Amor, movimientos populares y Bien Común Emilce Cuda: "La e-moción amorosa cristiana debe concretarse en acción política"
"El Papa Francisco nos ha enseñado que 'el amor incluye las relaciones cívicas y políticas' y por ello la política es 'una de las más altas expresiones de amor'"
"Se requiere de un momento decisivo en el cual la comunidad agónica de la periferia se constituya como sujeto colectivo prot-agónico"
"Aquello que con-mueve a la unidad -para movernos juntos-, es el sentir carnal del sufrimiento, no la explicación de la idea"
"Aquello que con-mueve a la unidad -para movernos juntos-, es el sentir carnal del sufrimiento, no la explicación de la idea"
| Emilce Cuda, teóloga
Aquello que mueve popularmente a la unidad por el bien común es la “emoción hecha acción comunitaria”, dijo el Papa Francisco en su Discurso a los Movimientos Populares en Santa Cruz de la Sierra. En el momento decisivo de unirse para salvar la vida, el pathos se convierte en ethos. Ocurre cuando la comunidad, como unidad económica de individuos por necesidades primarias, deviene comunidad de personas como unidad política por el derecho al acceso universal de los bienes comunes.
En la sexta catequesis pontificia para Curar al Mundo: Amor y Bien Común, del 9 de septiembre de 2020, el Papa Francisco pone en relación el amor con el bien común. Eso no tiene nada de sensiblero. Por el contrario tiene mucho de alta política, si se lo lee a la luz de toda una tradición filosófica y teológica en busca de la unidad como camino de la salvación porque, como dice Francisco en esta catequesis, “el amor incluye las relaciones cívicas y políticas”. Según el Papa, “como somos seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para afrontar todo tipo de crisis (LS 231)”.
La pasión amorosa, y no la temerosa, es la “inspiración” que debe prevalecer sobre “la cultura del egoísmo, de la indiferencia, del descarte” -la de pensar “que algunos son inútiles en la sociedad’-, dice Francisco en esta nueva catequesis. Como “la promoción del bien común es un deber de justicia que recae sobre cada ciudadano”, asegurar el carácter universal de los bienes comunes “para los cristianos es también una misión”, porque “orientar nuestros esfuerzos cotidianos hacia el bien común es una forma de recibir y difundir la gloria de Dios”. Por eso, la “buena política es la que pone en el centro a la persona humana y el bien común”, y “el bien común requiere la participación de todos [..] en armonía”. Si los cristianos creen, como dice el Papa, que “Dios es Trinidad, Dios es amor”; entonces, la e-moción amorosa cristiana debe concretarse en acción política. ¿Cómo es posible esta concretezza?
Lo dicho lleva a reflexionar, por ejemplo, si al inicio del proceso del cambio que posibilite la transición ecológica, no se requiere de un momento decisivo en el cual la comunidad agónica de la periferia se constituya como sujeto colectivo prot-agónico -como señaló Francisco en el II Discurso de Roma a los Movimientos Populares-, y no solo ant-agónico. Sería el momento de la unidad en que la pasión se convierte en emoción como acción solidaria para la transformación social justa. Vale decir que “es el Espíritu quien garantiza la unidad”, allende de toda estrategia -tal como lo expresó Francisco en la Homilía de Pentecostés 2020.
En concordancia con el análisis que hace Juan Carlos Scannone sobre La ética social del Papa Francisco (Agape, 2018), diré que aquello que con-mueve a la unidad -para movernos juntos-, es el sentir carnal del sufrimiento, no la explicación de la idea. El sentir en el cuerpo es lo que mueve, lo que e-mociona, es la moción que conduce a la acción. Ese sufrimiento, cuando es consecuencia de la injusticia social, se torna experiencia de salvación comunitaria. En ese anonadamiento -a causa de la exclusión social, y no de prácticas intimistas- es donde se genera la mística popular como dínamo del momento de la unidad política verdadera. Es ahí cuando la emoción se convierte en acción.
Esa emoción, convertida en acción comunitaria para la vida, es la lucha por la justicia como actividad o praxis histórica colectiva, pública, constitutiva del cristianismo, como señala Scannone; es el hilo conductor de la misericordia como forma política, es la comunidad unida como un pueblo en movimiento. Eso son los Movimientos Populares “discerniendo socialmente” -desplazamiento ignaciano que se permite Francisco a partir del Concilio Vaticano II y su reconocimiento de la unción de la sabiduría en todo el Pueblo de Dios-, cómo hacer realidad efectiva la justicia social, garantizando de manera universal el uso común de los bienes que sostienen en la vida, y que fueron creados y donados a todos: Tierra-Techo-Trabajo.
