"Si ni con una nevada monumental aprenderemos, con extraterrestres tampoco" Parábola de la nieve de monseñor José Cobo
"La nevada nos pilló cansados por aquel 'resistiré'. Aún calentitos al abrigo de nuestras viejas seguridades, y de la convicción de que, a nosotros, país desarrollado, no nos puede pasar nada"
"Parece como si hubiésemos perdido el tren de darnos cuenta de nuestra responsabilidad, nuestra interdependencia y la acogida madura de nuestra vulnerabilidad"
"Es la nieve que nos recuerda a los embarrados muertos de frío que no integramos y que preferimos ir llevando de un lado a otro. Como a los ancianos, los menores en desventaja, los inmigrantes…"
"Y allí queda la nieve que se derrite poco a poco. Es la que más abunda. Esa que como el corazón de la buena gente aguanta el frío, aprende de él y aprovecha su enseñanza"
"Es la nieve que nos recuerda a los embarrados muertos de frío que no integramos y que preferimos ir llevando de un lado a otro. Como a los ancianos, los menores en desventaja, los inmigrantes…"
"Y allí queda la nieve que se derrite poco a poco. Es la que más abunda. Esa que como el corazón de la buena gente aguanta el frío, aprende de él y aprovecha su enseñanza"
| José Cobo Cano, obispo auxiliar de Madrid
(Pastoral social e innovación).- ¿Y ahora que viene? ¿Los extraterrestres? ¿Godzilla? ¿Otra sorpresa? Es lo que se pregunta una tranquila señora en un tiktok, de esos que cruzan las redes, mientras toma tranquilamente café en la terraza de su casa. Después de desfilar ante ella todas estas desgracias, sin capacidad de admiración, vuelve al calentito interior de su casa, como si nada la alterara. Así nos encontramos. Parece que ya nada tiene el poder de interrogar ni un poco al menos, nuestra forma de vivir y de situarnos ante lo que pasa, ante la vida y ante Dios. Esa señora me recuerda cómo elegimos ser espectadores de la vida desde el confort de lo que no estamos dispuestos a cuestionar. Solo cabe, después de mirar curiosos, cerrar la ventana y esperar que nada altere nuestra forma de vivir y pensar.
La nevada nos pilló cansados por aquel “resistiré”. Aún calentitos al abrigo de nuestras viejas seguridades, y de la convicción de que, a nosotros, país desarrollado, no nos puede pasar nada. Y si sucede, allí están los científicos, o las administraciones que seguro lo solucionarán todo tarde o temprano. Siempre la solución lloverá. Pero no llegó una solución. Llovió un nuevo reto en forma de manto blanco que lo paró todo.
Lo del Covid parece que ha sido un fuerte catarro. Con la vacuna esperamos olvidarlo, como si nada haya sucedido. A lo sumo contenemos la respiración para que esta nueva ola pase pronto y nos altere lo menos posible nuestros planes de vacaciones, salidas o de ocio. La pregunta que nos hacemos no es: “¿qué tenemos que hacer?”. Mas bien nos preguntamos.” ¿cuándo desaparecerá esto?”.
Parece como si hubiésemos perdido el tren de darnos cuenta de nuestra responsabilidad, nuestra interdependencia y la acogida madura de nuestra vulnerabilidad. Si ni con una nevada monumental aprenderemos, con extraterrestres tampoco.
Esa lección la conocen bien más de la mitad de hombres, mujeres y niños del planeta. Esos que no tienen acceso a las más básicas vacunas y los que soportan sequias, nevadas o terremotos como si fueran una estación meteorológica más. Ellos, cuando llegan aquí nos cuentan y nos enseñan si nos atrevemos a escucharlos. Traen la sabiduría de entender la realidad sin maquillajes y sin prepotencias. Es esta una oportunidad para dejar que tantos inmigrantes que viven entre nosotros aporten su sabiduría y dejemos que nos enseñen a vivir.
Nos cuesta darnos cuenta de lo que sucede. Ahora, tras la catástrofe, nuestra atención se centra en buscar a “los responsables”, en ese deseo de echar balones fuera y cayendo en la tentación de no querer afrontar la más intensa lección que la naturaleza quiere dejarnos, deseosa de que recompongamos nuestra relación con Dios, con la creación, con el ser humano y con los descartados del mundo.
"¿No será momento de aprender y actuar?"
