"Si la tecnología carece de espíritu no será humanizadora" Espiritualidad y teología para un mundo tecnológico

El futuro con la IA
El futuro con la IA

¿Cómo afrontar este nuevo mundo que la tecnología nos ofrece y está ya desarrollando?

¿A donde nos conduce una tecnología, una IA, que puede alcanzar posibilidades de información y comunicación (TIC) muy superiores a la mente humana y que incluso puede ofrecer un pensamiento y conocimiento, generar un campo cognitivo que supere  las capacidades humanas, es decir, que piense por nosotros?

¿Qué podemos ofrecer y que criterios proponer ante una IA imparable en su desarrollo?

¿Acabaremos siendo conducidos por las máquinas o por el espíritu?

El reciente discurso del papa Francisco en la cumbre del G7 ha planteado y afrontado las  consecuencias que para la humanidad tiene la Inteligencia Artificial (IA) con sus posibilidades asombrosas. Pueden conducirnos bien a un mundo más humanizado, igualitario y justo, o a una situación de dependencia de quienes la desarrollen y manejen para sus intereses.

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Esta urgente llamada de atención ética y advertencia apremiante en esta importante reunión de lideres de la política mundial ha estado dirigida no sólo a ellos, sino a todas las potencias mundiales (faltan en el G7 China y URSS) y, por supuesto, a todas las corporaciones y plataformas que luchan por su hegemonía tecnológica. La clave del domino mundial va a estar -está siendo ya- el desarrollo tecnológico. USA y China, con intereses divergentes, son hoy  sus principales protagonistas, porque quien avance más en este campo ejercerá su imperio sobre el mundo.

Ambas potencias mundiales están invirtiendo ingentes sumas de capital para hacerse con el control de la IA con el objetivo estratégico de ser la primera potencia mundial en este campo. A su vez las grandes plataformas informáticas están desarrollando una poderosa tecnología con una avanzada IA guiados y controlados por un capitalismo digital que ha previsto en su desarrollo la garantía y medio de seguir manteniendo su hegemonía ideológica e intereses económicos. 

El Papa Francisco durante su discurso en el G7
El Papa Francisco durante su discurso en el G7

Los desafíos son de un gran calado, de enormes consecuencias para la humanidad. Con visión profética, el Papa ha  llamado la atención ante un mundo conducido, gobernado y controlado por el dominio tecnológico y, en concreto por la IA, “fascinante y tremenda”, como la califica. En efecto las preguntas e interrogantes que se plantean son de enorme envergadura ante lo que podemos llamar nueva era de humanidad en la que ya estamos embarcados y que, según las previsiones tecnocientíficas, van a ser decisivas en pocos años.

¿Cómo afrontar este nuevo mundo que la tecnología nos ofrece y está ya desarrollando? ¿A donde nos conduce una tecnología, una IA, que puede alcanzar posibilidades de información y comunicación (TIC) muy superiores a la mente humana y que incluso puede ofrecer un pensamiento y conocimiento, generar un campo cognitivo que supere  las capacidades humanas, es decir, que piense por nosotros? ¿Qué podemos ofrecer y que criterios proponer ante una IA imparable en su desarrollo? ¿Acabaremos siendo conducidos por las máquinas o por el espíritu?

Para responder a estas decisivas cuestiones para la humanidad en su presente y futuro es importante un breve recorrido histórico que ayude a situar los avances tecnológicos actuales y a seguir las propuestas del Papa que, desde mi punto de vista, se enmarcan en una espiritualidad que descubre la profundidad del ser humano irreductible a mecanismos digitales y a algoritmos. 

De la sociedad del trabajo a la del tiempo libre

Este proceso tecnológico no es solo actual. Ha recorrido varias etapas. El genero homo adquirió su desarrollo básico actual en el homo sapiens que, a su vez, ha vivido sucesiva y compleja  evolución caracterizada por lo que Edgar Morin denomina el circuito  ‘sapiens-demens’. Esta bipolarización ha provocado procesos creadores y también destructores, donde el crecimiento humano se ha ido plasmando en desarrollos técnicos admirables, pero también en desastrosos retrocesos amenazadores hoy  de un final trágico.

Inteligencia artificial
Inteligencia artificial

Se anuncia y se está iniciando una humanidad diferente a la milenaria sapiens, donde se abren perspectivas, por ahora inimaginables y con poderosos medios tecnológicos como la IA, a una transhumanidad o poshumanidad donde cambiará cualitativamente el ser humano en su desarrollo individual, en su actividad,  en sus relaciones como especie y con la totalidad de la naturaleza que le ha generado y habita  y con el cosmos donde se encuentra.

