Antonio Aradillas Ex estados pontificios

(Antonio Aradillas).-Resultan ser tan bochornosamente graves e impensables las denuncias que en los últimos tiempos se formulan contra la institución eclesiástica y sus aledaños, con preferente mención para buena parte de su jerarquía que, aunque irrite, importune y hasta canse a muchos, estimula a otros en su misión- ministerio a investigar -"ver", "juzgar" y "actuar"-, en sus causas y en sus consecuencias. Es lo único que justifica estas nuevas reflexiones personales, entre tantas otras como pueden, y deben, ser acentuadas.

La continuidad de los Estados Pontificios, con su esquema inicial inamovible, lógicas prerrogativas, exenciones y "misterios", y la difícil, -imposible a veces-, conexión, acoplamiento y enlace entre lo humano y lo divino, con el entrecruzamiento y enredo entre la diversidad de intereses, constituye para algunos la razón principal del descalabro que se padece en la Iglesia.

Ni la pastoral, ni la teología en su versión evangélica, y al margen o sobre las formulaciones canónicas a cuyos criterios y compromisos respondió en su tiempo la fundación de tales Estados, le pueden conferir en la actualidad sentido y contenido salvadores y en fiel consonancia con la doctrina y ejemplo de Jesús, síntesis y esquema de vivencia cristiana.

Muy aguzada ha de ser, y a su dictado, pretender actuar, la imaginación de quienes se puedan llegar a considerar responsables últimos, o penúltimos, del funcionamiento estatal de la "Santa Sede" al servicio del pueblo de Dios, y por motivos sagradamente religiosos. Invocar la libertad como fundamento para la continuidad de la institución equivaldría, por ejemplo, automáticamente, a la esencial descalificación de la existencia de otras religiones e Iglesias, antiguas y modernas, que carecen de estatuto similar, pero que no por eso han de abandonar o mixtificar su trabajo -ministerio. Invocar tal grado de "libertad religiosa" en el concierto de derechos y deberes democráticamente alcanzados por el común de los países, no parece aceptable ni serio.

Y ni lo parece, ni lo es, precisamente al tener que emitir tal juicio en el contexto histórico que hacen pervivir noticias e informaciones constatadas, referidas a los desbarajustes e inmoralidades públicas e institucionales que se les adjudican a los responsables de esos países, también "libres" o permisivos para corrupciones y privilegios de algunas personas, o grupos, siempre con perjuicios tan graves para el pueblo, que los mantiene con sus respectivos regímenes de la recaudación de sus impuestos.

Los Estados -todos los Estados, con inclusión de los "Pontificios"-, cuentan con su banco oficial, con organismos que rigen y administran sus bienes- en nuestro caso también algunos "espirituales"-, ministerios y "ministros", burocracias, relaciones y consideraciones diplomáticas internacionales, sin ahorrarse, por el hecho de ser Estados, los compromisos con bloques determinados, afines, o no tanto, pero no siempre primando motivaciones de tipo verazmente religioso, y ni siquiera ético- morales.

"Ministros del Señor", y a la vez, "administradores" de riquezas contantes y sonantes, y además "espirituales", es tarea pletórica de dificultades, en cuya ejecución son explicables fallos y debilidades en todo -casi todo- orden de cosas. Lo es más aún, como en el caso de la Iglesia, cuando de sus esferas territoriales están exiliados los procedimientos y medios democráticos, con vigencia además para los ritos de sumisión y humildad en su liturgia, en sus cánones y en la valoración ascética de la religiosidad.

En el mantenimiento riguroso de ornamentos y títulos, como los de "Príncipes de la Iglesia" para sus Cardenales, que honran y distinguen a ministros, administradores, nuncios y otras "autoridades", radica para muchos buena parte de las corrupciones de las que se hace eco la prensa, gracias sean dadas al grado de libertad de la que, por fin, disponen los medios de comunicación en su pluralidad de versiones. Más que título de "dignidad", lo de "Príncipe de la Iglesia" suena y tintinea a vituperio.

Pese a todos, y a las crecientes e insidiosas presiones que cercan al Papa Francisco, con ya muchos los cristianos que no desesperan de que algún día se le ocurra al "Romano Pontífice", al menos aludir a la "cruz" de los Estados Pontificios, como incompatible y contradictoria con la de Jesús.

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