"No dejemos pasar esta ocasión" Antonio Aradillas: "La Iglesia no será la que era (antes del 'coronavirus')"
Tal y como se están poniendo las cosas, la Iglesia del post “coronavirus”, no será de aquí en adelante la que fuera antes. Será bastante distinta
Será y se presentará mucho más afín a los tiempos primeros, dejando de lado lo resabios del medievo, del gótico, del renacimiento, del barroco y, por supuesto, del churrigueresco
¡Bendito sea Dios, porque hasta de los "males- males", como los "coronavurus", permite que se desprendan "bienes", tales como la profunda renovación de la Iglesia
No dejemos pasar esta ocasión, dado que puede ser la última o, en el mejor de los casos, la penúltima…
¡Bendito sea Dios, porque hasta de los "males- males", como los "coronavurus", permite que se desprendan "bienes", tales como la profunda renovación de la Iglesia
No dejemos pasar esta ocasión, dado que puede ser la última o, en el mejor de los casos, la penúltima…
Hoy por hoy, y tal y como se están poniendo las cosas, la Iglesia del post “coronavirus”, no será de aquí en adelante la que fuera antes. Será bastante distinta. Será y se presentará mucho más afín a los tiempos primeros, en lenguaje arquitectónico y hasta doctrinal, dejando de lado lo resabios del medievo, del gótico, del renacimiento, del barroco y, por supuesto, del churrigueresco.
Es cierto que para afrontar tal conversión-reconversión y reforma, contará con la gracia de Dios, pero siempre y cuando, y por encima de todo, prevalezcan los principios dimanantes del evangelio, avalados por la buena voluntad y el sacrificio de los miembros de la Jerarquía, y al servicio del pueblo, puesto que sin ellos ni es, ni será Iglesia, la Iglesia.
A continuación sugiero y acentúo algunos de los espacios y puntos de referencia a tener en cuenta en el organigrama, definición, valoración y expansión sacramental y religiosa, al menos con el fin de hacer posible e inteligible la promesa de perdurar “por los siglos de los siglos”, tal y como exige y reclama el “non preavalebunt” de sus fundación supuesta.
La Iglesia precisa ya, -cuanto antes-, y en diversas esferas, otra exposición y contenido teológico. La teología “oficial” no basta, por exceso de añadidos como les han sido incorporados en su larga historia, dejando de lado a otros de tanta o mayor importancia. El verdadero y más actualizado -aunque todavía en gran parte inédito- esquema de no pocos capítulos, tendrá que identificarse con el expuesto y aprobado en el Vaticano II, recordado y actualizado, día a día, y con fervoroso empeño, por el papa Francisco.
El Derecho Canónico apenas si facilita caminos de salvación y de vida sobrenatural y cabalmente religiosa. Es “código”, o “conjunto de leyes dispuestas de forma sistemática y ordenada “, y además, “canónico”, es decir “de acuerdo con ellas,” si son eclesiásticas. Con esto, está todo o casi todo, dicho, sancionado y santificado. La misma pastoral, la ética y la moral y las leyes civiles democráticamente promulgadas, habrán de arrodillarse ante tal recopilación, en ocasiones, hasta dejando de lado la conciencia y el “sensus fidelium” , que primarán sobre los “valores” de la burocracia y del clericalismo a ultranza.
Comenzando por el principio, y necesitando la Iglesia como institución, dinero para su actual pervivencia y “misión”, se demandan con fervor otros procedimientos y ordenamientos de tipo económico. A la luz del santo evangelio, ni son, ni serán, justificables, tantas riquezas de las que es poseedora y administradora. A los pobres, que son evangelizados como “los privilegiados” de su doctrina y de los ejemplos de vida dados por Jesús y sus santos-santos, les defraudan y escandalizan, signos, ornamentos sagrados, acciones bancarias, compras londinense de edificios, y adoctrinamientos y comportamientos esencialmente curiales.
Las misas de hoy apenas si pueden encuadrarse en el marco de misas, por mucha liturgia de la que hagan gala. Lo de la “Santa Cena”, “partir el pan en compañía de un grupo de amigos”, y “¡haced esto en memoria mía!”, no es posible entenderlo por mucha y muy buena voluntad que se tenga. Nuestras misas no son las del evangelio. Son otra cosa. Hasta hay que pagar por ellas. Con las mismas, y la aplicación de sus “intenciones”, se privilegian una vez más los ricos sobre los pobres más pobres. Las misas solemnes, más que misas, son y se llaman “funciones”, de las que los asistentes (¡!) “salen con los pies fríos, la cabeza caliente” y con caras de aburrimiento. Asombran tantas ceremonias y ritos. Y el olor a incienso, al igual que el recuerdo del entorpecimiento de los obispos todavía indecisos por lo de cuando y cómo hay que ponerse la mitra y cuando y cómo las mascarillas…, por no hallarse esta ceremonia registrada en el ritual…
Vigentes las normas y leyes cívicas de ahora, con la presunción de que perdurarán por tiempos más largos, -aunque se aminoren en número y frecuencia,- , procesiones, “Años Santos”, canonizaciones, romerías, concentraciones masivas, reafirmaciones de fe, entradas solemnes, “tomas de posesión” y entronizaciones de los obispos en sus catedrales, bendiciones “Urbi et Orbi”… apenas si perdurarán, quedando de unas y otras añorantes recuerdos, junto a la salvadora posibilidad de la vuelta a la Iglesia del “Libro de los Hechos de los Apóstoles” y de las predicaciones y comportamientos de Jesús por los caminos de Galilea y en su participación activa de la comensalía en las festivas bodas de Caná…
El capítulo de los sacramentos, y más en relación con la técnica que se impondrá de una o de otra manera, está todavía inédito, por lo que se refiere al futuro. De entre ellos sobresale el de la confesión, pese a los nuevos inventos a punto de ser “estrenados” en los sofisticados e intrincados confesonarios, artilugios o “lugares sagrados en los que se colocan los sacerdotes para oír las confesiones”.
En medio del torbellino arrollador e intempestivo de los “coronavirus”, en la pluralidad de versiones presentes y futuras, es de agradecerle a Dios que todo ello contribuya a la a reconversión de la institución eclesiástica, tornándola más y mejor y al servicio salvador del pueblo. Lo que no lograron los concilios, las encíclicas, las cartas pastorales, las prédicas, los discursos y las homilías, es hasta posible que lo consigan las mascarillas…
¡Bendito sea Dios, porque hasta de los “males- males”, como los “coronavurus”, permite que se desprendan “bienes”, tales como la profunda renovación de la Iglesia. No dejemos pasar esta ocasión, dado que puede ser la última o, en el mejor de los casos, la penúltima…