En este proceso irreversible que la ciencia prevé tendrán sin duda influencias decisivas la política, las culturas, la ecología… Es decir, se trata de un proceso multifactorial cuyas interrelaciones van a depender de decisiones humanas que pueden resultar irreversibles y nefastas o bien positivas y esperanzadoras para lograr  una humanidad renovada que supere las contradicciones e injusticias de la actual.

Durante miles de años el homo sapiens no había adquirido el poder que hoy las nuevas tecnologías le proporcionan

Esta situación y previsiones son nuevas, sin duda, ya que durante miles de años el homo sapiens no había adquirido el poder que hoy las nuevas tecnologías le proporcionan.

Tal cambio cualitativo se inició con el desarrollo industrial, con los intereses y relaciones sociales impuestos por el capitalismo, con la explotación abusiva de la naturaleza y, por supuesto ahora, con el exponencial progreso tecnocientífico, en especial con la IA.

Con la revolución industrial se dio un importante y significativo cambio social. Si, en su primera fase productiva, el trabajo humano acaparaba el tiempo en jornadas de un rendimiento agotador, nuevos artefactos han ido reemplazando la fuerza humana y  abriendo perspectivas de nuevas formas de trabajo y también de un tiempo libre, con posibilidades de emplearlo para el descanso, el recreo, la  diversión, el cultivo cultural, la formación, las relaciones humanas.

Inteligencia Artificial
Inteligencia Artificial

Así se preveía en años de crecimiento industrial y se anunciaba una sociedad del bienestar (welfare state) donde la persona humana iba a ser dueña de su tiempo en aceptables condiciones de vida.

Pero dentro del contexto de la sociedad capitalista del rendimiento y consumo, no tardaron en descubrirse las oportunidades económicas que aquel tiempo ofrecía. Como resultado se desarrollaron ofertas de todo tipo para llenar aquel tiempo con un consumo creciente, ampliado y facilitado con las nuevas tecnologías digitales que presentaban todo tipo de posibilidades: desde la diversión (videojuegos), la cultura de masas (TV), acceso ilimitado a libros (ebooks),  información sin fronteras (internet),  comunicación inmediata (teléfono móvil, WhatsApp), hasta la programación del tiempo por medio de algoritmos y de conocimientos por la IA.

En este contexto el tiempo libre, por ejemplo, ha dejado de ser liberado para reducirse a tiempo manipulado o dirigido, en especial con vistas al consumo, haciéndonos creer que la libertad consiste en consumir al instante,  al menos virtualmente, y sentirnos creativos porque manejamos datos e información a nuestro gusto y sin límites aparentes. Este proceso  nos conduce a lo que se denomina ‘creatividad tóxica’  que nos impulsa a un consumo tecnológico acelerado, antiecológico, ya que los aparatos técnicos exigen un creciente extractivismo de materias primas -por ejemplo el coltán para los teléfonos móviles- y generan ingente basura de artefactos ya obsoletos. Es cierto que  se ha logrado en parte y ahora disponemos de más horas y días ‘libres’. Pero ese tiempo ha sido llenado precisamente por las  TIC (técnicas de la información y comunicación) y sus múltiples artefactos que invaden la sociedad y nuestra intimidad y son capaces de elaborar conocimientos y decidir (IA).

Estas tecnologías cada vez más desarrolladas y sofisticadas han trasformado el tiempo libre en un tiempo donde la tecnología es la clave de la libertad. En consecuencia el tiempo libre ha dejado de ser tal para reducirse a ser tiempo dependiente de la tecnología

En este contexto ser libre significa entonces poseer mas información, acumular datos (big data), estar informado al momento, relacionarse en redes, consumir sin límites  por medio de  las TIC y someternos a su tratamiento por los algoritmos manejados por IA.

Estas tecnologías cada vez más desarrolladas y sofisticadas han trasformado el tiempo libre en un tiempo donde la tecnología es la clave de la libertad. En consecuencia el tiempo libre ha dejado de ser tal para reducirse a ser tiempo dependiente de la tecnología. Pero esta dependencia, alimentada y controlada por lo que Cédric Biogini llama Capitalismo digital va más allá y llega también a trasmitir una mentalidad uniforme, un lenguaje común, un pensamiento único que, como interesa al capitalismo,  hace desear su oferta consumista y comportarse individual y socialmente según sus proyectos y objetivos programados y controlados por potentes algoritmos. En consecuencia, del ‘homo sapiens’ pasamos al ‘homo tecnologicus’ que consume, piensa y actúa según el paradigma tecnocrático. Si antes las personas y los grupos humanos utilizaban  técnicas para su trabajo, ahora es la técnica (IA) la que les  utiliza  y hasta manipula.

