"El mundo tiende ahora a transformarse en una gigantesca casa del Big Brother de '1984'" Frei Betto: "Nuestras frágiles instituciones democráticas están amenazadas"
"Todos dormirán en el trabajo, sin hora de entrada y salida, obligados a comprar sus alimentos, sin derecho al descanso de fin de semana y obligados a hacer del espacio doméstico un local de trabajo, lo que seguramente afectará las relaciones familiares. Todos seremos prestadores de servicios uberizados"
¿Cómo será “el día después” de esta pandemia? ¿Qué cambiará en nuestros países y en nuestras vidas? Aún es temprano para hacer predicciones. Pero algunas señales ya indican que, al contrario de lo que dice la canción, no viviremos como nuestros padres.
¿Por qué China logró detener la epidemia en un tiempo relativamente breve, si consideramos que, en una población que supera los mil millones de habitantes, no es fácil ejercer un control tan eficaz? Y es justamente esa palabra –control— el indicio de que la ficción de George Orwell en su novela 1984 ahora se ha convertido en realidad.
Nuestras frágiles instituciones democráticas están amenazadas. China logró contener el coronavirus porque mantuvo a todos los ciudadanos bajo vigilancia por medio de sus teléfonos celulares. Incluso fue capaz de rastrear el recorrido del portador de la infección durante las últimas dos semanas mediante su celular. El mundo tiende ahora a transformarse en una gigantesca casa del Big Brother, en la que todos saben lo que hacen todos, en especial los que detentan el control de los algoritmos.
La exigencia de quedarse en casa demuestra que es posible mantener la sociedad en funcionamiento sin obligar a millares de personas a desplazarse diariamente de su hogar hasta su centro de trabajo. Eso le traería muchas ventajas al capitalismo: no necesitaría mantener tantos edificios para albergar oficinas y otros espacios de trabajo, ni empleados encargados de la limpieza, las comidas, el mantenimiento, la energía, el mobiliario, etc.
Muchos serán como las empleadas domésticas antes de la ley de 2015 que les garantiza derechos: no tendrán puesto fijo, leyes laborales, vínculos sindicales y quejas por los pasillos. Todos dormirán en el trabajo, sin hora de entrada y salida, obligados a comprar sus alimentos, sin derecho al descanso de fin de semana y obligados a hacer del espacio doméstico un local de trabajo, lo que seguramente afectará las relaciones familiares. Todos seremos prestadores de servicios, uberizados por la atomización de las relaciones laborales.
Otra posibilidad de debilitamiento de la democracia es que las autoridades, por mero capricho autoritario, decidieran imponernos con frecuencia el toque de queda. El “quédate en casa” pasaría a ser de rutina, y nuestra movilidad sería controlada por la policía. Y las fronteras de nuestros países pueden ser cerradas periódicamente, lo que nos haría experimentar lo que significa vivir en Corea del Norte.
No obstante, hay maletas que viajan en tren, como se dice en Minas. La pandemia desmoralizó el discurso neoliberal sobre la eficiencia del libre mercado. Como en crisis anteriores, se recurrió al papel interventor del Estado. Los países que han privatizado el sistema de salud, como los Estados Unidos, enfrentan más dificultades para contener el virus que los que disponen de un sistema público de atención a los enfermos. Tal vez eso inste a la prudencia frente a las propuestas de privatización, e incluso incentive las restatizaciones.
Un factor positivo en medio de la crisis es que se estrechan los lazos de solidaridad, se comparten bienes, se cuida de los vulnerables, se rescatan antiguos juegos para entretener a los niños y, sobre todo, se descubre que podemos ser felices disfrutando del ámbito familiar sin muchas actividades fuera de la casa.
La palabra crisis se deriva del verbo acrisolar, que significa perfeccionar. Porque la crisis nos enseña muchas lecciones. Si en pocos días ha sido posible transformar estadios, como el Pacaembu en Sao Paulo, y locales, como el Riocentro en Río, en hospitales dotados de instalaciones de primer nivel, ¿por qué no es posible adoptar medidas semejantes para reducir el déficit habitacional en Brasil?
Sin embargo, hay quienes no aprenden nada con la crisis, como los que, a contrapelo de la ética y de los más universales principios religiosos, consideran que es más importante salvar las ganancias de los bancos y las empresas que las vidas. Padecen de una miopía que les impide ver que el coronavirus no hace distinciones de clase.
Por tanto, se equivocan al suponer que la epidemia solo matará a ancianos (lo que aliviaría los gastos de la seguridad social), a portadores de otras enfermedades (lo que disminuiría las filas de los servicios de urgencia sanitaria), a personas en situación de calle (lo que higienizaría las ciudades) y a habitantes de las favelas (lo que reduciría los gastos del área social). Esa perversa ideología sí es un caso grave de salud política que exige medidas urgentes de profilaxis.