"Se me llena el corazón de lágrimas de misericordia y sonrisas de Dios" Desayuno sin diamantes y con corazón en la iglesia de San Antón
"Son más de 400. Han salido de sus escondrijos de la calle, donde pasaron toda la noche, y están esperando en silencio, en fila o sentados en los bancos"
"El humilde baño de la iglesia de San Antón le parece un lugar confortable, en el que hay jabón, toallas y papel higiénico. Todo un lujo para ellos"
"Pobres, pero con dignidad. Así se sienten tratados y, sin decirlo, lo agradecen y, en el fondo de su corazón, dan gracias y me sonríen de verdad"
"Esperan como los monjes, en silencio, a que los voluntarios les sirvan. Son como ángeles para ellos. A muchos les llaman por su nombre. Ya los conocen. A todos les susurran unas palabras de saludo cariñoso y afable"
"Pobres, pero con dignidad. Así se sienten tratados y, sin decirlo, lo agradecen y, en el fondo de su corazón, dan gracias y me sonríen de verdad"
"Esperan como los monjes, en silencio, a que los voluntarios les sirvan. Son como ángeles para ellos. A muchos les llaman por su nombre. Ya los conocen. A todos les susurran unas palabras de saludo cariñoso y afable"
| Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz
Despierto este sábado por la mañana y, de inmediato, pienso en acercarme a nuestra parroquia de San Antón, para dar los buenos días (de esos sabrosos, que te salen de dentro, porque te los devuelven con cariño) y el desayuno a los sintecho.
Allí están, como todos los días. Son más de 400. Han salido de sus escondrijos de la calle, donde pasaron toda la noche, y están esperando en silencio, en fila o sentados en los bancos.
Van mal vestidos, desaliñados, y huelen mal, porque no tienen donde lavarse ni donde asearse ni cepillarse los dientes, ni siquiera un baño para hacer sus necesidades. Por eso, el humilde baño de la iglesia de San Antón le parece un lugar confortable, en el que hay jabón, toallas y papel higiénico. Todo un lujo para ellos, sobre todo el papel higiénico, que cogen a escondidas y se lo llevan a escondidas, como si de un auténtico tesoro se tratara.
Impresiona verles en silencio, sentados en los bancos cubiertos con manteles blancos, con tazones, vasos de cristal y cubiertos no desechables. Como los ricos, piensan. Pobres, pero con dignidad. Así se sienten tratados y, sin decirlo, lo agradecen y, en el fondo de su corazón, dan gracias y me sonríen de verdad.
Esperan como los monjes, en silencio, a que los voluntarios les sirvan. Son como ángeles para ellos. A muchos les llaman por su nombre. Ya los conocen. A todos les susurran unas palabras de saludo cariñoso y afable. Después de servirles tantos desayunos ya son como de la familia. Y, de hecho, conocen muchas de sus historias. La mayoría, historias de dolor, llanto y desgarro. Pero la vida sigue y, ellos, como náufragos, se aferran a estos pequeños salvavidas y se acercan a las orillas de la misericordia.
Me siento en un banco, al lado de dos sintecho, me tomo el café, que sabe a gloria bien acompañada, y el bocadito de jamón de Tomás y las pastas Dulcesol. Agradezco la generosidad de nuestros proveedores, que nos surten a diario de café, jamón y dulces, que, servidos con amor, sanan o, al menos, ponen tiritas en sus corazones heridos.
Mientras comparto con ellos el desayuno, pienso que nuestra iglesia no huele a incienso ni a colonia, pero sí a pan recién hecho, a dulces horneados y al perfume del amor, que derrochan nuestros voluntarios. Un milagro que se repite cada mañana. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces y, sobre todo, del cariño. Y se me llena el corazón de lágrimas de misericordia y sonrisas de Dios.
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