"Una escandalosa indiferencia" Bernardito Auza, Rafael Palomino y la Iglesia de la Carroza: Crónica de un Nuncio Anacrónico
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Pocos personajes han dejado un legado tan controvertido como Bernardito Auza, el Nuncio filipino que durante años ejerció en España como representante de la Santa Sede
Su paso por el país no solo será recordado por su conservadurismo a ultranza y su fascinación por el boato, sino también por su escandalosa indiferencia ante injusticias flagrantes dentro del episcopado español, como el caso del sacerdote Rafael Palomino
Ahora, su pompa y sus silencios se trasladan a Ginebra, dejando un legado que parece sacado de otro siglo
Ahora, su pompa y sus silencios se trasladan a Ginebra, dejando un legado que parece sacado de otro siglo
| José Carlos Enríquez Díaz
Pocos personajes han dejado un legado tan controvertido como Bernardito Auza, el Nuncio filipino que durante años ejerció en España como representante de la Santa Sede. Su paso por el país no solo será recordado por su conservadurismo a ultranza y su fascinación por el boato, sino también por su escandalosa indiferencia ante injusticias flagrantes dentro del episcopado español, como el caso del sacerdote Rafael Palomino. Ahora, su pompa y sus silencios se trasladan a Ginebra, dejando un legado que parece sacado de otro siglo.
Entrar en carroza: ¿Nuncio o personaje de una novela gótica?
Cuando Bernardito Auza llegó a España, lo hizo con estilo. Pero no con el estilo que predica el Papa Francisco, basado en la humildad y la cercanía, sino con una puesta en escena digna de una novela de Balzac. Al parecer, el Nuncio filipino consideró que la mejor manera de simbolizar su llegada al cargo era montado en una carroza, como si aterrizara en 1823 y no en el siglo XXI. Este gesto inicial, que aún provoca incredulidad entre quienes recuerdan la escena, dejó claro que Auza no venía a modernizar nada.
La carroza no era solo una declaración de intenciones, sino el prólogo perfecto de un mandato en el que la teatralidad y el conservadurismo extremo serían sus principales herramientas. Mientras Francisco clamaba por una Iglesia cercana a los pobres, Auza parecía haber extraviado esa página del Evangelio, prefiriendo alinearse con el sector más elitista y retrógrado del episcopado español.
Rafael Palomino: víctima del olvido selectivo del Nuncio
Pero si la entrada de Bernardito Auza fue de opereta, su gestión como Nuncio estuvo marcada por silencios que resultan más elocuentes que cualquier discurso. Uno de los episodios más vergonzosos de su paso por España fue el caso del sacerdote Rafael Palomino, un clérigo ejemplar de la diócesis de Cádiz que se atrevió a alzar la voz contra las arbitrariedades del obispo Rafael Zornoza.
Zornoza, conocido por su gestión autoritaria y opaca, ha acumulado una lista interminable de acusaciones: desde represalias contra sacerdotes que lo cuestionan hasta un supuesto enriquecimiento personal con recursos diocesanos. Rafael Palomino fue una de sus principales víctimas, relegado y castigado por defender la transparencia y el compromiso pastoral frente a los caprichos del obispo.
¿Y Bernardito Auza? Ni una palabra. Ni una carta. Ni un gesto. La actuación del Nuncio ante este escándalo podría describirse como un ejercicio de indiferencia calculada. Mientras Palomino veía su ministerio destruido y los fieles de Cádiz denunciaban la situación con desesperación, Auza prefirió quedarse al margen, evitando cualquier acción que pudiera incomodar a sus aliados en el sector más conservador del episcopado.
El cardenal Rouco y el ático del conservadurismo
Por supuesto, había prioridades más urgentes para Bernardito Auza. Mientras casos como el de Rafael Palomino quedaban en el olvido, el Nuncio dedicaba su tiempo a estrechar lazos con figuras como el cardenal Antonio María Rouco Varela, el gran símbolo de la resistencia ultraconservadora en la Iglesia española. Las frecuentes visitas al ático de Rouco en la calle Bailén no eran solo encuentros amistosos; eran un símbolo del alineamiento de Auza con un sector que ha hecho todo lo posible por bloquear las reformas impulsadas por Francisco.
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Lejos de mediar en los conflictos internos de la Iglesia española, Auza se convirtió en un fiel escudero del inmovilismo. Su legado, más que el de un mediador, es el de un protector de los privilegios de una élite eclesial que parece vivir en otra realidad, desconectada de las preocupaciones de los fieles y de los problemas internos que corroen a la Iglesia.
El silencio cómplice: el caso Palomino como epitafio
El caso de Rafael Palomino resume perfectamente lo que Bernardito Auza representó en España: un Nuncio que habló poco cuando debía actuar y que actuó mucho para perpetuar un sistema que Francisco intenta desmantelar. Palomino, sacerdote con décadas de servicio a los fieles, fue víctima de represalias sistemáticas por parte de un obispo cuyo historial está plagado de sombras. Pese a las cartas enviadas a Roma y a las denuncias públicas, Auza no movió un dedo.
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La injusticia cometida contra Palomino no era un secreto. Era un grito ensordecedor que resonaba en los pasillos de las parroquias y en las protestas de los fieles. Sin embargo, para Bernardito Auza, era simplemente un ruido de fondo que podía ignorar. Quizá porque no había carrozas involucradas. Quizá porque enfrentarse a Zornoza habría significado un problema con el sector conservador al que Auza se había entregado con tanto entusiasmo.
Este silencio cómplice dice mucho más que cualquier discurso pronunciado desde el púlpito. Dice que la justicia no era una prioridad. Dice que defender a un sacerdote comprometido no era tan importante como proteger la estructura de poder que Auza vino a consolidar. Y dice, sobre todo, que la desconexión entre el mensaje de Francisco y la actuación de algunos de sus representantes sigue siendo una herida abierta en la Iglesia.
Conclusión: el legado de la carroza y los silencios
Bernardito Auza ya no estará en España, pero su paso por el país será recordado como un ejemplo de lo que la Iglesia no necesita. Un representante más preocupado por las formas que por el fondo, por el boato que, por la justicia, y por las alianzas que por el Evangelio. Mientras Rafael Palomino lucha por recuperar su lugar en la Iglesia, Auza se marcha a Ginebra con la misma indiferencia con la que ignoró las súplicas de los fieles en Cádiz.
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