"Somos nosotros los responsables de las guerras, el hambre o las pandemias" Josep Miquel Bausset: "El Covid-19 no es ningún castigo de Dios"
Entre los partidarios de esta absurda teoría está el ultra-ortodoxo ministro de salud de Israel, Yaakob Litzman. Curiosamente, unos días después de esta afirmación tan ridícula, él y su esposa dieron positivo al Covid-19
¿Qué Dios sería aquel capaz de castigar a la humanidad con una pandemia? Evidentemente este no sería el Dios de Jesús, que es el Dios de amor y de misericordia
A diferencia del ministro de justicia de Israel, contamos con las sentatas reflexiones del rabino Manis Friedman, el expresidente del Uruguay, José Múgica, el papa Francisco o el el antropólogo y arqueólogo, Eudald Carbonell
Todos ellos nos indican que el problema y la solución está en nosotros y no en Dios. Hablan de desafío antroplógico y de enfrentarnos a él con conciencia de de especie
A diferencia del ministro de justicia de Israel, contamos con las sentatas reflexiones del rabino Manis Friedman, el expresidente del Uruguay, José Múgica, el papa Francisco o el el antropólogo y arqueólogo, Eudald Carbonell
Todos ellos nos indican que el problema y la solución está en nosotros y no en Dios. Hablan de desafío antroplógico y de enfrentarnos a él con conciencia de de especie
Y lo digo así de claro, porque diversos sectores fundamentalistas (de diversas religiones) han defendido que esta pandemia es un castigo de Dios. Entre los partidarios de esta absurda teoría está el ultra-ortodoxo ministro de salud de Israel, Yaakob Litzman que afirmó que Dios castigaba a los pecadores con el coronavirus. Curiosamente, unos días después de esta afirmación tan ridícula, él y su esposa dieron positivo al Covid-19.
¿Qué Dios sería aquel capaz de castigar a la humanidad con una pandemia? Evidentemente este no sería el Dios de Jesús, que es el Dios de amor y de misericordia. Además, en la hipótesis absurda que Dios castigara a la humanidad “pecadora” con esta pandemia, ¿cómo es que el Covid-19 afecta por igual a los ricos y a los más pobres e indefensos, cuando éstos últimos son los más amados de Dios? ¿Cómo podría Dios castigar con el coronavirus a aquellos que él ha creado? ¿Cómo podría querer Dios el mal per los hombres, si Jesús pasó toda su vida sanado a los enfermos y devolviendo la salud a los que la habían perdido?
A diferencia del ministro de justicia de Israel, con su hipótesis absurda de la pandemia como un castigo de Dios, el rabino Manis Friedman ha hecho unas reflexiones muy sensatas, que quiero compartir con los lectores de este artículo. El rabino Friedman ha reconocido un hecho constatado por todos, y es que “hemos querido conquistar la naturaleza” y nos hemos encontrado con esta pandemia que ha alterado nuestra manera de vivir, así como los hábitos que hasta ahora teníamos. Se han acabado los viajes, el fútbol, los teatros.... Y por eso el rabino Friedman se pregunta: “¿Por qué Dios permite este virus, esta pandemia?”. El rabino cree, muy acertadamente, que todos los cambios que nos hemos visto obligados a hacer por el Covid-19, es “una oportunidad para repensar donde ponemos a partir de ahora nuestra energía”.
Esta pandemia nos invita a preguntarnos “para qué vivimos o por qué nos levantamos cada día”. En su reflexión, el rabino Friedman hace un paralelismo entre la situación que vivimos, provocada por el coronavirus y la que vivió el pueblo de Israel cuando salió de la esclavitud de Egipto. Y por eso este rabino nos aconseja también salir “de la esclavitud de los hábitos que teníamos”, para de esta manera hacer posible “una vida y un planeta más saludables”. El rabio Friedman nos pide también que “maduremos como especie humana, porque eso es muy hermoso. Ahora es el momento, no de pensar en nosotros sino de pensar en los otros”. De esta manera haremos realidad “un mundo más limpio”, más solidario y más fraterno, como nos ha pedido también el papa Francisco, que en su encíclica “Laudato si”, de mayo de 2015, nos señaló diversos factores que alteran la salud del planeta. Por eso el papa expresaba su gran preocupación por el medio ambiente (nº 91), a la vez que denunciaba las “formas de contaminación que afectan diariamente a las persones”, así como también “la exposición a los contaminantes atmosféricos”, que producen “un amplio espectro de efectos sobre la salud” (nº 20). Y es que la hostilidad del hombre contra el planeta, con su intervención y su agresión, produce unos cambios que alteran el ciclo natural de la tierra.
