Al nuevo Arzobispo de Pamplona, Monseñor D. Florencio Roselló Avellanas "Como Iglesia de Navarra no perdamos el tiempo en cosas inútiles, ¡soñemos!"
"Nunca es el cambio de formas estructurales y organizativas lo que produce una transformación real y estable en la conciencia de una comunidad"
"El verdadero cambio es el que intensifica la conciencia y la misión de cada componente e implica a todos los miembros de la comunidad, cada uno según sus posibilidades y su papel de servicio dentro del conjunto"
"Necesitamos un impulso fuerte, honesto y eficaz hacia el futuro. Se trata de atreverse, de tener impulsos, de mirar más allá"
"Pensar en la posibilidad de crear un foro o laboratorio de nuevas visiones / nuevos sueños para nuestra Diócesis de Navarra"
"Necesitamos un impulso fuerte, honesto y eficaz hacia el futuro. Se trata de atreverse, de tener impulsos, de mirar más allá"
"Pensar en la posibilidad de crear un foro o laboratorio de nuevas visiones / nuevos sueños para nuestra Diócesis de Navarra"
| José Ignacio Camiruaga CMF
Han pasado ya las celebraciones de su ordenación episcopal y de su toma de posesión en nuestra Diócesis de Pamplona-Tudela. Mi más cordial enhorabuena y mi más sincero deseo de una feliz estancia en ésta, su nueva casa y familia. Comparto con Usted una propuesta. Y quedo a su disposición para posteriores explicaciones de la misma si es que fueran necesarias.
Desde hace algún tiempo, se afirma en muchos círculos que las comunidades eclesiales viven (o deberían vivir) un momento de gran cambio: un cambio más profundo y radical que cualquier renovación experimentada en épocas pasadas. Esta convicción se apoya en la retórica del cambio provocado por la reciente pandemia -un acontecimiento que ahora es objeto de una hermenéutica "apocalíptica" generalizada-, interpretada como un cambio epocal, una línea divisoria entre un eón y otro de la historia, como si fuera el primer acontecimiento de este tipo.
¿Qué hay que cambiar? ¿Qué debemos entender por cambio? ¿En qué consiste? ¿Está constituido principalmente por arquitecturas pastorales diferentes de las adoptadas hasta ahora? ¿Por nuevos sectores o incluso sólo por nuevas denominaciones dadas a sectores ya en funcionamiento o por su ubicación en ámbitos de actividad más amplios?
En realidad, nunca es el cambio de formas estructurales y organizativas lo que produce una transformación real y estable en la conciencia de una comunidad, por ejemplo, cómo es nuestra Iglesia. Al contrario, las transformaciones hacia el exterior pueden llevar incluso a la ilusión de haber dado un paso hacia lo llamado "nuevo", mientras que en realidad lo alejan, provocando el fenómeno de la "inmunidad al cambio", como lo han definido algunos estudiosos.
Entresaco una intervención del Padre Spadaro en La Civiltà Cattolica: "para hacer un sínodo es necesario expulsar a los mercaderes y volcar sus mesas... Pero, ¿quiénes son hoy los "mercaderes del templo"? Sólo una reflexión orante puede ayudarnos a identificarlos... Los mercaderes están siempre cerca del templo, porque allí hacen negocio, allí venden bien: formación, organización, estructuras, certezas pastorales. Los mercaderes inspiran la inmovilidad de las viejas soluciones para los nuevos problemas, es decir, el seguro de segunda mano que siempre es un 'parche', como lo define el Pontífice. Los mercaderes presumen de estar "al servicio" de los religiosos. A menudo ofrecen escuelas de pensamiento o recetas prefabricadas y geolocalizan la presencia de Dios que está 'aquí' y no 'allí'" (Civiltà Cattolica, n. 4113).
El verdadero cambio sólo se produce cuando todos los que componen la comunidad eclesial diocesana avanzan hacia otro nivel superior: en otras palabras, cuando su fuego intrínseco ("He venido a echar fuego en la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera encendido!" Lc 12, 49), cuando todo lo que forma parte de la vida de la comunidad -relaciones, contenido cognitivo, calidad del pensamiento, valores, planes y proyectos, etc.- pasa conscientemente de un grado de luz y energía a otro más convincente y prometedor.
El verdadero cambio es el que intensifica la conciencia y la misión de cada componente e implica a todos los miembros de la comunidad, cada uno según sus posibilidades y su papel de servicio dentro del conjunto. Sin embargo, sin visión, el cambio es imposible. Todo programa de cambio necesita una visión. Por tanto, la cuestión principal es la visión, una visión que implique corazón, cabeza y manos.
Es obvio que el agente fundamental de este tipo de cambio es la conciencia humana, con su poder para afectar a todo lo que la rodea y sobre lo que posa su atención. Si la intención es mantener encendida la llama consciente del amor –pasión- hacia un propósito evolutivo –cambio- en todo aquello con lo que uno se relaciona, inevitablemente se producirá un cambio de estado en las "cosas que tocamos".
