"Como distintos de los que conocemos por la experiencia cotidiana" José Ignacio Calleja: "No podemos seguir hablando de los pobres sólo a la luz del Evangelio"
"Hoy sabemos por las ciencias humanas y sociales más que el propio Jesús cómo aparecen las pobrezas y los pobres en un proceso social con estructuras y relaciones de poder muy injustas (mercados, estados, propiedad, información, herencias, grupos de poder, sicologías enfermas, lugar de nacimiento, familia…)"
"La acción política es ineludible para traducir socialmente el Evangelio"
"La peculiaridad de la pobreza evangélica no la convierte en una forma de pobreza aislada y diferente a las sociales"
"La peculiaridad de la pobreza evangélica no la convierte en una forma de pobreza aislada y diferente a las sociales"
Sobre las idas y venidas de la cuestión de los pobres y el Evangelio, quizá no hay una llave maestra que pueda abrir todas las puertas, pero reclamo, ante la teología y la Iglesia toda, que hablar sobre “el Evangelio y los pobres” no puede resolverse sólo con una buena exégesis de lo que allí se narra (imprescindible), sino añadiendo varios supuestos que hoy conocemos bastante bien. Veamos.
Uno, que nosotros sabemos hoy por las ciencias humanas y sociales más que el propio Jesús de cómo aparecen las pobrezas y los pobres en un proceso social con estructuras y relaciones de poder muy injustas (mercados, estados, propiedad, información, herencias, grupos de poder, sicologías enfermas, lugar de nacimiento, familia…). En consecuencia, que no podemos seguir hablando de los pobres sólo a la luz del Evangelio y como distintos de los que conocemos por la experiencia cotidiana y las ciencias sociales; sino, que a la luz de éstas, la pregunta es ¿de quiénes hablamos hoy al decir pobres y, por tanto, cómo son partícipes de esa preferencia evangélica?
Dos, que por esa experiencia cotidiana y por las mismas ciencias sociales y humanas, el trabajo a favor de los pobres -el compromiso con los pobres, la lucha por la justicia- ya no puede ser articulada sólo en clave de valores evangélicos, sino de éstos mediados por modos de acción y organización que practiquen la no violencia muy activa, tan activa que muchas veces molestará a casi todos; y por modos de acción política (pactos y leyes con alguna eficiencia) que son ineludibles para traducir socialmente el Evangelio. No sólo en la política, pues está lo familiar y personal, pero ineludiblemente también en la política. Y la lucha por la justicia, la lucha política y social por la justicia, tiene contenidos propios que el Evangelio puede y debe discernir, pero no ignorar y rehusar. O sea, que no hay vida buena y evangélica completa, al margen de la solidaridad con los pobres y ésta como solidaridad hecha justicia social, lo cual, sin duda, requiere de visión y acción política, la que cambia estructuras.
Tres, la peculiaridad de la pobreza evangélica no la convierte en una forma de pobreza aislada y diferente a las sociales, una alternativa a cualquier otra, sino una forma de vivirlas con dignidad en la fe; en unos casos, porque se ha elegido vivir en esa condición de pobreza (con suficiencia) por causa de la justicia del Reino de Dios, cuya cara primera es la vida humana justa y digna para todos; y en otros casos, porque se está padeciendo una situación de pobreza que no tengo obligación de aceptar, y que asumida con Espíritu, se traduce en mi lucha contra aquellos y aquello que provoca esta pobreza impuesta, no elegida, real, injusta conmigo, con los míos o con otros en cualquier lugar.
En los dos supuestos, la lucha por la justicia para y por todos es condición de su valor ético y evangélico, si bien, el creyente, referirá finalmente su experiencia de solidaridad justa con los pobres como respuesta al amor de Dios; viene a decir "dejo pasar a los otros lo que recibo regalado, el amor de Dios". Pero esto es la fe y su espiritualidad. En ética hay recursos morales análogos salvo su referencia a un Dios. El problema es si dura lo mismo el esfuerzo o si un dios viene a sustituir a otro. Pero esta es otra cuestión que trataría con mucho respeto.