Por otra parte, aquellos que creen que Dios nos castiga con esta pandemia o con el hambre o las guerras, habrían de recordar las palabras atribuidas a Santa Teresa de Jesús cuando decía: “Dios no tiene manos, las sus manos son las nuestras”. Somos nosotros los responsables de las guerras, el hambre o las pandemias, ya que somos nosotros (y no Dios) los que provocamos la miseria, los conflictos bélicos o los desastres naturales, alterando o agrediendo el curso natural de la tierra. Y por eso, también hemos de ser nosotros los que hemos de saber encontrar una solución a esta pandemia, “con el contagio de la esperanza”, como nos pide el papa, per de esta manera paliar la crisis económica que ya tenemos entre nosotros y para evitar la crisis social que se puede producir por la pérdida de lugares de trabajo. Si somos nosotros los responsables del mal, también hemos de ser nosotros los que encontremos una salida a esta pandemia. Es lo que dijo Jesús cuando la gente tenía hambre y los apóstoles querían que aquellos hombres y mujeres se fueran del lugar sin poder comer. Pero Jesús dijo a sus discípulos: “Dadles de comer vosotros” (Lc 9:13).
La situación provocada por el coronavirus nos ha de ayudar a abrir nuestros corazones y nuestros brazos a todos los que sufren y al planeta, que con nuestro egocentrismo estamos destruyendo.
Como muy acertadamente ha dicho el expresidente del Uruguay, José Múgica, en relación a esta pandemia, “esto no es una guerra, esto es un desafío de la biología para recordarnos que no somos los amos absolutos del mundo”. Lo mismo dijo hace unos días el presidente alemán, cuando afirmó que “esta pandemia no es una guerra. Es una prueba de nuestra humanidad”, a diferencia de lo que afirmó el presidente Sánchez, cuando con un lenguaje militar (parecido al que utilizaba el comité que cada día informaba sobre el estado de la pandemia): “Cuando venzamos esta guerra, necesitaremos todas las fuerza del país per vencer la postguerra”. Por el contrario, el escritor Martí Domínguez decía en relación a la gestión de la pandemia per parte del estado español: “Lo peor son las metáforas militares”.
El expresidente José Múgica se dirigía a los que él llamaba “milmillonarios, a los que acumulan más y más dinero”, insensibles al sufrimiento de los más débiles de la sociedad, para decirles “que dejen de fastidiar”, porque “por más dinero que tingan, se morirán como cualquier otra persona”. Otro sabio, el antropólogo y arqueólogo, Eudald Carbonell, recientemente decía también: “Esto es un aviso, el último aviso. Nos falta conciencia de especie”. Y es que “el sistema que ha puesto en marcha la especie humana no funciona”, ya que “no soluciona los problemas que genera”.
No es Dios quien castiga a los hombres. Somos nosotros mismos que, con la avaricia y la insensibilidad ante el sufrimiento del planeta, gravemente enfermo, continuamos explotando a los hermanos y maltratando la tierra. Y eso queda más que comprobado estos días, ya que con una menor actividad del hombre, debido al confinamiento, este año “el estado español registrará la caída más grande en la historia, de las emisiones de Co2” (La Vanguardia, 18 de abril de 2020).
En estos momentos de confinamiento, encerrados en casa (para así poder superar el coronavirus) de la misma manera que estaban encerrados los apóstoles el domingo de Pascua, Jesús también entra nuestras casas y en nuestros corazones y nos dice: “La paz esté con vosotros”. Es la paz y la alegría que nos vienen del Señor Resucitado que nos confortan y que nos animan para afrontar esta situación tan difícil que estamos viviendo.