El cambio en la comunidad eclesial no puede venir de las propuestas de formas diferentes que haga cualquiera, por buenas que sean. Sino que debe ser acompañado de forma interna por todos y cada uno, con persistencia: es esta universalidad o, mejor aún, sinodalidad la que activa la onda transformadora que impulsa a los implicados hacia una nueva etapa evolutiva. Lo importante es implicarse, sentirse parte activa del proceso que tiene lugar, con total independencia de la dimensión visible de su tarea y su papel.
La vida de la comunidad eclesial sólo cambia gracias a los fuegos encendidos por cada uno, que, convergiendo, impulsan a todos hacia el futuro. Cada uno tendrá que encontrar su propio camino, porque éste no es el mismo para todos y no puede evaluarse mediante manifestaciones externas, sino que sólo puede percibirse internamente a través del corazón.
No obstante, está claro que el éxito del cambio requiere visión e implicación activa de todos los miembros de la comunidad eclesial, mediante un liderazgo participativo -no autocrático- y claridad operativa a la hora de aplicarlo. También se trata tanto de identificar un equipo visionario como de reconocer la calidad y el talento de las personas y darles confianza.
Sí, porque antes de soluciones y planificación, necesitamos visiones. Antoine de Saint-Exupéry dijo: "Si quieres construir un barco, no reúnas hombres para cortar leña, dividir tareas y dar órdenes, sino enséñales la nostalgia del mar vasto e infinito". Cambiar significa mirar hacia delante, avanzar hacia el futuro. Lo que nos impulsa a hacerlo es siempre un objetivo en ciernes, algo que queremos conseguir, algo en el futuro que queremos alcanzar. En definitiva, una visión de lo que será que queremos alcanzar.
En resumen, necesitamos ver el futuro antes de realizarlo, necesitamos imaginarlo antes de construirlo. La visión antes que la planificación es confianza, certeza en una perspectiva racionalmente imposible. La visión es un centinela, una alerta, pero también un camino hacia una realidad a menudo considerada improbable. La verdadera sabiduría genuina no siempre reside en una actitud racional, necesariamente conforme a premisas y por tanto estéril, sino a veces en una "locura" previsora y visionaria.
Como comunidades cristianas, necesitamos crecer en visión. En el Primer Libro de Samuel, se cuenta que en aquella época, que corresponde al año 1000 a.C.: "La palabra del Señor era rara, las visiones no eran frecuentes" (1 Samuel 3,1). Y el Libro de los Proverbios continúa diciéndonos que "Sin la visión el pueblo se vuelve salvaje" (Proverbios 29, 18).
Nuestra Diócesis, en sintonía y dentro del camino de la Iglesia universal, está llamada a definir su propia Visión, un Sueño que pretende realizar a través de su propia praxis pastoral.
Lo primero que nos regaló el Papa Francisco fue un sueño: Evangelii gaudium. "Sueño con una Iglesia...". Nos describe lo que sueña, nos cuenta su visión, y es la que atrae a las personas, la que las pone en movimiento dentro de un proceso generativo. La del sueño es una categoría muy querida por el Papa Francisco. No es ciertamente la evasión que hace perder el contacto con la realidad de la vida cotidiana, sino la visión capaz de orientar, de indicar la dirección del camino, de empujar al cambio. El sueño para el Papa Francisco es un instrumento político, capaz de remendar y regenerar tejidos y espacios sociales desgarrados y rechazados. Es capaz de suscitar la amistad social, como instrumento de transformación del mundo (Fratelli tutti, 183), habiendo operado primero la transformación de los corazones con una gran acción educativa (Fratelli tutti, 167-169).
¿Cuál es el sueño que queremos realizar? ¿Cuál es la verdadera transformación que queremos generar en el mundo como comunidad eclesial en Navarra? La pertenencia a una comunidad no se genera por algo que uno haga, sino por compartir una visión, un sueño. Ese es el punto de partida generativo de una comunidad como es nuestra Iglesia.
El hecho es que tal vez en el sustantivo "sueño" vislumbramos los contornos irreales de la ilusión y la irrealidad. Pero sabemos muy bien que no es así. Soñar es deseo, expectativa, impulso creativo... Es saber que algo nuevo debe suceder.
La Visión representa una imagen fascinante y atractiva que se abre al futuro, un sueño. Expresa la manera (el cómo) en que queremos ser Iglesia en Navarra. Sin visiones, el Pueblo de Dios pierde toda perspectiva, toda tensión planificadora, y se hunde así en el fango de las opciones mezquinas y las prácticas piadosas. Sin visiones, el Pueblo de Dios está dispuesto a esclavizarse a los que prometen rápidas gratificaciones pseudoreligiosas/pseudomísticas, a los que garantizan que el atiborramiento de prácticas piadosas puede sustituir a una vida de fe real y satisfactoria.