Cuatro, cuando nos resistimos a esta lectura social y política del mundo desde los pobres (las víctimas, los enfermos, los ignorados, los excluidos,…) con los conocimientos que hoy tenemos -y a sabiendas de que esta lectura social es diversa, por eso hay posiciones políticas distintas entre cristianos y muchas veces legítimas-, decía que el resistirnos a esa lectura y compromiso político, desde la justicia con los pobres, es una manera de querer llegar por el Evangelio de Jesucristo al cielo sin pasar por la tierra, lo cual resulta imposible; o pasando sólo por mi persona y mi familia, lo cual es muy limitado; pero, insisto, esto sucede no sólo por lo que dice el Evangelio de la fraternidad, no, sino por lo que sabemos por las ciencias; con ellas sabemos mejor cómo es la interdependencia de vida humana en sus condiciones sicológicas y sociales, y lo influyentes que son en el bien y el mal social. Ignorarlo nos cierra el acceso al Evangelio en plenitud. Vivimos más tranquilos, pero no somos mejores personas y cristianos. Y desde luego, no hay espiritualidad cristiana que se pueda saltar este paso por la justicia social. No la hay.
"No hay espiritualidad cristiana que se pueda saltar este paso por la justicia social"
Quinto, hablar así de los pobres en el Evangelio de Jesús, y de esa predilección en la visión de la vida desde ellos, “yo obro así, porque Dios es así”, no significa masacrar a los ricos, poderosos, prepotentes y chulos, en su dignidad de personas y con la bendición de Dios, ¡no!, sino verificar la conversión de cada uno de nosotros al Reino, en aquello que nos hace ricos y poderosos por modos o con fines claramente inhumanos y contra el bien común. Y esto es lo que sucede casi siempre, una vez conocido el proceso social de riquezas y pobrezas en nuestra sociedad. La misma función social de la riqueza, su hipoteca social que dice la DSI y no es mucho pedir, está a años luz del capitalismo reinante. Por tanto, cada uno tiene que convertirse, según el Evangelio, de aquello que lo hace injusto y pecador, pero cada uno en lo suyo, sin sustituir e igualarlo todo, sin compensar las conversiones, tú por esto, yo por esto, todos los pecados sociales, todas las injusticias, son iguales. ¡No! Pueden obedecer a la misma lógica, pero no son iguales. Proporción de posibilidades y de responsabilidades por tanto.
Luego esta conversión requiere análisis social y político, y no sólo sicológico y personal. Cada uno convertido en su riqueza y prepotencia, y aquí, es donde los ricos, por lo visible de su poder inmenso y las causas estructurales de su posición repetida, salen más escaldados del Evangelio si quieren cambiar de vida. Así que ni en el Evangelio ni en la ética personalista más común, nadie está pensando en una gente a la que masacrar en su dignidad o maltratarla por la violencia injusta, “porque tiene más que yo o gobierna mi empresa o dirige mi banco o juega con las finanzas o dirige mi Iglesia”, sino de crear justicia social, por el camino de la justicia, y realizar el amor justo de Dios (Reinado de Dios) por el camino del amor personal, familiar, social y político. Y esto, sin alcanzar el corazón de la gente, nada, pero sin alcanzar las estructuras sociales, tampoco. Dos dimensiones de la misma y única realidad humana.
"La opción por los pobres es una lucha sin cuartel por traerlo al centro y asumirlo aunque sea con torniquete"
Y sexto, de verdad de la buena, todo lo que la pobre teología y la misma Iglesia decimos de los pobres y del mirar la fe y la vida desde ellos, “como Jesús”, como el “Dios de Jesús”, es un deseo, una invitación, una autoexigencia, una lucha porque este presupuesto evangélico penetre como el agua escasa en la tierra reseca de las iglesias y de los pueblos del mundo; nunca es una lección sobre lo que ya opera (las iglesias) y los demás (el mundo) han de imitar. No, no, es una lucha sin cuartel por traerlo al centro y asumirlo aunque sea con torniquete. Y es verdad, sí, es verdad, se repite tanto y desde púlpitos tan adornados, enriquecidos y altivos, entre enredos legales, eclesiásticos y financieros tan opacos, que no es creíble. Pero en ello estamos.