Las ambiguas consecuencias de la tecnología 

El poder de las nuevas tecnologías ha invadido la humanidad. Nadie puede vivir sin el móvil del que depende allí donde esté, sin la TV, sin el ordenador y wi-fi, si no quiere perder la carrera desenfrenada del progreso. Nos condiciona y atrapa en nuestros deseos y comportamientos cotidianos. Genera lo que la revista Autogestión  (nº 153) denomina “ola tecnológica contra los pobres” en un “capitalismo de vigilancia” por medio de la IA.

En definitiva, somos permanentemente dependientes de la información que otros nos suministran y de los conocimientos que otros también  elaboran y trasmiten en la llamada sociedad del conocimiento y del llamado capitalismo cognitivo donde  nos ahorran el trabajo de pensar pues la IA  lo hace por nosotros.

Se pensaba que las  máquinas nos dejarían más tiempo libre para descansar, para  soñar, para elaborar nuestros proyectos y realizarlos. Pero en lugar de ofrecernos tiempo de quietud y reposo, nos han introducido en el mundo de la velocidad y del rendimiento (Byung-Chul Han), en la sociedad del agotamiento y del stress. Han creado un mundo virtual que nos aliena de la realidad e impide las auténticas relaciones humanas. Lo que importa es vivir al instante lo inmediato y  obtener lo que se desea en un instante porque lo que ahora tengo se  hace obsoleto mañana.

Byung-Chul Hann
Byung-Chul Hann Editorial Herder

No somos nadie si no estamos al día en información y conocimientos. Y esto nos lo garantizan las TIC. Es más, en este proceso somo  un programa que se puede modificar, mejorar, descodificar, predecir y controlar en un mundo web donde todo está digitalizado, conducido, tratado como números relacionados por  potentes algoritmos tratados por la IA que conducen  a resultados previstos hoy por el capitalismo cognitivo que ha encontrado en el imperio  digital un lugar de beneficios sin límite. 

Estamos entrando en  una carrera irreversible e ‘imparable’ (Yuval Noal Harari) hacia adelante, en un mundo sin sentido, o donde el sentido nos es dado por el consumo digital. La ‘neophilia’ (el amor por la novedad) es el criterio donde todo se hace asequible virtualmente. Hemos llegado  a la ‘aldea global’, prevista por Marshal McLuhan, por medio de la comunicación inmediata y mundial de todo tipo de información. Todo está (aparentemente) en nuestro teclado digital controlado por la IA de las grandes corporaciones.

En consecuencia estamos pasando de la ilusión de una sociedad del tiempo libre y liberado a la sociedad de las redes que nos controlan y aprisionan; de la búsqueda y práctica del pensamiento personal (Descartes: cogito ergo sum) y autónomo (Kant: atrévete a pensar), al pensamiento único, alienado y al servicio de intereses capitalistas que incentivan el consumo de todo para sus insaciables beneficios; del diálogo interpersonal  y social, al mundo de las comunicaciones dirigidas y controladas; en definitiva, del mundo de la creatividad que brota del espíritu humano, al mundo del consumo para beneficios  capitalistas.

Hacia una tecnología humanizadora

Ante los riesgos y amenazas de tal tecnología de desbordantes posibilidades,  invasora de lo auténticamente humano, se plantean preguntas evidentes que el papa Francisco ha subrayado: ¿Puede contribuir la tecnología y cómo a un proceso de humanización, a facilitar y potenciar las relaciones humanas, la colaboración, la solidaridad y alejar las tragedias bélicas? ¿Se favorece la  creatividad a partir de las  posibilidades digitales y potencialidades virtuales? ¿Pueden ser agente ecológico eficaz de cuidado de la naturaleza? ¿Favorecen la cultura de cada pueblo y la relacionan con otras para un enriquecimiento mutuo y, en definitiva, para una sociedad fraternal-sororal en la línea de la Fratelli tutti?