Pero, ¿qué entender propiamente por la categoría de "visión"? En primer lugar, hay que decir que una visión no es una construcción abstracta, una teoría filosófica o sociológica o histórico-cultural o pastoral. Si así fuera, hoy tendríamos innumerables visiones, para todos los gustos o tendencias.
Una verdadera visión nueva es precisamente un punto de vista distinto sobre las cosas, y por tanto en definitiva un modo distinto de ser hombres y mujeres, de ser creyentes, que surge en un momento determinado de la historia para iluminarla de otro modo, y precisamente así reorientar su proceso de desarrollo.
La visión debe ser capaz de evocar con suficiente claridad la imagen de un futuro posible, creíble y deseable. Se trata de soñar a lo grande. Y soñar juntos. Como Iglesia de Navarra no perdamos el tiempo en cosas inútiles, ¡soñemos! Necesitamos un impulso fuerte, honesto y eficaz hacia el futuro. Se trata de atreverse, de tener impulsos, de mirar más allá.
Las "visiones" no afloran si nos replegamos obsesivamente sobre nosotros mismos, considerando constantemente las heridas, las fragilidades, las limitaciones, las vulnerabilidades, los bloqueos, los miedos, convirtiendo los grupos y las comunidades en una especie de grupo permanente de ayuda mutua. Si seguimos en esta dirección, no sólo no surgirá nunca ninguna visión, sino que traicionaremos nuestra misión. Acabamos en una imperdonable auto-referencialidad eclesial.
Y no sólo eso. Acabamos produciendo creyentes-cactus. Por donde pasan, dejan heridos. Creyentes que se alimentan diariamente de la desconfianza y se defienden de todos, por el hecho de que todos sangran y consideran siempre al otro como la causa de sus heridas. O acabamos produciendo creyentes engreídos, orgullosos de sus tradiciones, de sus prácticas que no necesitan de nada ni de nadie.
La Iglesia de Navarra necesita de creyentes libres. Libres de miedos, de prejuicios, hombres y mujeres librepensadores, con ideas fuertes porque están templadas por la confrontación -la sinodalidad no como teología sino como estilo permanente-, para experimentar auténticamente el pensamiento innovador, y abrir así vías a visiones inéditas en la historia.
Que no sea verdad que la sinodalidad se está convirtiendo en eslogan, en una nueva retórica eclesial que oculta las muchas dificultades, cuando no la oposición, de presbíteros y obispos hacia este cambio. En este tiempo de escuchar y de ver en el que Usted se encuentra al comienzo de su ministerio episcopal al servicio de nuestra Diócesis, por favor, indague qué interés real y qué trabajo concreto se ha hecho en nuestra Diócesis en el reciente recorrido eclesial de preparación al Sínodo.
Como afirmó el Papa Francisco en el largo discurso que dirigió a los participantes en la primera Congregación General de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre el tema: Jóvenes, fe y discernimiento vocacional, la tarea del Sínodo es "hacer germinar los sueños, inspirar profecías y visiones, hacer florecer las esperanzas, estimular la confianza, curar heridas, tejer relaciones, resucitar un amanecer de esperanza, aprender unos de otros y crear una imaginación positiva que ilumine las mentes, caliente los corazones, devuelva la fuerza a las manos".
Confío la conclusión a las palabras de un cardenal teólogo y poeta, José Tolentino de Mendonça, escritas en su Elogio de la sed: "Hay en nuestras culturas, e igualmente en nuestras Iglesias, un déficit de deseo. Cuando notamos, en el momento actual, la aparición y en una escala cada vez mayor de sujetos sin deseo, esto debe llevarnos a la autocrítica. ¿Los bautizados formamos una comunidad de deseantes? ¿Tienen sueños los cristianos? La Iglesia es un laboratorio donde, como en el provocativo oráculo de Joel (3,1), nuestros hijos e hijas profetizan, nuestros ancianos tienen sueños y nuestros jóvenes construyen nuevas visiones, no sólo religiosas, sino también nuevos entendimientos culturales, económicos, científicos y ¿sociales?".
De ahí, y después de toda esta introducción y explicación, ésta es mi propuesta: después de un tiempo, creo que suficientemente prolongado, y ciertamente intenso, para su conocimiento de la globalidad y complejidad de ésta, su Iglesia que peregrina en Navarra, pensar en la posibilidad de crear un foro o laboratorio de nuevas visiones / nuevos sueños para nuestra Diócesis de Navarra a la que Usted ha comenzado a acompañar desde los días 27/28 de enero del presente año. Y, si estimara posible y factible la creación de ese foro o laboratorio, también su presencia y participación en el mismo de tal manera que estuviera desde el momento 0 en la génesis de las reflexiones que se llegaran a realizar en ese hipotético foro a modo de laboratorio.
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