"¿Por qué medios 'religiosos' hablan de 'ataques'?" Antonio Aradillas: "En la Iglesia y sus alrededores, no todo es legal"
"Califico con sinceridad de exagerada e injusta la apreciación de tantos informadores “religiosos” quienes, al dictado de sus respectivos obispos, proclaman victimalmente que el Gobierno ataca a la Iglesia para descalificarla y destruirla"
"Todo régimen en el que los privilegios destaquen, y hasta dominen, aún conservando los trajes talares de la legalidad, causa malestar al resto de la colectividad"
Son muchos hoy los informadores “religiosos”, más o menos oficiales, quienes en sus medios de comunicación respectivos hacen uso de verbos tales como “atacar”, en este caso a la Iglesia, con ocasión de dar cuenta fiel de hechos, actos y comportamientos por parte de quienes de alguna manera, la presentan y la representan sobre todo con carácter jerárquico. Se da la impresión de que, por ejemplo, solo o fundamentalmente, lo que pretende el Gobierno actual con algunas de sus decisiones y proyectos de leyes y actuaciones es atacar a la institución, a que por sí sola y con promesas divinales tiene el encarga de perdurar “por los siglos de los siglos”, a la sombra bíblica y teológica del “nom preavalebunt”, dicho en latín, lo que parece conferirle aún mayor contundencia e inexcusabilidad.
Tal y como están poniéndose las cosas, como Dios no lo remedie con presteza, el futuro inmediato será definido por no pocas acciones y reacciones que generen y agraven tal situación, por lo que creo de interés y provecho algunas de estas reflexiones:
“Atacar” es un verbo con contenido serio. Tremendamente serio. Y lo es exasperadamente cuando es la misma Iglesia su complemento y justificación divina y humana. Académicamente “atacar” significa nada menos que “embestir o lanzarse con ímpetu o violencia, irritar para perjudicar a una persona o a una idea, combatirlas u oponerse a ellas”.
Colocar al frente de cualquier información, y más si esta es, o se dice, “religiosa”, este titular periodístico, la información queda sellada automáticamente como santo y seña de “cruzada” o algo similar, en la que tienen cabida toda clase de procedimientos devastadores y además, “en el nombre de Dios”. Para desdicha de la humanidad y de la propia Iglesia, hechos, actitudes y actividades así consignadas, fueron y son desgarradoramente frecuentes. Casi habituales y, por si algo faltara, “fundamentadas” sobre argumentos que se dicen “dogmáticos”.
La sola posibilidad de que sea otra institución al servicio del pueblo, como es el Gobierno de toda una nación, la que decida programar los “ataques” a otra, como es la Iglesia, exige de por sí y en el contexto de la ética más elemental, pruebas muy seguras, firmes y estables para su demostración.
Dando por supuestos ataques concretos a la Iglesia por Iglesia, en la historia de las culturas e inculturas más ancestrales, y aún modernas, es de rigor y justicia dar también por supuestas determinadas acciones y situaciones, con protagonistas en los representantes jerárquicos de las instancias “religiosas”, que no siempre se ajustaron a la ley que regía y ordenaba la sociedad, para cuya tarea – ministerio fueron elegidos algunos.
(Es precisamente el medio- modo o sistema- de la elección democrática, lo que le confiere al ejercicio de la autoridad, la mayor y más aproximada capacidad de acierto y seguridad, en tanto en cuanto que la ¡ ”dedocracia” y la falaz interpretación teocrática, es lo que le roba legitimidad y acierto).
En la Iglesia y sus alrededores, no todo es legal, a la luz y en conformidad con lo que mandan las leyes que dimanan de los estamentos representados en el Congreso de los Diputados, con cuantos requisitos y procedimientos establezcan y confirmen la solvencia y seguridad democrática. No todo en la Iglesia, por canónico que sea y así se fundamente, es cívicamente legal. Cuanto se relaciona con la discriminación que en la misma padece la mujer, por poner un ejemplo, es prueba infeliz de este aserto.
En la Iglesia, aún con Concordato y pactos parciales, reconocidos con carácter internacional, de todo cuanto hace o se le permite hacer a quienes la representan, no se puede afirmar que su resultante sea beneficioso e igual para toda la colectividad, tal y como le es exigido por ley. Todo régimen en el que los privilegios destaquen, y hasta dominen, aún conservando los trajes talares de la legalidad, causa malestar al resto de la colectividad, y además no resultan ser y estar en conformidad con el Evangelio, que es el canon por excelencia de la institución eclesiástica.
La Iglesia en España, y su reiterada alusión al Concordato y a los privilegios, precisan de renovación y reforma. El papa Francisco señala el camino, con orientaciones actualizadas, para que se abandonen los anacronismos -“fuera del tiempo correspondiente a los que nos ha tocado vivir”- y se actualicen con humildad y humanidad, siempre al servicio de los más pobres y desfavorecidos.
"En importantes parcelas de la convivencia social, política y religiosa, la Iglesia abandonó su condición intrínseca de abanderada y suprema referencia ético-moral"
Califico con sinceridad, de exagerada e injusta la apreciación de tantos informadores “religiosos” quienes, al dictado de sus respectivos obispos, proclaman victimalmente que el Gobierno ataca a la Iglesia para descalificarla y destruirla... La Iglesia-Iglesia es atacada desde dentro de ella misma, aún con capisayos y púrpuras, en mayor proporción e impiedad que pudieran hacerlo y lo hacen desde fuera…
En importantes parcelas de la convivencia social, política y religiosa, la Iglesia abandonó su condición intrínseca de abanderada y suprema referencia ético-moral, por lo que, en ocasiones, es explicable, y hasta constructivo, que sea “atacada” por quienes corresponda.