El Papa de todos, todos y todos "Francisco, no estás solo. Tu rebaño sigue intacto, tu palabra sigue ardiente, tu tarea sigue activa"

Papa Francisco
Papa Francisco

"Una voz sin retórica hueca que entiende que la Iglesia no es un museo de piezas perfectas, sino un hospital de campaña"

"La fe no es menú a la carta donde uno escoge lo que le gusta"

"Ser humano no es un estado, es una actitud; una batalla que gira en torno a la mirada que dignifica, a la mano que sujeta al caído"

"Cuando la historia hable de Francisco, no lo recordará solo como un pontífice, sino como uno de los mayores testimonios del humanismo cristiano"

A lo largo de la historia han brotado personas que no se han limitado a hablar del cambio, sino que lo han encarnado en cuerpo y alma. Hombres y mujeres que han recordado a la humanidad que lo único importante es nuestra DIGNIDAD. Y en nuestra época, Francisco ha sido esa voz. Una voz incómoda. Una voz sin retórica hueca que entiende que la Iglesia no es un museo de piezas perfectas, sino un HOSPITAL DE CAMPAÑA.

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Una voz que prefiere el callejón al mármol, la molestia a la indiferencia, la lucha al aplauso fácil. Una voz que no guía desde la distancia, sino desde la piel. Desde el roce con los desatendidos. Desde los ojos de quienes el mundo ha empujado a los márgenes. Porque, como dice, la verdadera inmensidad no reside en imponer, sino en UNIR: «La Iglesia no es una aduana, es un hogar paterno donde hay lugar para cada persona con su vida a cuestas».

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Lo promulga Cristo: «No rechazaré a nadie que venga a mí» (Juan 6:37). Y Francisco lo convierte en ACCIÓN. Porque sabe que la fe no es menú a la carta donde uno escoge lo que le gusta. Por eso, toca los enfermos a los que nadie se acerca. Mira a los inmigrantes que muchos ignoran. Abraza a los presos que otros olvidan. Habla a las mujeres con el respeto merecido. Y acoge a los homosexuales con la ternura con la que un cristiano debe alojar a cualquier persona, sin ideas como trincheras ni prejuicios como armas: «¿Quién soy yo para juzgar?».

Y es que su hacer no es otro que el de Cristo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres; me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lucas 4:18-19).

Por eso defiende a los pueblos aborígenes con la LIBERTAD de Fray Bartolomé de las Casas: «Deberíamos escuchar más a los pueblos indígenas y aprender de su forma de vida para comprender que no podemos continuar devorando los recursos naturales». Tiende la mano a otras religiones con la SOLIDARIDAD de San Francisco de Asís: «El diálogo interreligioso no es una opción, es un camino necesario para la paz». Y muestra COMPASIÓN con la crisis migratoria - «La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes» - mientras nos recuerda que la Tierra, nuestro hogar, es también un testimonio olvidado: «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola crisis socioambiental». Porque cuidar la Creación no es un desvarío ecologista, sino una orden divina: «El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo trabajara y lo cuidara» (Génesis 2:15).

Pero si Francisco repite algo, es que los jóvenes seamos «presente». Nos mira como lo haría Alejandro Magno, con la misma esperanza con la que el macedonio contemplaba a sus soldados antes de la contienda. Sabe que tenemos el coraje y la pasión necesaria para cambiar el STATU QUO  «Hagan lío. Hoy hacen falta jóvenes realmente transgresores, no conformistas»- mientras nos tendemos al otro: «La Iglesia no es un círculo cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogedora con todos».

Sin embargo, su mensaje incomoda tanto que lo han politizado hasta la extenuación. Le han llamado rojo, progresista, populista… incluso «representante del maligno». Pero defender a los pobres no es comunismo, es cristianismo. Denunciar la corrupción no es activismo, es decencia. Pedir justicia social no es ideología, es recordar lo que dijo Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mateo 6:24).

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El arzobispo José Cobo ha señalado esta deriva: «El problema que tenemos a veces es la ideología. La ideología encapsula, no mira a las personas. La fe sí». Por eso molesta. Francisco no habla desde una fe que eleva muros, sino que los demuele. Porque sabe que lo que nos califica como HUMANOS no es la posesión de ideas, sino la capacidad de mirar al PRÓJIMO y verlo como HERMANO. Porque, como afirmaría Erasmo de Róterdam, «No nacemos humanos, llegamos a serlo», y Francisco nos lo recuerda con cada gesto. Ser humano no es un estado, es una actitud; una batalla que gira en torno a la mirada que dignifica, a la mano que sujeta al caído. Como advierte Schopenhauer, «La compasión es la base de la moral», y en una era donde la indiferencia se ha vuelto norma, el llamado de Francisco es pura HUMANIDAD.

Por eso, es una china en el zapato para los que se definen como cristianos mientras olvidan la pureza de las Sagradas Escrituras. Porque cuando hacen que la FE no sea refugio, sino refriega. Porque prefieren acallar su voz. Porque no rezan por él, sino contra él. Lo confesó hace unos días, con la tranquilidad de quien ya lo ha visto todo: «Alguien rezó para que me fuera al Paraíso, pero Dios decidió dejarme aquí». En fin, como advierte el Santo Padre, «El cristiano incoherente provoca escándalo». Y esto no es nuevo.  Lo mismo hicieron con JESÚS, porque su palabra tambaleó las raíces de una Roma que se creía dueña de la verdad. «Bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan y digan contra vosotros toda clase de mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mateo 5:11-12).

Como Daniel en el foso de los leones, este humilde jesuita ha permanecido incólume sin ser presa de las garras. Ni el odio ni el miedo han sido su respuesta. Ha seguido avante, con la seguridad de que la Iglesia no es de quienes pretenden proscribir, sino de los que buscan ACOGER. Y con la certidumbre de que no será la bulla de reaccionarios con el corazón triste lo que lo silencie, sino el eco del Nazareno, el que lo empuje.

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Cuando la historia hable de Francisco, no lo recordará solo como un pontífice, sino como uno de los mayores testimonios del HUMANISMO CRISTIANO. Un alma que no se conformó con hablar de amor al prójimo, sino que lo materializó en cada acción. Un alma que es refugio para quienes no tienen dónde sostenerse, un bálsamo para quienes sufren, una luz para quienes están en la sombra. Pero ahora es él quien necesita ser sustentado.

Este es el momento de acompañarle. De que nuestros REZOS le lleguen como un abrazo. Que sienta, aunque sea en la lejanía, que no se encuentra solo. Que Dios lo aguarda. Que la Virgen lo abriga con su delicadeza. Que el planeta, por un simple instante, ha detenido su ruido para proclamar: ¡Gracias, Francisco! Por tu valentía, por abrir puertas a los oprimidos, por recordar que el Evangelio no se predica con palabras, sino con acciones.

No estás solo. Tu rebaño sigue intacto, tu palabra sigue ardiente, tu tarea sigue activa. ¡Que la llamarada de tu MAGISTERIO no solo no se apague, sino que arda con más fuerza en cada recoveco del mundo, hasta convertirse en un fuego imposible de apagar!

La Iglesia de Pedro no es de unos pocos, sino de todos.

De TODOS, TODOS Y TODOS.

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*Profesor-Colaborador externo del Máster  “Catedrales: Didáctica del Arte, Comunicación y Teología” (UNED)

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