"A la piedad española le sobran santos guerreros" Antonio Aradillas: "Santiago licenció la espada (en su 'Año Santo')"
"Diversos nombres y connotaciones definen ya, y definirán aún más, el "Año Jacobeo", año santo, nueva versión, a las puertas de cuya "Perdonanza" llaman multitud de visitantes y de peregrinos"
"Crece el afán y el deseo de que se imponga la idea, elementalmente cristiana, de que el Apóstol abandone su espada en la iconografía de todos sus caminos, y afluentes, y se eche a andar por ellos, vestido y revestido de simple, ejemplar y pacífico peregrino…"
"La historia-historia no avala con seriedad y argumento alguno la existencia de los hechos y episodios en los que la leyenda hizo intervenir guerreramente al Apóstol en la lucha cristiana contra el 'moro' de Alhá y sus correligionarios"
"No solo a la iconografía, sino a la propia idea que se ha tenido y se sigue teniendo del Apóstol le hace falta un profundo repaso por exigencias de la fe que él encarnara y difundiera por España"
"La peregrinación a Santiago es y exige un nuevo estilo y comportamiento de vida con total destierro de las espadas, caballos y gritos marciales, convertidos todos ellos en arados y en banderas de paz"
"La historia-historia no avala con seriedad y argumento alguno la existencia de los hechos y episodios en los que la leyenda hizo intervenir guerreramente al Apóstol en la lucha cristiana contra el 'moro' de Alhá y sus correligionarios"
"No solo a la iconografía, sino a la propia idea que se ha tenido y se sigue teniendo del Apóstol le hace falta un profundo repaso por exigencias de la fe que él encarnara y difundiera por España"
"La peregrinación a Santiago es y exige un nuevo estilo y comportamiento de vida con total destierro de las espadas, caballos y gritos marciales, convertidos todos ellos en arados y en banderas de paz"
"La peregrinación a Santiago es y exige un nuevo estilo y comportamiento de vida con total destierro de las espadas, caballos y gritos marciales, convertidos todos ellos en arados y en banderas de paz"
Diversos nombres y connotaciones definen ya, y definirán aún más, el “Año Jacobeo”, a las puertas de cuya “Perdonanza” llaman multitud de visitantes y de peregrinos. La pandemia, los “coronavirus” en la pluralidad de versiones, la nuevamente frustrada visita del papa Francisco, las carencias de soluciones a necesidades primarias del pueblo, hasta el presente satisfechas, y con excedencia, el descenso-o ascenso- del número de aspirantes a lograr la “compostelana”, la solidaridad excepcional constable a lo largo y ancho del Camino, la jubilación forzosa de su arzobispo…, aportan certeros y abundantes datos como para que cada uno de ellos “bautice” con hagiografía, oportunidad y rigor lo que fue, quiere ser o será, el “Año Santo” en su nueva versión jacobea.
Y acontece –y esta es la sorprendente noticia- , que crece el afán y el deseo de muchos aspirantes a peregrinos, procedentes de todo el orbe católico, y no tan católico, de que, por fin, y precisamente en este santo año, por encima de cualquiera de las contingencias antes mentadas, se imponga la idea elementalmente cristiana de que el Apóstol abandone definitivamente su espada en la iconografía de todos sus caminos, y afluentes, y se eche a andar por ellos, vestido y revestido de simple, ejemplar y pacífico peregrino…
No solo a la iconografía, sino a la propia idea que se ha tenido y todavía se sigue teniendo, del Apóstol, dentro y fuera de la Iglesia, le hace falta un profundo repaso –revisión y penitencia-, por exigencias de la fe que él encarnara y difundiera por España en el hipotético reparto que apostólicamente se efectuara con el fin de la cristianización del mundo.
Su cercanía a Jesús, su condición de “hermano” del mismo, su co-protagonismo en algunas de las escenas de los santos evangelios, desaconsejaban muy a las claras que precisamente Santiago y sus compañeros por oficio y por ministerio, arrojaran a las aguas de cualquiera de los ríos que atravesaran, por ejemplo al Ebro, - que es el que le confiere nombre, identidad y paisaje a la península ibérica- sus espadas, así como los arreos beligerantes de las cabalgaduras y, convertidos en pobres y mansos peregrinos de la palabra de Dios, pordiosearan pan y hospitalidad hasta alcanzar el lugar del compostelano “Campo de las Estrellas” en el que se ubica el templo -su templo- y la ciudad de su nombre.
La historia-historia no avala con seriedad y argumento alguno la existencia de ninguno de los hechos y episodios en los que la leyenda, y con todo lujo de detalles, hizo intervenir guerreramente al Apóstol en la lucha cristiana contra el “moro” de Alhá y sus correligionarios.
La batalla de Clavijo, a lomos de un todo furioso celestial caballo armado de espada y de cruz, así como la posible intervención en figura de pastor por los desfiladeros de Despeñaperros (¡¡) antes y después de la de Las Navas de Tolosa, no tienen cabida en ningún capítulo de la historia de la Reconquista.
A la piedad española, y al calendario litúrgico en general, les sobran santos guerreros. En la Reconquista, y antes y después de la misma, faltan santos pastores, es decir, peregrinos. Sobran espadas y arcabuces. Faltan santos que lo son y acrecen en contacto monástico con la naturaleza, lo mismo en solitario que en comunidad. De día o de noche. Viviendo de limosnas y solidariamente, con lluvia o con el sol a cuestas. Con calor o con frío. Atendidos siempre por compañeros y amigos –“fratres”, a los que, el andar y el contemplar, los torna más y mejores personas.
Si el Año Santo Jacobeo que ahora se inicia no pasara de ser un simple viaje y episodio turístico, y no una peregrinación de verdad, la “Compostela” serviría de poco o de nada. Sería tema de conversación entre familiares, conocidos y amigos, lección y recuerdo de ecología, arte, fantasía e historia o, simple y llanamente, ejercicio deportivo.
La peregrinación a Santiago, y más en su Año Santo – y al Finisterre (“fin de la tierra”)- es y exige un nuevo estilo y comportamiento de vida, en cuyo esquema se hagan imprescindiblemente presentes y activas virtudes sobrenaturales y humanas, con total destierro de las espadas, caballos y gritos marciales, convertidos todos ellos en arados y en banderas de paz. En las peregrinaciones tan solo han de resonar los sones y ecos de las mágicas palabras “¡Ultreia et suseias”, que entre sí se cruzaban los que iban y volvía, con cálidos y fervorosos deseos de “”¡sigue adelante,, que tan solo un poco más allá está ya Santiago¡”
¡Ánimo, y a ponerse en camino, ahora y siempre en son de paz, entre los propios cristianos, los compatriotas y también con los “moros”, es decir, con los de cualquier otra creencia…!