Estas preguntas tienen diferentes respuestas de peligro y amenaza para la humanidad; y así ha ocurrido con determinados desarrollos tecnocientíficos (armamentos nucleares); también pueden lograr auténticos avances para la humanidad con aplicaciones de las  NBIC (Nanotecnología, Biotecnología, Infotecnología, Cognotecnología).

Como subraya el catedrático de física Agustín Gil, “nos hallamos ante una auténtica a encrucijada” en la que hay que decidirse por un humanismo  centrado  en la libertad y dignidad de la persona humana o hundirnos en  el abismo deshumanizador reducidos a ser dirigidos por la IA en una ‘civilización artificial’ (J.M. Lassalle). Según advierte Marc Serramià, ingeniero de inteligencia artificial, profesor de la Universidad de la City de Londres, ”la IA no tiene moral”  y, por tanto, puede conducirnos a resultados éticos contrarios:  favorecer relaciones que nos ayuden a vivir el tiempo  del encuentro con nosotros mismos,  con los demás, con la naturaleza, es decir, un tiempo profundo que supera la superficialidad del tiempo cronometrado o del tiempo sin sentido; o servir para manipular al ser humano y su conciencia, incluso suplantarla.

Comunicación humana e IA
Comunicación humana e IA

El filosofo francés Bruno Latour ofreció pistas a favor de la relación ciencia-tecnología-sociedad (CTS) como componente de nuestra vida social, cultural y con la naturaleza poniendo de relieve los múltiples efectos positivos de una tecnología correctamente utilizada “que no es neutral, sino que está imbuida de valores culturales e interactúa con la naturaleza, la cultura y la política”.

Subrayo especialmente cómo en un mundo cada vez más desintegrado y dividido por enfrentamientos entre personas, pueblos y con la naturaleza, la tecnología puede o bien ahondar la división, desigualdad y contaminación o bien contribuir a la relación, a la integración y al cuidado. El fabuloso mundo web ha creado redes ilimitadas que ponen en relación culturas, informaciones,  conocimientos, adquisiciones y, sobre todo, personas y pueblos antes desconocidos e incomunicados. Puede contribuir con su información a hacernos sensibles ante situaciones de injusticia y marginación, facilitar la ayuda y apoyo para un mundo más conectado y solidario. Será humanizador no cuando se utiliza como medio de dominio político y poder estratégico y sirve a los intereses del capital, sino cuando, relacionando ciencia, filosofía, cultura, religión se  guía por criterios éticos, ecológicos, sociales que relacionan la vida humana, con la naturaleza y logran un equilibrio sostenible bio-eco-tecnológico.

Como señala Agustín Gil, “los ordenadores son útiles siempre que se les considere auxiliares de los cerebros, no su sustituto”.

La tecnología será positiva, por tanto, cuando contribuya a un proceso integrador y relacional donde se progresa en la medida en que las relaciones colaboran con sus respectivas potencialidades sin abandonarnos en manos de la IA y de robots que  reducen nuestro cerebro   su capacidad pensante a dígitos y  procesos de computación. Sus diferencias son cualitativas e irreductibles; como señala Agustín Gil, “los ordenadores son útiles siempre que se les considere auxiliares de los cerebros, no su sustituto”.

Pero cuando se sobrevalora esa relación sometiendo la mente humana a la IA y a sus algoritmos, al chatGPT, que deciden y se imponen a la voluntad humana reflexiva podemos ser conducidos a una nueva especie postsapiens, posthumana, de inimaginables consecuencias deshumanizadoras, a un superhomo technologicus. Dejaríamos de ser personas humanas. No será ‘generativa’ (IAG), sino, como advierte el Papa, ‘reforzadora’ del dominio y dependencia de la cultura dominante.

Por tanto, para que la tecnología sea humanizadora es preciso reconocer con Fritjof Capra la “impactante disparidad entre el desarrollo del poder intelectual, el conocimiento científico y la destreza tecnológica, por un lado, y la sabiduría, la espiritualidad y la ética, por el otro”. Sostiene que “la física moderna puede mostrarles a las demás ciencias que el pensamiento científico no debe ser necesariamente reduccionista y mecánico; que las visiones holísticas ecológicas también son científicamente ciertas”

Hacia una nueva espiritualidad y teología 

En su obra El Método (III) concluye Edgar Morin la necesidad de “reintegrar el espíritu en la physis y la physis en el espíritu… el espíritu en el bios y el bios en el espíritu”. Esto ocurre ya en la relación cerebro-espíritu y en el computo-cogito que mutuamente se necesitan y operan relacionados con todos los procesos fisiológicos, para constituir el complejo sujeto humano, irreductible a una sola de nuestras dimensiones vitales y menos aún a una IA.

