas se ofrecen respuestas a la generalizada incertidumbre de un tiempo peligrosamente conflictivo por enfrentamientos de alcance global con presagios muy negativos. Diferentes análisis sociales, geopolíticos, culturales, ecológicos confluyen en afirmar que nos encontramos  en una época decisiva para el futuro de la humanidad.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

La Iglesia quiere abrir horizontes con perspectivas alentadoras para la construcción de un mundo que pueda realizarse en un proceso de auténtico progreso solidario en diálogo y colaboración. El papa Francisco lo viene haciendo sin cesar y su convocatoria del Año Jubilar de la Esperanza quiere ser una oferta eficaz para nuestro mundo.

Con el eco y en la línea de Gaudium et spes

En el complejo contexto de los años 60-70 del pasado siglo con la amenaza permanente de la Guerra Fría, la cruenta guerra del Vietnam, la crisis cubana y también de éxitos deslumbrantes como el viaje a la luna, las revoluciones culturales y posmodernas, el progreso económico que contrastaba con la pobreza de alto nivel, sobre todo en países del sur y suburbios de las grandes capitales, Gaudium et spes constataba y hacía suyos “los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”. Quería ofrecer un horizonte nuevo de esperanza. Con un planteamiento renovador, con un compromiso solidario. Ante los avances y cambios de la humanidad afirmaba su voluntad de diálogo con el mundo moderno, con apertura y trasparencia para lograr la renovación de la sociedad humana.

Aquella Constitución fue un auténtico golpe de timón, motivado por la inspiración y audacia del papa Juan XXIII, que impulsaba la Iglesia con confianza en el Espíritu en medio de agitadas y tormentosas aguas hacia una profunda renovación. Teólogos (H. de Lubac, Y. M. Congar, M-D. Chenu, P. Liégé, E. Schillebeeckx, B. Häring, K. Rahner,  H. Küng…), algunos hasta entonces considerados sospechosos, disponían a aquel Concilio para un renovación en mentalidades doctrinales y actitudes pastorales. Helder Camara cuestionaba a los Padres conciliares: “Y ahora qué vamos a hacer? ¿Vamos a pasar el tiempo discutiendo los problemas internos de la Iglesia cuando dos tercios de la humanidad mueren de hambre? ¿Qué podemos hacer nosotros ante el problema del subdesarrollo? ¿Mostrará el Concilio su preocupación ante los granes problemas de la humanidad?”.

Juan XXIII
Juan XXIII

Fue en ese contexto y con esas preocupaciones como se elaboró el llamado ‘esquema XIII’, que necesitó tres años de trabajo y cinco redacciones para ser finalmente aprobado como Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual el 7 de diciembre de 1965, en la víspera de la clausura del Concilio. Este año se cumplen 60 años de su promulgación con Pablo VI. Sus planteamientos y líneas siguen especialmente vigentes y el Año Jubilar es un tiempo para renovarlos.

Signo de los tiempos, signos de esperanza

Sin embargo a lo largo de los años posconciliares la Iglesia encontró dificultades y reticencias en la fidelidad al espíritu del Concilio y, en especial, a Gaudium et spes y a los signos de los tiempos. La poderosa ala conservadora, favorecida por anteriores pontificados, ralentizaba y debilitaba el impulso conciliar y frenaba la aplicación de sus significativas reformas. Se intentaba volver -en expresión de Karl Rahner- a los «cuarteles de invierno» ante la inseguridad que para muchos provocaban la secularización, la laicidad y el compromiso liberador de los pueblos.

La teología de la liberación sufría el acoso vaticano en sus teólogos más significativos (G. Gutiérrez, J. Sobrino, P. Casaldáliga, L. Boff…); la línea progresista era directamente censurada. Triunfaban en los ámbitos oficiales el repliegue en la teología y pastoral y predominaban nombramientos jerárquicos que imponían líneas de una Iglesia segura en su doctrina dogmática inamovible, moral conservadora y pastoral de mantenimiento. Fueron posturas que aún subsisten entre nosotros y dominan importantes sectores eclesiásticos.

Francisco, en una mesa sinodal
Francisco, en una mesa sinodal

El papa Francisco, con dificultades y oposiciones, incluso enfrentamientos a sus decisiones, va consiguiendo avances importantes, aunque todavía incipientes. Su encíclicas y exhortaciones lo muestran. El Sínodo de la Sinodalidad ha querido ser un decisivo paso para la puesta en práctica de la Iglesia como Pueblo de Dios. Su ‘Documento final’, asumido como “magisterio pontificio”, compromete «desde ahora a las Iglesias a hacer opciones coherentes con lo que en él se indica» y «continúa en las Iglesias locales». Pero está por realizarse.

