"Si tuviera que elegir una palabra para describir su pontificado, elegiría comunión" Carlos Osoro, un pastor cercado por el integrismo
Al hablar de Osoro en el análisis de su pontificado madrileño, por circunspecto que sea, no puede olvidarse el maltrato pecaminoso de palabra y obra recibido por parte de personas que se consideran de la comunidad eclesial, pero que difícilmente pueden ser aceptados como discípulos y seguidores de Cristo, el único Señor, al mentir y utilizar medios tan mafiosos y falsos
| Juan María Laboa
Si tuviera que elegir una palabra para describir el pontificado de don Carlos Osoro, elegiría el concepto de comunión. Durante diez años ha recorrido y visitado su diócesis, se ha encontrado con sus fieles y con tantos conciudadanos que le han acogido, escuchado y tratado con mucha cercanía y naturalidad. Con todos ha establecido una relación cordial, aceptándoles en su diversidad y acompañándolos en sus necesidades y situaciones humanas y religiosas diversas.
Por su modo de ser y por su vocación permanente ha sido en todo momento pastor, padre acogedor, amigo cercano. He coincidido con él en diversas situaciones y nunca le he visto como gobernante centrado en el mando, ni como personaje alejado de los fieles, sino como alguien cercano, humano, interesado por conocer las necesidades y problemas reales, y dispuesto a ayudar.
Una bocanada de aire fresco
Ha resultado una bocanada de aire fresco en una comunidad eclesial, a menudo, envarada y formalista, en la que no falta la ayuda y preocupación por los necesitados, pero no abunda tanto el hacerse uno con todos y la comprensión de la pluralidad.
Su labor pastoral ha sido ejercida con este sentido convencido de comunión, del que tan necesitada está nuestra diócesis disgregada y dividida al modo bronco en que lo está la sociedad española. Así lo han sentido tantos fieles, sacerdotes y religiosos.
Su límite y cerco lo ha constituido el drama de la sempiterna imagen del integrismo presente en una parte de nuestra Iglesia y en algunos medios de comunicación, tal como se ha manifestado hoy mismo, al relatar el final de un pontificado y el inicio de otro. No vale la verdad, ni el bien de la Iglesia o la comunión de nuestra comunidad creyente, sino el anuncio belicoso de descripciones y juicios sin importar la verdad o la mentira, solo la imposición de unos intereses.
De todas maneras, al hablar de Osoro en el análisis de su pontificado madrileño, por circunspecto que sea, no puede olvidarse el maltrato pecaminoso de palabra y obra recibido por parte de personas que se consideran de la comunidad eclesial, pero que difícilmente pueden ser aceptados como discípulos y seguidores de Cristo, el único Señor, al mentir y utilizar medios tan mafiosos y falsos.
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