Política de la dignidad: siempre e inolvidable Calleja: "Padecemos un uso fraudulento y mendaz de la democracia por el neoliberalismo económico y político"
Hay "un uso ideológico y tramposo de la democracia y el cristianismo por el capitalismo", decía Ellacuría, y en esas estamos hasta hoy
Hay que tener un cuidado extremo para no decir “todo esto sí, pero de los nuestros”, porque ¿quiénes son los nuestros y por qué razón de humanidad?
| José Ignacio Calleja
Evitando la simplificación (teoría que explica cualquier problema social en clave de "conspiración" por un grupo de selectos, oculto y malísimo en su propósito) merece la pena volver a los clásicos y reconocer lo obvio. Lejos queda el asesinato de Ignacio Ellacuría -30 años ya- pero este hombre tenía una manera muy directa de referirse a lo concreto del mundo sin complejos.
Hay "un uso ideológico y tramposo de la democracia y el cristianismo por el capitalismo", decía, y en esas estamos hasta hoy. Suena a discurso de otro tiempo, pero la historia vuelve mil veces al punto de partida y eso mismo es lo que nos sucede. Padecemos un uso fraudulento y mendaz de la democracia por el neoliberalismo económico y político.
Es tan seguro que hasta parece un tópico. Y ahí andamos, enredados en ver si nos salvamos cada uno de este hipercapitalismo que amenaza nuestra vieja manera de vivir en la Europa de la postguerra. Lo creíamos eterno pero se revela insostenible con las personas más frágiles (las mayorías), los pueblos menos poderosos (demasiados) y la naturaleza en que habitamos (todos).
Y esta maravilla que es la democracia política como invento irrenunciable para pensar, gestar e impulsar procesos de justa convivencia, se agota desfondada ante la mínima dificultad para recoger las voces y necesidades de los más frágiles.
Desde luego, sin acallar el esfuerzo que requiere de cada uno su particular empeño por no perder comba en el pelotón social. Nadie pide convertir la vida en una gala benéfica, sino, simplemente, facilitar oportunidades de vida digna al alcance del esfuerzo de todos.
La justicia es exigir de cada uno según sus posibilidades y dar a cada a uno según sus necesidades. Y en el equilibrio de esta dialéctica y sus límites, aproximando la vida social lo más posible a ella, humanizamos la vida en común.
Y esto es lo que gente como Ignacio Ellacuría, y otros sabios morales que en el mundo han sido, preguntan y exigen. Y lo hacen así porque son los primeros en percibirlo como el aire que respiran en el diario escuchar a la gente corriente; la que los anima a preguntarse por lo que ellos mismos, profesores cualificados, podrían evitarse: la necesidad humana hecha carencia y sufrimiento de los inocentes, y si esto ha de aceptarse con resignación y olvido, o como interpelación que nos salva como civilización.
Hace poco, un buen grupo de cristianos de base lo decían del mismo modo en una reunión de esas que suena a casi nada y revienta la cultura en ellas, "el uso ingenuo del concepto dignidad humana se presta a que se nos llene la boca de metafísica, mientras la realidad de la gente común es de precariedad laboral, pobreza en lo básico y marginación de mujeres y niños del fin del mundo". Claro, y ¿qué?
Está es la pregunta más inmoral del mundo, y ¿qué? ¿Cómo que “y qué”? Si alguien dice o pregunta ¿y qué?, entonces nada es respetable para nadie, nada es incondicionalmente valioso, nada ni nadie puede apelar a alguna ley divina o humana que se tenga de pie. No hay más verdad que la de la fuerza, el dinero y el miedo. La pura indiferencia y maldad. Claro, de eso va la dignidad humana.
No es una cosa que puedes dejar en el mostrador, a la entrada del despacho, el partido, el banco o el comando, y seguir siendo persona, para recogerla a la salida; no, es algo constitutivo de tu identidad, algo que amenaza a todo tu ser cuando eres indigno.
Si la dignidad la podemos dejar a la puerta de cualquier oficio político, social y religioso, es que ya hemos dejado de ser personas, y eso no está a nuestro alcance.
La dignidad se expresa en nuestra inteligencia y voluntad morales, y nadie puede dejarlas fuera y seguir siendo persona. Podemos ser malos o buenos, peores y mejores, y en este sentido vivir con menos o mayor cuidado de nuestra dignidad moral, pero no podemos renunciar a ella y seguir siendo personas.
Por eso que las personas vamos perdiendo a jirones nuestra condición al vivir faltos de dignidad en el gobernar, el cuidar y el tratar; y vamos ganando vida digna de personas cuando arreamos con las consecuencias de tratar nuestra dignidad y la de los demás con reverencia.
En el hospital, es más común, pero igualmente en la empresa, y en la escuela, y en la judicatura y en la política y en la cárcel y en la patera. Y así, efectivamente, captamos que nadie tiene una dignidad humana en solitario sino en solidario. Podemos creer que es un asunto personal e individual, y personal, sí, pero individual, no. En solidario, con otros, porque su vida en condiciones de injusticia clara no es que me duela un poco, sino que me indigna, es decir, quiebra mi dignidad y ya no debería vivir tranquilo como persona. Y al contrario, la máxima debilidad como dignidad injustamente atacada e, incluso, irresponsablemente descuidada, es el único capital que queda a los tirados para volverse a poner de pie y exigir de cualquier humanista y demócrata lo que debe a los demás.
Por eso la política es tan desazonante en sus recorridos y tan imprescindible en su propósito: hacer posible el bien común como el bien que facilita la dignidad solidaria y no solitaria de los humanos. Por eso hay que tener un cuidado extremo para no decir “todo esto sí, pero de los nuestros”, porque ¿quiénes son los nuestros y por qué razón de humanidad? No sólo por qué razón de realismo político, que eso viene después y responde al cómo, sino por qué razón de humanidad.