En medio de tantas resistencias, a pesar de reticencias y reformismos persistentes, la voluntad, propuestas y decisiones de su máximo representante quieren abrirse a los signos de los tiempos. Así lo ha subrayado en la Bula convocatoria del Jubileo 2025: “Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas». [GS 4] Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza”. Estamos, en consecuencia, ante un ‘Jubileo de  la esperanza’.

La esperanza mantenida

La esperanza no es patrimonio de la Iglesia. Ha estado presente en la historia de la humanidad, hasta en sus épocas mas crueles y despiadadas. En medio de situaciones que parecían irreversibles e insuperables ha emergido en personas y pueblos masacrados y sigue hoy actuante en los lugares del mundo donde más se sufre la injusticia, la opresión, como son Gaza, Ucrania, Sudan, Congo y otros muchos involucrados en conflictos bélicos y en tantos lugares donde la pobreza mantiene a tantas personas y sociedades esclavizadas por el hambre, la falta de recursos, la desigualdad, causadas por la injusticia de un capitalismo global.

Ante estas flagrantes realidades históricas y actuales personas y colectivos han renegado de la esperanza, calificándola como el último mal de la ‘caja de Pandora’ que en la mitología griega contenía todos lo males de la humanidad; para Nietzsche «la Esperanza es en verdad el peor de los males, porque prolonga los suplicios de los hombres».

Etty Hilesum
Etty Hilesum

En medio de estas visiones desesperanzadas, han brotado sin embargo flores de esperanza. Una de sus más conmovedoras expresiones la formulaba Etty Hilesum, en el campo de concentración de Auschwicht donde murió en la cámara de gas, exclamando, en medio de su cruel situación que “quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas”.

Filósofos y pensadores como E. Bloch, A. Camus, Byung Chul Han, teólogos como J. Moltmann, J. Sobrino, I. Ellacuría, J.B. Metz, D. Bonhoeffer, J.J. Tamayo han mantenido, reflexionan y alientan una  esperanza confluyente desde sus diversos pensamientos. El mismo Nietzsche afirmaba que “la esperanza es un arco iris desplegándose sobre el manantial de la vida que se precipita en vertiginosa cascada”, y para Martin Luther King “la roca de la esperanza solo se tallará en la montaña de la desesperación”, porque como subraya el filósofo Han, ”vivir significa tener esperanza”.

Está desplegándose también hoy un ola de falsas esperanzas que incluso prometen una transhumanidad y posthumanidad como esperanza definitiva conducidos por la tecnología

En nuestro desesperanzado mundo posmoderno, políticamente manipulado por el poder, ecológicamente deteriorado por intereses económicos, culturalmente dirigido por inteligencias artificiales, en sociedades donde no se respetan derechos humanos básicos, está desplegándose también hoy un ola de falsas esperanzas que incluso prometen una transhumanidad y posthumanidad como esperanza definitiva conducidos por la tecnología de una ‘Inteligencia Artificial General’ en una “singularidad” feliz. Silicon Valey, multimillonarios de la tecnología así lo anuncian y prometen. Pero sus engañosas promesas, sus algoritmos que entrenan una IA sometida a su poder tecnológico y político abocan a la destrucción de toda esperanza humana.

Frente a estas manipulaciones interesadas, ante las sociedades que se debaten en la incertidumbre y desconfían de tantas promesas falsificadas y, sobre todo, ante la injusticia y sus víctimas es necesario ofrecer una esperanza convincente en este Año Jubilar.

Hacia una esperanza eficaz

Para que la esperanza recupere su energía alentadora, para que no se diluya en esta sociedad líquida (Z. Bauman), para que impulse procesos de profunda y renovada transformación, en última instancia, para que sea creíble y motivante, es necesario experimentar su eficacia, su sentido y horizonte. Para ello requiere realizarse en tres dimensiones.

En primer lugar debe  mirar la realidad con ojos abiertos, como proponía J.B. Metz, siendo honesta, según insistían J. Sobrino e I. Ellacuría, cargando con las situaciones de opresión, dolor y sufrimiento de los pobres que nos lleva a afrontarla juntamente con ellos sin miedos, evasiones o deformaciones. Solo quienes son capaces de asumir la realidad desde y con los sufrientes, desde la compasión, como insiste J.J. Tamayo, pueden tener esperanza.

