Antonio Aradillas Jesús no fue obispo

(Antonio Aradillas).- La Iglesia es, en realidad, lo que son sus obispos. Estos son, además y por tanto, lo que es la Iglesia en la demarcación diocesana en la que de alguna manera fueron "pastoreados", hasta su nombramiento episcopal. Iglesia y obispos establecen una relación esencial religiosa en la constitución y razón de ser de unos y otra, en la plural unidad del "pueblo santo de Dios", con la denominación de "jerarquía y laicos".

Dado que el índice de autocrítica en el estamento jerárquico es tan nimio, y que en gran parte, y a consecuencia de ello, sus componentes resultan ser "noticia" no siempre constructiva y ejemplar, insistir en su reflexión será provechosa, sin la más leve referencia a razones o sinrazones frívolas o sospechosas.

La raíz del problema se halla en el sistema que sigue presente en la Iglesia respecto a la selección de los obispos. "A dedo" no es, ni será jamás, solución aproximadamente "justa, equitativa y saludable", en conformidad con formulismos para- litúrgicos. "Dedocracia" y Espíritu Santo se contradicen entre sí, y más sensiblemente en el nombramiento -que no elección- de los obispos, en los tiempos democráticos en los que la sociedad se forma y confirma.

Los criterios misteriosos y opacos que priman a la hora de decidir las "autoridades competentes" los nombres de los episcopables, así como sus "méritos" para ocupar las respectivas sedes, son ciertamente cuestionables. No son evangélicos. Son "políticos" en el marco de la adjetivación eclesiástica de "política", que es tanto o más nefasta que la pública o partidista.

No hace falta dedicar el tiempo a profundas averiguaciones en la tarea de desvelar quienes, porqués y con qué fines, fueron seleccionados los nombres de los episcopables y los "valores" que justificaron determinación jerárquica inapelable. En tiempos como los actuales, en los que todo se sabe, es fácil indagar las razones válidas que influyeron en la promoción de unos, y en el descarte de otros, y con ellas redactar varios capítulos de interés en la historia pasada y presente de la Iglesia. La tentación de llevar a cabo esta tarea, es vigente y literariamente atractiva en determinados sectores.

No son todavía precisamente las coordenadas religiosas instituidas y enaltecidas por el Concilio Vaticano II, las que orientan y deciden los nombramientos episcopales en España. El espíritu del bendito papa Francisco, reformador por antonomasia, tampoco logró que la substitución de unos a consecuencia de su jubilación, remoción o deceso, se ahormara a las demandas de los tiempos nuevos y a las necesidades de la Iglesia, a la luz y exigencias de los evangelios.

Sobre todo en un florón de obispos anti o pre- conciliares, cuyos nombres, hazañas, adoctrinamientos y comportamientos acaparan titulares de primera página en los medios de comunicación social, se hace perentoriamente indispensable la acción directa del Nuncio de SS. , del Presidente de la Conferencia Episcopal Española o de quien sea, para mandarlos callar o aconsejarles un retiro forzoso en algún monasterio o capellanía.

No es de recibo que, día a día, declaraciones de alguno de estos obispos les suministren tan abundante material informativo a telediarios y a noticiarios, con la seguridad de que su difusión, interpretación y comentarios habrían de ser tan destructivos, y aún risibles, para la Iglesia. Esta no es merecedora de que su episcopologio albergue todavía a ciertos miembros que piensen, adoctrinen y se comporten de cierta manera...

Reunidos todos en las programadas sesiones de las "Conferencias Episcopales", habrían de facilitar y administrar las noticias con mayor fluidez, veracidad, transparencia, evangelio y audacia. El pueblo fiel se desalienta al comprobar que la mayoría de las veces, las noticias que sus obispos generan son intra- eclesiásticas, como si solo interesaran "sus cosas" y no las del resto del pueblo de Dios. "Pasan de puntillas" y ni siquiera citan temas de tantísimo interés e importancia como las relacionadas con los graves problemas de la economía, de la política y de la cultura, que no sea la de la asignatura de la religión.

Y, por favor, que los obispos cuiden su imagen, su edad y su presentación, con mayor esmero y congruente oportunidad, de modo similar a como lo hacen los políticos en parejas circunstancias. Que no lo hagan sistemáticamente con paramentos litúrgicos, revestidos de rojo crujiente, con énfasis dogmáticos y con el sempiterno olor a divinales inciensos. Que no a todos los elijan frondosamente gordos. También los flacos tienen el mismo, o más derecho, a ser nombrados obispos.

.Como ejemplo de obispos, con atuendos o sin ellos, Jesús no puede servirnos. Él ni fue ni ejerció de obispo. ¿Quién se lo imagina residiendo -domiciliado- en un palacio, y con "capa magna", mitra y báculo alhajado?

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