Aquí se queda la nieve unos días. No se irá por más que hablemos, critiquemos a las administraciones o amenacemos furiosos diciendo cómo se han de hacer las cosas. ¿No será momento de aprender y actuar? Como una nueva nevada llega a la posibilidad de dialogar con este nuevo reto que nos invita o a ser más humanos y abrirnos a la gran lección de vida de estos días que llega del cielo, pues Dios nunca se cansa de estar con nosotros atravesando la espesura de la vida.
La nieve nos habla de quienes somos y de cómo reconciliarnos con este tiempo, con la realidad y con Dios de forma humilde, sintiéndonos parte de la creación, a pesar del temporal del hedonismo, de la crispación y del aislamiento que enfría el corazón del mundo de forma más dura que el viento gélido.
Ese manto blanco que ha caído sobre nosotros es una parábola de la vida sin maquillajes y sin discriminaciones. Habla de la nieve que llega a nuestro interior y a nuestra sociedad, como tantas oportunidades de aprendizaje. El problema no es tanto la nieve, sino cómo la afrontamos.
Escuchemos
Parte de la nieve queda en medio de nuestras calles, sin orden, con grandes montañas de hielo diseminadas por todas partes moldeando un paisaje desconocido. Para volver a la normalidad necesitaremos medios e instrumentos para retirarlos y abrir paso al ir venir de la ciudad.
Las administraciones se emplean a destajo, pero descubrimos que una nubecilla de solidaridad se lanza a derretir nieve al calor de la solidaridad y de la fuerza vecinal. Siempre necesitaremos esos grupos que, con palos, poniendo sus coches o sus cepillos manos a la obra, dicen que nuestro mundo sigue necesitándonos a todos, y que todos tenemos sitio en la construcción del bien común. Nos preguntan si no tendremos que ser cada uno y juntos, pala, cartón o cepillo en mano, quitanieves de los fríos de nuestros corazones, de nuestros barrios y de nuestro mundo en nevadas, sequias y en las primaveras.
Y veo esa nieve sucia que nadie sabe qué hacer con ella, la que sale sobrante de la palada de la quitanieves y de allí pasa al montón embarrado y arrinconado por aquí y por allá. No la queremos ver, pero está. Es la nieve que nos recuerda a los embarradosmuertos de frío que no integramos y que preferimos ir llevando de un lado a otro. Como a los ancianos, los menores en desventaja, los inmigrantes … Allí quedan a expensas del frío y del barro. Pocos aprecian su belleza y su dignidad aguantando el embate del frío y de la crudeza de la situación. Ahí quedan, como amontonados. Seguro que su grito, al ver esos montículos, se cuela en nuestras almas y nos ayuda ponerles nombre y derretir con ellos tantos hielos.
Y está el hielo. Ese que es fruto del pisoteo de tantos estos días. Nieve que ya se ha hecho dura y solo provoca resbalones y peligros. Hasta encontramos a esos carámbanos preciosos de los tejados que se estrellan peligrosos al caer en las aceras y se rompen en mil pedazos. Nos recuerdan que fueron nieve blanca hace poco, como tantas cosas en nuestra vida que se convierten en hielos peligrosos al ser transitados. Cuidado con ellos. Con los de los aleros, los propios de cada uno y cada una y los que hemos provocado con violencia, crispación y descarte. Gracias a quienes nos advertís de su presencia y cuidáis que nadie se haga daño.
Y allí queda la nieve que se derrite poco a poco. Es la que más abunda. Esa que como el corazón de la buena gente aguanta el frío, aprende de él y aprovecha su enseñanza. Esa nieve es la que abre un “año de bienes”. Es la que cala y al irse derritiendo, poco a poco, fecunda, da vida a la tierra que pisamos y limpia todo, hasta las alcantarillas de nuestra ciudad. Con esta nieve así se derretirán otras nevadas a ritmo de solidaridad, de fraternidad y de ternura. Son muchos los corazones que lo hacen posible porque lo han aprendido en su interior.
La nieve se irá, el covid nos acompañará más tiempo y vendrán más sorpresas. Seguro. Hasta podremos cerrar las puertas de nuestras vidas o de la sociedad para quedarnos al calorcito de tantas ficciones. Pero queda Dios entre nosotros y sus hijos que lo buscan. Tenemos futuro no por lo que va llegando sino porque sabemos con quién vamos y porque Dios, como la nieve que se derrite, está en medio de su pueblo. Dios no se ha ido y nos cita en este presente y en el futuro. Solo pide buscarle juntos y señalarlo. La nevada puede ser una nueva parábola para aprender. Así lo creemos los cristianos y así queremos decirlo a nuestra ciudad, pala en mano y con la esperanza estrenada en cada mirada. Cuenta con la mía.