En consecuencia la ciencia necesita de las humanidades, de la filosofía, de la psicología, de la antropología, etc. para una aproximación y tratamiento adecuados del ser humano. La persona humana no puede, por tanto, reducirse a ser tecnológica, pero tampoco podemos prescindir de la tecnociencia que nos conduce, como hace notar A. Gil siguiendo a G.R. Kurzweill, a un crecimiento exponencial, pero que no podrán ser conscientes, tener sentimientos, deseos  y motivaciones.

¿De donde puede provenir la confianza para un progreso tecnológico humano no sometido a los intereses de quienes  quieren controlarlo para  su poder y enriquecimiento?

La respuesta está en la espiritualidad humana. Una tecnología, encerrada en sí misma y en su potencialidad, anula  su función para la  humanidad. Pero la tecnología no se justifica por sí misma sino en la medida en que se relaciona con la humanidad de la que procede y a cuyo  servicio debe estar. La mejora y contribuye a su bienestar si respeta la identidad humana caracterizada por su espíritu que la distingue y singulariza en el medio natural  en que nace y vive y por la corporalidad. Somos cuerpo. Estamos enraizados en la naturaleza de la que provenimos que es una dimensión constitutiva de la persona humana informada por su identidad espiritual que es lo más profundo de su ser que no puede ser reducido a procesos neuronales.

IA
IA

Entonces desde los avances tecnocientíficos, desde la IA,  se plantean estas preguntas inquietantes para la espiritualidad y teología: ¿Se superará la complejidad de la persona humana y del cosmos, que nos abre al sentido del misterio, y llegaremos a una explicación científica de la vida y de sus relaciones que haga innecesarios otros sentidos? Hoy, ciencia y espiritualidad se entrelazan cada vez más: ¿competitivamente, de forma que se anulen entre sí, o en una relación integradora que nos conduzca a una humanización nueva, capaz de superar las contradicciones del actual ‘homo sapiens’?     

Desde una perspectiva humanizadora se debe considerar la tecnociencia como un avance espiritual de la humanidad. Pero no puede constituirse en su núcleo y menos aun conducirnos a una posthumanidad tecnológica, pretendidamente superior. En consecuencia, oponer el progreso científico, a la  filosofía, a la religión, a las ciencias humanas o prescindir de sus respectivos avances, es un error. Si la tecnología carece de espíritu no será humanizadora. Si la filosofía prescinde de la ciencia, se reduce a especulación. Si la religión no atiende las investigaciones científicas y sus avances, quedará anquilosada y obsoleta al no considerar  uno de los importantes signos de los tiempos de nuestra época. “La ciencia sin la religión es manca, la religión sin la ciencia es ciega” (Albert Einstein). En definitiva, la construcción de una  sociedad humana y su progreso requiere  interdisciplinariedad y  referencias humanistas y espirituales.

Desde la tecnología y sus avances, en concreto desde la IA, se plantean en consecuencia desafíos nuevos y fascinantes para la teología. Apoyada y elaborada desde datos limitados a campos restringidos, la IA ofrece un nuevo campo cognitivo desde complejos algoritmos donde pueden relacionarse ciencia, filosofía, antropología, ciencias humanas, arqueología… con planteamientos nuevos y cuestionadores de las creencias religiosas. La IAG, que afecta a toda la inteligencia humana puede, por ejemplo,  cambiar la concepción de la persona y su conciencia, cuestionar el  sentido de la fe, sus contenidos e interpretaciones. A la teología se le exige, por tanto,  un necesario proceso interdisciplinar y dialogante si quiere ser aceptada como ayuda en esta revolución humana de la era tecnológica a fin de que el hombre no quede sometido al imperio de la máquina, sino que sea su referencia y esté al servicio de un auténtico humanismo. En este diálogo y colaboración, advierte el papa Francisco, “está en juego la misma dignidad humana”.

En última instancia el vínculo de unión que garantiza y da sentido humano a la IA y a la llamada ‘revolución cognitiva’ que conlleva es el sentido espiritual ante el misterio, como reconocía el mismo Einstein. Pero el acceso  al misterio no se da por medios tecnológicos, máquinas computadoras o IA, sino por el diálogo complementario de saberes guiados y motivados por una espiritualidad ética ecoliberadora e integradora que nos abre a la sabiduría trascendente.

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