"La voz de los laicos, ni llega ni es entendida por los miembros de la jerarquía" Antonio Aradillas: "Elecciones en la Iglesia, ¿por qué no?"
"Sus estadísticas están amañadas. Es posible que sin intención perversa. Pero amañadas, artificiales y artificiosas"
"El antifeminismo que se profesa en la Iglesia reclama torrenteras de voces 'católicas, apostólicas y romanas'"
La 'sinodalidad' y 'en salida', son términos que incluyen de alguna manera procesos electorales basados en el diálogo y en la democracia
La 'sinodalidad' y 'en salida', son términos que incluyen de alguna manera procesos electorales basados en el diálogo y en la democracia
Con toda clase de excusas, explicaciones y aplicaciones posibles, visto lo visto en el proceso electoral político reciente, es comprensible y fácil llegar a la conclusión de que, como sea y cuanto antes, algo similar se demanda ya en la Iglesia universal y más concretamente en la de España. Y conste que, tanto en el concilio Vaticano II, como en las enseñanzas y ejemplos del papa Francisco, las pautas a seguir están patentes y, al menos en teoría, ya canonizadas.
En la Iglesia “oficial” en España, apenas si se conoce la verdad de la Iglesia. Consciente o inconscientemente, las cifras y los números mienten. Son irreales. Más que testificar lo que es, lo que son y cómo actúan sus miembros, y más los jerárquicos, refieren y cantan lo que podrían y deberían ser en conformidad con los evangelios.
Sus estadísticas están amañadas. Es posible que sin intención perversa. Pero amañadas, artificiales y artificiosas. Y sin “cocina” o, lo que es lo mismo, dogmatizando añoranzas pasadas o esperanzas imprevistas. Católicos- católicos –“in re vel in voto”-, con ritualidad ritual y menos con la de los compromisos sociales, “ni son todos los que están, ni están todos los que son”.
Lo que falta en la Iglesia
Algo así como unas elecciones se echan de menos en la Iglesia, siquiera sea para que sus obispos se percaten de lo que en realidad le falta, o le sobra a lo que se llama Iglesia, en la que además poseen sus sedes, desde las que adoctrinan e imparten soluciones de las que definen de una vez para siempre a los santos evangelios.
¿Cómo y con qué libertad los sacerdotes pueden, hoy por hoy, ser mensajeros para los estamentos superiores, de cuanto es y significa la Iglesia en sus demarcaciones parroquiales, colegios religiosos, centros, organismos e instituciones culturales o de ocio? ¿Qué pueden colegir y sacar a fondo, los obispos en las visitas pastorales, respecto a los índices y situaciones de pobreza en las que viven –malviven- sus diocesanos y sus feligreses?
¿Conocen de verdad y por medio de sus sacerdotes las realidades “extra”-eclesiásticas de sus respectivos ámbitos pastorales, que por ser consideradas “extra”, son tanto o más “intra”, y con mayor necesidad de consideración y entrega?
La voz de los laicos, ni llega ni es entendida por los miembros de la jerarquía, a no ser que, por alguna razón, se hayan hecho eco ya de la misma los medios de comunicación social, preferentemente los no relacionados o financiados con las donaciones “religiosas”.
Por lo que respecta a las laicas, sigue vigente todavía, y mayoritariamente, el precepto “paulino” de que, si no hablan en la Iglesia, son más cristianas y “guapas” y, si hablan, dejan automáticamente de ser una y otra cosa.
Antifeminismo profesado
El antifeminismo que se profesa en la Iglesia reclama torrenteras de voces “católicas, apostólicas y romanas”, que se empeñan en acallar algunos de sus intérpretes “oficiales”, aliándolas con el mismísimo Satanás, o interpretando su ausencia “pictórica” de los cuadros de la Santa Cena, en la que al menos la preparación de los alimentos y la servicial –servil- limpieza de los platos resultaba ser tarea de su competencia.
La Iglesia en España precisa elecciones. Sacerdotes y laicos, y algún que otro obispo “travieso” o despistado, reconocen tal urgencia y necesidad de manera explícita y evangélica. “Viviendo en el mejor de los mundos” palaciegamente, al margen de las realidades temporales, inmersos en ritos y atados a preceptos canónicos, revestidos de “ornamentos sagrados”, que así sean o así se intitulen, la palabra del pueblo- pueblo jamás llegará a los “voceros de Dios” ni pertenecerá al lenguaje eclesiástico, sino al social, al político o al diplomático.
Sí, elecciones dentro de la Iglesia. La “sinodalidad” y “en salida”, son términos que incluyen de alguna manera procesos electorales basados en el diálogo y en la democracia. Pero hay que reconocer que se trata de términos cuya popularidad apenas si es aún conocida y reconocida y poco o nada practicada.
Al enhebrar estas ideas añoro el recuerdo de lo que significó para el desmoronamiento imposible del Nacional Catolicismo la convocatoria de la bendita Asamblea Conjunta de sacerdotes y obispos. Aquellos tiempos perviven en la actualidad aunque con apariencias y problemas distintos, pero de importancia idéntica. Sin “voz” del pueblo, es decir, sin elecciones, es –será- otra cosa la Iglesia.
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