"Esa emoción, convertida en acción comunitaria para la vida, es la lucha por la justicia como actividad o praxis histórica colectiva, pública"
Como puede verse, la unidad política supone el amor como miseri-cordia, como compasión ante el sufrimiento de los cuerpos anonadados física y psíquicamente por la injusticia social, siendo la desigualdad evidencia incuestionable de ausencia de lo político como unidad, y no de la política popular como poder de obstrucción. La miseri-cordia es “sensibilidad actuante” -dirá Scannone-, es el “corazón -amor- practicante de la comunidad”, es pasión e-motiva, es un padecer dinamizante que genera la “connaturalidad afectiva” que mueve a la acción social y política como “la más alta expresión de amor” -en palabras de Francisco para esta catequesis.
La pasión amorosa es socialmente eficaz en tanto acción solidaria de la comunidad que, como un pueblo, lucha contra la injusticia para hacer realidad el “Reino público” de los Cielos, ya pero todavía no. La lucha por la justicia, explica Scannone, es “constitutiva” de la evangelización, no integral. De ahí que la comunidad anonadada se constituye políticamente como sujeto de acción colectiva bajo la forma de Movimiento Popular si su lucha es por el bien común. Desde ese punto de vista es que Scannone considera que los Movimientos Populares son el signo de los tiempos como locus teológico donde se manifiestan las realidades divinas -es decir que Dios ya está actuando en la historia hoy a través de ellos.
Sin embargo, los grupos de poder hegemónicos descalifican la emoción como motor de la acción política justa por considerar al pathos popular una patología de las masas. Pero resulta que el catolicismo, a partir del Concilio Vaticano II, reconoce en todos los bautizados la sabiduría como un “instinto de fe” -sensus fidelium (GS 11)-, lo cual permite el justo discernimiento en uno. No por azar Francisco desarrolla su catequesis para Curar el Mundo en torno al poder que otorgan las virtudes teologales infusas en las personas que conforman un pueblo. Estas, según Francisco, habilita a la parte del pueblo que ha sido excluida a las periferias existenciales a constituirse en “sujeto de discernimiento social”, participando legítimamente en la decisión de lo político como momento constitutivo, y de políticas públicas como justicia efectiva. Por consiguiente, el cambio viene de abajo, de la pasión popular -no instituido ideológicamente, ni controlado partidariamente, sino solo acompañado evangelicamente. El modo de reconocer la pasión popular verdadera consiste en escuchar en ella el reclamo por el acceso universal a los bienes comunes para impedir la devastación humana y ambiental.
Una evidencia de esto es la movilización popular solidaria de los trabajadores de la economía popular luchando por la equidad de derechos laborales para todos los trabajadores, ya que por el momento solo se benefician de las conquistas sociales los empleados formalmente. Los Movimientos Populares han dado el paso decisivo a lo Político. De la común-unidad por necesidades económicas -es decir por comida como piso más bajo de los derechos-, están pasando poco a poco a una común-unidad por el reclamo de derechos sociales. El reclamo solidario, es decir aquel que reclama por todos los excluidos, incluso por el planeta, es un ejemplo de puente construido desde el amor. Por el contrario, el reclamo de clase es aquel que solo exige garantías a la propiedad privada como bien absoluto, siendo este un ejemplo de muro construido desde el miedo.
Cuando el ethos solidario se reemplaza por el pathos egoísta, lo político como lucha por la justicia se suspende desde la política como administradora y garante de la propiedad privada de la renta concentrada, y el caos reina bajo la de-forma de una crisis que en realidad es sistémica. La pandemia deja en evidencia que hoy la patología está del lado del sistema reinante, y no de los pueblos apasionados como se viene repitiendo desde el comienzo de la democracia moderna universal a fines del siglo XIX. Las relaciones sociales están enfermas, y al enfermo no se le discute, se lo sana: hay que “curar al mundo”, reza la catequesis del Papa Francisco. Ante la patología del sistema, se debería intentar acompañar la movilización de las periferias como signo de los tiempos en su lucha por la justicia, hasta conseguir que la “emoción hecha acción comunitaria”, restablezca lo Político.
Si de convertir la emoción en acción se trata, debe considerarse que los sueños mueven más que el miedo y la desolación. El miedo paraliza, los sueños erotizan. Si bien Laudato Si es una denuncia del sistema que mata, Querida Amazonia habla de cuatro sueños para enamorar, apasionar y movilizar. Desde una posición progresista, la tentación es cuidar al pobre como si fuese mascota, desplazando las necesidades democráticas del centro como necesidades de la periferia. Sin embargo, la “opción preferencial y solidaria por los pobres” es otra cosa. Los pobres son trabajadores cuidadores de sí mismos y de la casa común por mandato divino. Inclusión social no significa mero asistencialismo sino participación en los procesos de decisión de la producción y la reinversión de la renta para frenar el descarte de los trabajadores y la devastación del planeta. La opción preferencial por los pobres no se refiere a cuidar a los pobres sino a reconocerles el rol protagónico solidario en el cuidado de la casa común, es decir: su dignidad.