Francisco entrega de la Bula del Jubileo
Francisco entrega de la Bula del Jubileo

En segundo lugar, la esperanza auténtica no se limita a compartir su dolor. Hace falta interpretar esa experiencia necesaria que debe abrirse a un horizonte nuevo; es decir, comprenderla desde el evangelio como signo de los tiempos, según lo propone Francisco en la ‘Bula de convocación del Jubileo’, siguiendo a Gaudium et spes. Ver esta realidad en toda su crudeza y las luchas por superarla como signo de los tiempos nos abre a un horizonte de esperanza, a una promesa de liberación, a una garantía de transformación que lleva al convencimiento profundo de que esperar tiene sentido, aunque sus resultados no sean inmediatos y parezcan sucumbir ante la fuerza del mal y la desesperación, porque se apoyan en Dios, razón de toda esperanza que no defrauda ni confunde.

Por fin la esperanza requiere ser actuante, eficaz, transformadora. No puede quedarse en su interpretación. Es decir, es preciso encargarse de la realidad, tomarla a nuestro cargo, involucrarse en común para transformarla (I. Ellacuria). Debe conducir a la acción, al compromiso, al estilo de D. Bonhoeffer en su lucha radical contra el fascismo; en definitiva como Jesús de Nazaret en la cruz, signo decisivo de esperanza  escatológica.

Son las tres dimensiones de la esperanza, inseparables, que darán sentido al Jubileo y  serán testimonio solidario del poder salvador de la Iglesia para esta humanidad.

En la espiritualidad del Jubileo de la esperanza

Jesús anunció su mensaje mesiánico de esperanza proclamando la liberación a los pobres y oprimidos (Lc 4,18) y realizándolo hasta las últimas consecuencias de la cruz y la resurrección. Las primeras comunidades cristianas y luego la Iglesia institucional comprendieron en sus comienzos que su misión consistía en ser testimonio de esta esperanza, fieles al Espíritu de Jesús. Es la espiritualidad radical desde los signos de los tiempos en cada tiempo y lugar en relación con el mundo del que se siente solidaria con una fraternidad universal para lograr que la esperanza no desfallezca, sino que anime los esfuerzos comunes por otro mundo posible de libertad y justicia desde los pobres, como insistió el papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti.

Concluimos, por tanto, con la convicción de que evangelizar y ser Iglesia hoy, según el espíritu permanente del Concilio Vaticano II, en un mundo sometido a la globalización neoliberal, es descubrir y sostener la esperanza, alentando los signos proféticos y solidarios; siendo Iglesia de los pobres con todas las consecuencias.

Allí donde el capitalismo niega toda esperanza, esta Iglesia debe mostrar con palabras y obras que el Reino de Dios aparece en los signos de los tiempos de los pobres como la fuerza que alienta la esperanza última y definitiva de la justicia y promueve cada día el esfuerzo y empeño por un mundo justo, solidario.

Pablo VI
Pablo VI

Su misión esencial  que radica, como afirmó Pablo VI, en que “la Iglesia existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi), debe realizarse desde los signos de los tiempos, desde los crucificados de la tierra y su liberación, le exige afrontar con audacia una sinodal renovación interior. Necesita un nuevo aprendizaje guiado por el Espíritu que habla hoy a las Iglesias en estos signos para “participar en las  tristezas y angustias, en los gozos y esperanzas, sobre todo de los pobres” (Gaudium et spes ), solidaria con el género humano, con su historia, con su realidad viva y sufriente, con los esfuerzos y realizaciones de libertad,  justicia  y  paz.

La espiritualidad será jubilar si responde desde los signos de los tiempos con compasión y justicia al clamor de millones de pobres, de excluidos, de emigrantes, de cautivos, de oprimidos, de refugiados; donde las víctimas del sistema encuentren una voz liberadora que denuncie estas situaciones, defienda sus derechos humanos íntegros, que anuncie otra forma de vida, otro mundo y luche por su realización en fidelidad al mensaje cristiano de esperanza, de amor y de justicia.

Será auténtica si caminamos con Dios porque caminamos con los pobres, con los humildes, “encarnada en la cultura de los sencillos, que se expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental… en expresiones de oración, de fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta”  (Evangelii gaudium), con compasión solidaria, con justicia eficaz, con audacia profético-apocalíptica; donde las víctimas del sistema encuentren una sensibilidad liberadora que denuncie esta situación, causa de injusticias, y el sistema que la mantiene, que anuncie otra forma de vida, un mundo diferente, y que luche por su realización con la esperanza escatológica del Espíritu de Jesús. De esta forma podrá la Iglesia presentarse “íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (Gaudium et spes) y trasmitir en este Jubileo un mensaje de esperanza a la humanidad a lo largo del año 2025.

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